Leo Perutz. De noche bajo el puente de piedra.

abril 22, 2024

Leo Perutz, De noche bajo el puente de piedra
Libros del Asteroide, 2016. 286 páginas.
Tit. or. Nachts unter der steinernen Brücke. Trad. Cristina García Ohlrich.

Relatos ambientados en la Praga del siglo XVI, donde se mezclan el emperador Rodolfo II, el millonario judío Mordejai Meisl, diversos personajes de la corte, bufones extravagantes, pordioseros asustadizos, una esposa infiel en sueños, las calles del barrio judío y las riquezas de los palacios.

Un libro que va de menos a más, a medida que las historias se van uniendo en una especie de tapiz donde cada hebra tiene su importancia y las decisiones de unos cobran relevancia en la vida de otros. Del lirismo del cuento breve que da título al relato, a las historias de fantasmas y aparecidos, de pillos con suerte, de personajes que se disfrazan para ocultar su alcurnia o incluso de duelos entre nobles enfurecidos. Todo cabe en este mosaico que te acaba ganando con su frescura.

Hay que leerlo con el mismo ánimo festivo con el que supongo fue escrito.

Muy bueno.

Cuando la brisa nocturna se deslizó sobre las ondas del río, la flor del romero abrazó más estrechamente la rosa roja, y el emperador dormido notó el beso de su amada sobre sus labios.
—Llegas tarde —susurró ella—. Me acosté a esperarte. Me has dejado esperar tanto tiempo.
—Siempre he estado aquí —le respondió él—. Estaba tumbado contemplando la noche a través de la ventana y veía pasar las nubes y oía el susurro de las copas de los árboles. Estaba fatigado por las fatigas y el ruido del día, y creía que los ojos se me cerrarían, tan cansado estaba. Y finalmente llegaste tú.
—¿Llegué? ¿Es cierto que estoy contigo? —preguntó ella—. Pero ¿cómo he llegado hasta aquí? No conozco el camino, nunca lo había recorrido antes. ¿Quién me ha traído? ¿Quién me conduce noche tras noche hasta ti?
—Estás conmigo y te tengo en mis brazos, eso es lo único que sé —dijo el emperador.
—Entonces, posiblemente… —susurró ella— he caminado por las calles y subido las escaleras sin conocimiento, y las personas con las que me cruzaba me miraban extrañadas, pero nadie se me acercó, nadie me detuvo. El portón se abrió, las puertas cedieron y ahora estoy contigo. No está bien, no debería hacerlo. ¿Oyes el murmullo del río?
—Sí, lo oigo. Por la noche, cuando estás conmigo, es más fuerte que de costumbre, como si quisiera arrullarnos. La primera vez que lo escuchaste lloraste de miedo. Llorabas, y gritaste: «¿Qué me ha pasado? ¿Dónde estoy?».
—Estaba asustada. Te había reconocido y no podía entender que estuviéramos juntos —dijo ella—. La primera vez que te vi montabas un corcel blanco como la leche y detrás de ti venía un cortejo de caballeros armados; me pareció ver un relámpago, los cascos de los caballos restallaron y se oyó un tronar de trompetas, y yo corrí hacia mi casa gritando: «He visto al emperador en toda su magnificencia». Creí que el corazón me iba a estallar.
—La primera vez que te vi —dijo el emperador— estabas reclinada contra el muro de una casa, con los hombros un poco alzados como si quisieras huir u ocultarte, asustada como un pajarillo, así estabas, y unos rizos castaños te caían sobre la frente. Te miré y supe que no te olvidaría, que pensaría en ti día y noche. Pero cuanto más me acercaba a ti, más lejana me parecías, a cada instante te alejabas más, tan inaccesible eras que creí que te había perdido para siempre. Y cuando viniste y te acercaste a mí y te abracé, fue como un milagro o como un sueño. Mi corazón rebosaba de júbilo, y tú llorabas.
—Lloraba y ahora también quisiera llorar. ¿Dónde estamos y qué ha pasado con nosotros?
—¡Qué bien hueles! —dijo el emperador—. Hueles como una tierna florecilla cuyo nombre desconozco, así hueles.
—Y tú —musitó ella—. Cuando estoy contigo es como si paseara por una rosaleda.
Ambos callaron. El murmullo del río les arrulló. De pronto se levantó la brisa y el romero y el rosal se unieron en un beso.
—Estás llorando —dijo la rosa roja—. Tus ojos están húmedos y por tus mejillas corren lágrimas como gotas de rocío.
—Lloro —dijo el romero— porque algo me hace acudir a tu lado sin que yo lo quiera. Lloro porque tengo que irme lejos y deseo quedarme.
—No tienes que irte. Eres mía y te retendré. Durante cien noches le pedí a Dios que fueras mía. Eres un regalo de Dios.
—Sí, soy tuya. Pero no soy un regalo de Dios, no ha sido su mano la que me ha conducido hasta ti. Dios está enojado, y yo tengo miedo de su cólera.
—No está disgustado contigo —dijo el emperador—. ¿Cómo podría estarlo? Te mira, se sonríe y te perdona. —No —susurró ella—. No sonríe. Me he perdido al violar su mandamiento. No es un Dios que sonría y perdone. Pero pase lo que pase, aunque me repudie y me rechace, yo me quedaré contigo, no puedo marcharme. Y el romero y el rosal se abrazaron de nuevo temblando de miedo y de felicidad.
—¿Cómo pasaste el día? —preguntó el romero.
—El día de hoy —dijo la rosa— ha sido el de un pobre hombre, lleno de pesares, trabajos y preocupaciones. Grandes y pequeños señores, rufianes, mequetrefes, charlatanes, bribones y embusteros, grandes mentecatos y locos miserables, todos han pasado por aquí, así ha transcurrido el día. Llegaron y me susurraron palabras al oído, palabras malvadas y necias o palabras