John Hawkes. La pata del escarabajo.

diciembre 26, 2019

John Hawkes, La pata del escarabajo
meettok, 2010. 230 páginas.
Tit. or. The beetle leg. Trad. Jon Bilbao.

Un pueblo a la sombra de una presa en la que murió uno de los trabajadores y que no consiguió llevar prosperidad a un pueblo que parece anclado en la época del salvaje oeste, donde una banda de motoristas toma el papel de los indios y el paisaje árido y desértico ocupa por igual el ambiente y las almas de los personajes.

El libro está muy bien escrito, con una ausencia de trama construida con fragmentos de situaciones que se van cruzando pero de una manera muy tenue. Tiene algunas escenas profundamente evocadoras y algunas realmente crudas que casi pasan desapercibidas entre tanta sequedad.

Pero… me ha dejado completamente frío; más allá de que como escritor soy capaz de apreciar detalles de la construcción, arquitectura y lenguaje. Pero como lector no me ha dicho absolutamente nada.

No es malo pero no es para mí. Otras reseñas: < href=”http://thekankel.blogspot.com/2012/03/la-pata-del-escarabajo-de-john-hawkes.html”>La pata del escarabajo y La pata del escarabajo.

Pese a su calidad, no me ha gustado.

Siguió una valla de alambre de espino a través de campos cada vez más sombríos, matando a palmadas a los mosquitos que le picaban a través de los pantalones, cruzó la entrada de su rancho, volvió a cerrar la puerta de troncos y divisó por fin la casa de madera y cartón embreado. Soltó a los caballos, que a pesar de su avanzada edad trotaron como potros.
-Tranquilos -dijo, temeroso de que en la oscuridad chocaran con una alambrada que les abriera el
pecho.
Se refrescó la cara en el lavadero que había junto a la casa y miró hacia Mistletoe, al otro lado de los campos. Vio chispas en el edificio de la turbina, ya estaban trabajando.
Millas y millas de vallas de alambre dividían el paraje en parcelas ocupadas por granjas, ranchos y graneros a punto de venirse abajo. Destacaban las matas de hierbajos y salvia, casi fosforescentes, mientras que por el contrario los animales se movían sin que nadie pudiera verlos, aunque sus pisadas se oyeran a millas de distancia en el cálido anochecer
Los mosquitos chocaban contra el exterior de las ventanas y también contra el interior, y los caballos de Luke Lampson resoplaron en la oscuridad, asomando las cabezas sobre el tramo más alejado de alambrada. Luke subió los escalones, consistentes en dos viejos sacos de patatas llenos de arena, empujó la puerta, que osciló sobre sus goznes de cuero, y sus
piernas arqueadas y cansadas, enfundadas en tela vaquera, recorrieron el desnivelado piso hasta el catre.
-Buenas noches, Ma -dijo, y se sacó las agrietadas botas de cowboy, de puntera cuadrada y talla de mujer
Y desganado, casi sin aliento, dijo también.
-Buenas noches, Maverick -mirando a la india mandan acuclillada sobre una manta polvorienta al pie del catre. El negro cabello le caía sobre la cara.
La mujer que atendía la cocina de leña retiró un poco la cazuela y escupió sobre la plancha al rojo.
-¿Qué pasa, Ma? ¿Estás de mal humor?
-No tanto como alguien que yo me sé.
Luke se reclinó sobre un montón de mantas, encendió un cigarrillo a medio fumar y de un capirotazo envió la cerilla al tanque de agua en la otra punta de la habitación. Una cornamenta, con parches de pelo y pellejo pegados al siniestro cráneo amarillento, colgaba de la pared encima del tanque. Luke se frotó un pie contra el otro -incluso en verano usaba calcetines gruesos de lana , se rascó con los dedos que asomaban por un agujero. La mandan, como siempre agazapada y ceñuda, alargó un brazo oscuro y, con una brizna de heno, intentó hacerle cosquillas en los dedos. Pero los pies pequeños y sucios, encallecidos por las piedras y recalentados por la arena, no sintieron nada. Él siguió fumando.

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