Dorian Lynskey. El ministerio de la verdad.

abril 23, 2024

Dorian Lynskey, El ministerio de la verdad
Capitán Swing, 2022. 408 páginas.
Tit. or. The ministry of truth. Trad. Gema Facal Lozano.

¿Se puede escribir la biografía de un libro? Sí, si vas a los antecedentes, cuentas la vida del autor, el momento de su escritura, las repercusiones que tuvo en su momento, y la influencia en la sociedad y cómo se ha ido interpretando a través del tiempo.

Porque pocos autores dejan huella en el lenguaje y no solo se utiliza orwelliano sino que muchos de sus neologismos siguen usándose de manera corriente. ¡Si hasta tenemos un programa de telerrealidad que se llama Gran Hermano! Cuando parece que 1984 ya ha acabado de decir todo lo que tenía que decir la realidad nos sorprende con una vuelta de tuerca más y su mensaje sigue igual de vivo que entonces.

Porque leyendo yo el ambiente antes, durante y después de la segunda guerra mundial los paralelismos con la situación actual te ponen los pelos de punta. Desinformación, poner las emociones en el centro de los discursos, el relato por delante de los hechos, que cada vez tienen menos importancia…

Que está escrito en contra de todos los totalitarismos se demuestra de muchas maneras. La derecha se lo ha apropiado como un ataque al comunismo y los que vivían en la antigua Unión soviética se sentían completamente identificados en sus páginas. Pero los lectores de las nuevas generaciones ven el control de las agencias gubernamentales y, recientemente, el de las grandes corporaciones tecnológicas.

A destacar el talento del autor para narrar la historia desde tantos puntos de vista, que todos encajen tan bien, y que iluminen la génesis e influencia de este clásico que nos avisa del cuidado que tenemos que tener con nuestras libertades.

Muy bueno.


En su libro The Human Drift (La humanidad a la deriva), King Camp Gillette, el magnate de las cuchillas de afeitar, trasladaba a toda la población de Estados Unidos a una ciudad gigantesca, Metrópolis, abastecida por las cataratas del Niágara. En un gesto optimista, cada ejemplar del libro incluía un certificado de afiliación al Partido del Pueblo Unido, una organización real de la que nunca se volvió a saber nada. El empresario de Maine Bradford C. Peck escribió The World a Department Store (El mundo, unos grandes almacenes) para promover el movimiento cooperativista. Para J. McCullough, autor de Golfín the Year 2000, or, What We Are Corning To (Golf en el año 2000, o hacia dónde nos dirigimos), la utopía consistía en jugar al golf sin interrupciones. Sutton E. Griggs, ministro baptista e hijo de un antiguo esclavo, autopublicó la primera utopía negra, Imperium in Imperio, sobre un régimen clandestino y secreto de afroamericanos en Waco (Texas). En las utopías feministas, como New Amazonia: A Foretaste ofthe Future (Nueva Amazonia. Un anticipo del futuro), de Elizabeth Corbett, o la exitosa Matriarcadia, publicada en 1915 por Charlotte Perkins Gilman, no había hombres y, por tanto, no había violencia. Este tipo de utopías hacían creer a los lectores que, por desamparados que se sintiesen en la vida real, un cambio radical era posible.
Por supuesto, las utopías de unos eran las antiutopías de los otros. Como escribió Clement Attlee, «todos seríamos muy infelices en los paraísos de los demás». Para el abogado neoyorkino Arthur Dudley Vinton, el futuro imaginado por Bellamy se parecía más al infierno que al cielo. Vinton escribió una secuela llena de prejuicios (titulada Looking Further Backward [Mirando aún más atrás]), en la que el nacionalismo y el feminismo han convertido a Estados Unidos en una nación decadente, frívola y emasculada, que China invade sin mayor dificultad; entonces un desilusionado Julián tiene que echar mano del sentido común de la Edad Dorada para luchar contra el peligro amarillo.


Aunque no sabemos lo que Orwell pensaba de Swastika Night, sabemos que se vio confrontado con al menos una historia sobre el fascismo en Inglaterra. El 24 de agosto de 1940, vio Take Back Your Freedom (Recupera la libertad), una obra de teatro que le pareció «de una sensibilidad excepcional».97 En 1934, Winifred Holtby, escritora feminista y miembro del ILP, empezó a escribir la obra (titulada entonces Dictator [Dictador]), pero murió de una enfermedad renal antes de hacer los cambios que le había solicitado el productor teatral; el dramaturgo Norman Ginsbury fue el encargado de terminarla. Tanto Holtby como Ginsbury demostraron conocer bien el atractivo de los demagogos populistas. El personaje principal de la obra, Arnold Clayton, es un ministro joven, listo y carismático, que dimite del Gobierno y funda el Partido Británico de Planificación, cuyo programa se basa en tres pilares: «Acción. Aislamiento. Orden».98 A Orwell le pareció «un Hitler más caballeroso o un Mosley más inteligente».99 Clayton consigue una victoria inesperada al movilizar los impulsos irracionales del mismo público que él detesta. «Lo que necesitamos son sentimientos —le dice a su madre—. La razón divide a los hombres en mil partidos, pero la pasión los une».100 Como dijo Muggeridge sobre Hitler, «muchos de los que racionalmente lo consideraban inadecuado estaban preparados para seguirle cuando pensaban visceralmente».101 Una vez en el poder, Clayton se vuelve un tirano que llama a filas a los hombres, prohíbe trabajar a las mujeres, se deshace de sus rivales y mete a sus oponentes en campos de concentración.


Hannah Arendt confirma esta impresión en Los orígenes del totalitarismo: «El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existen la distinción entre el hecho y la ficción (es decir, la realidad empírica) y la distinción entre lo verdadero y lo falso (es decir, las normas del pensamiento)».45 Arendt concluye que los alemanes ya estaban preparados para sentirse así debido a la incertidumbre caótica que precedió al ascenso de Hitler:
En un mundo siempre cambiante e incomprensible, las masas llegaron a un punto en el que, al mismo tiempo, creían en todo y no creían en nada. Pensaban que todo era posible y que nada era cierto. […] La propaganda de masas descubrió que su audiencia estaba dispuesta al mismo tiempo a creer lo peor, por absurdo que fuera, y que no se resistía especialmente a ser engañada, puesto que, por otra parte, sostenía que cualquier declaración era una mentira.
Ahí tenemos un eslogan político a la altura de los de Orwell: «Todo es posible y nada es cierto».


El guionista, Nigel Kneale, y el director, Rudolph Cartier, ya habían colaborado en el thriller de ciencia ficción The Quatermass Experiment (El experimento Quatermass). Su inteligente interpretación de la obra de Orwell, con Peter Cushing en el papel de Winston Smith, resultaba aún más impactante por su creciente atmósfera de terror y su horrible clímax en el Ministerio del Amor. Cartier pensaba que tenía una fuerza única gracias a la combinación de televisión y telepantalla. Cuando salía el Hermano Mayor, comentó, «sus fríos ojos miraban al espectador a través de la pequeña pantalla, de forma que este sentía los mismos escalofríos que los personajes de la obra al oír la voz [del Hermano Mayor] a través de sus telepantallas».
Cientos de espectadores se quejaron a la BBC y a los periódicos por la inusual cantidad de violencia y sexualidad. «Era tan horrible que me dieron ganas de golpear el televisor con un martillo», se quejaba uno de ellos.6 «Hasta ahora nunca se había mostrado en televisión algo tan vil y repugnante —afirmaba otro—, ni en ningún otro tipo de pantalla».7 Algunos críticos de prensa pensaban lo mismo y dijeron que era «una historia nauseabunda que no dejaba espacio a la esperanza»8 y «una imagen de un mundo que no quiero volver a ver».9 El titular del periódico Daily Express era; «Un millón de PESADILLAS».


Tal vez habría sido de esperar que la caída del comunismo hubiese transformado 1984 en un relato de una época concreta, como El cero y el infinito o Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn. Sin embargo, las discusiones sobre el libro ya habían pasado a centrarse en el tema de la máquina. Es importante recalcar que Orwell estaba mucho menos interesado en la ciencia que Wells, Zamiatin o Huxley. Aunque la telepantalla se menciona en la novela nada menos que ciento diecinueve veces, apenas se explica su funcionamiento y, como medio de control, es menos efectiva que los métodos tradicionales (los policías y los informantes) o que el poder casi sobrenatural de los ojos del Hermano Mayor. La ciencia en Oceania no llena ni dos páginas del libro de Goldstein. Como escribió en Encounter en 1984 el neoconservador polaco Leopold Labedz: «Para Orwell, el problema era la tecnología del poder más que el poder de la tecnología. […] El Hermano Mayor no es un Dalek». Esta es la protesta impotente de un viejo soldado de la Guerra Fría. Cuando, en 1982, un profesor de Nueva York mandó leer la novela a sus cuarenta y nueve estudiantes adultos, solo uno la consideró anticomunista; al resto les recordó al FBI, a la CIA, al Watergate, a la televisión y a los ordenadores. El libro resonaba ahora a otras frecuencias.


Las viejas pesadillas distópicas resurgieron en el Estados Unidos de Trump con fuerzas renovadas. Gracias a la adaptación para televisión que hizo Hulu de El cuento de la criada, la novela de Atwood vendió otros tres millones y medio de ejemplares, inspiró una nueva ola de distopías feministas y consiguió que el uniforme de las criadas, con sus mantos rojos y sus cofias blancas, tuviese tanto éxito entre los manifestantes como la máscara de V. Una manifestante que protestaba en la investidura de Trump llevaba un cartel que decía: «¡Que Margaret Atwood vuelva a ser ficción!». Atwood anunció que iba a publicar una segunda novela sobre Gilead, Los testamentos, en 2019; a diferencia de Orwell, ella sí había vivido el tiempo suficiente para escribir su propia secuela. El trumpismo era el telón de fondo tanto de El cuento de la criada de Hulu, como de Fahrenheit 451 de HBO y de Sueños eléctricos, una serie de Channel 4-Amazon Video basada en los relatos cortos de ciencia ficción de Philip K. Dick. Dee Rees, su directora y guionista, reveló que su radical adaptación del relato «The Hanging Stranger» (El extraño colgado), que se transforma en un comentario mordaz sobre la paranoia política, surgió a raíz de la campaña electoral de 2016. «Se expresaron y alimentaron muchas ideas peligrosas y se permitió que se propagasen. […] “Esto no está pasando de verdad”, decían. “Lo que ves no es lo que realmente ves”, decían. “Lo que estás escuchando no es lo que en realidad se quería decir”, decían».66
Durante un discurso en julio de 2018, el propio Trump afirmó: «Lo que veis y lo que leéis no es lo que está pasando».67 También se hizo viral otra frase de 1984, pero esta vez sí era de la novela: «El Partido instaba a negar la evidencia de tus ojos y oídos. Era su orden última y más esencial».
Es muy posible que sintamos nostalgia de esa época hace veinte años, cuando el Hermano Mayor era una broma y Orwell había «ganado». En una época plagada de populismos de extrema derecha, nacionalismos autoritarios, desinformación desenfrenada y una confianza menguante en la democracia liberal, no es fácil descartar sin más el mensaje de 1984. Eso, claro está, los que podemos leer dicho mensaje: en China, donde se aplica el régimen de censura más sofisticado del mundo, cualquier referencia al libro de Orwell se elimina de internet, igual que cualquier otra mínima expresión de desacuerdo.
Orwell fue al mismo tiempo demasiado pesimista y no lo suficientemente pesimista. Por un lado, Occidente no sucumbió al totalitarismo; el consumismo (y no una guerra interminable) se convirtió en el motor de la economía global. Pero no supo valorar la tenacidad del racismo y del extremismo religioso. Tampoco fue capaz de anticipar que los hombres y mujeres comunes y corrientes abrazarían el doblepiensa con el mismo entusiasmo que los intelectuales y, sin necesidad de recurrir al miedo ni a la tortura, elegirían creer que dos más dos es lo que quisieran que fuera.
1984 trata de muchas cosas y son las preocupaciones de sus lectores las que determinan cuál es primordial en cada momento de la historia. Durante la Guerra Fría, era un libro sobre el totalitarismo. En la década de 1980 se transformó en una advertencia sobre la tecnología invasiva. Hoy en día, es sobre todo una defensa de la verdad. Al final de la primera semana de la presidencia de Trump, Adam Gopnik, de la revista The New Yorker, se disculpó por haber pensado que la advertencia de Orwell era demasiado rudimentaria para el mundo moderno: «nos recuerda lo que Orwell comprendió acerca de este tipo de autoritarismo salvaje: en esencia, que se basa en mentiras repetidas tantas veces que luchar contra ellas no es solo más peligroso que repetirlas, también es mucho más agotador. […] La intención no es que la gente se las crea, sino que se sienta intimidada por ellas. La mentira no es una declaración sobre unos hechos concretos; la demencia es una forma deliberada de desafiar la idea misma de la cordura». De este modo, volvemos al punto de partida: Orwell en España. Es probable que «Recuerdos de la guerra civil española» se haya citado más en los últimos tres años que en los sesenta y tres años anteriores:
Estoy dispuesto a creer que la historia es en su mayor parte inexacta y sesgada, pero lo peculiar de la época en que vivimos es la renuncia total a la idea de que la historia podría escribirse con arreglo a la verdad. En el pasado, se mentía adrede o se coloreaba de manera inconsciente lo que se escribía, o bien se esforzaban los autores por precisar la verdad, aun a sabiendas de que habían de incurrir en no pocos errores. En todo caso, esos autores creían que existían «realidades», y que estas eran más o menos fáciles de descubrir. […] Es ese fundamento común del acuerdo, con su implicación de que todos los seres humanos pertenecen a una misma especie animal, lo que destruye a conciencia el totalitarismo. […] El objetivo implícito en esta línea de pensamiento es un mundo pesadillesco en el que el Jerarca Máximo, o el reducido grupo que detente el gobierno, controle no ya el futuro, sino también el pasado.
El temor de Orwell era que «el concepto mismo de verdad objetiva va desapareciendo poco a poco del mundo»; ese es el núcleo oscuro de 1984. Esa era su principal preocupación mucho antes de inventar el Hermano Mayor, Oceania, la nuevalengua o la telepantalla y es más importante que cualquiera de ellos. En su reseña original de 1949, la revista Ufe identificó la esencia del mensaje de Orwell: «Mientras los hombres sigan creyendo en hechos que se pueden probar y venerando el espíritu de la verdad en la búsqueda del conocimiento, nunca serán esclavos». Setenta años más tarde, ese condicional cada vez parece más difícil de preservar.

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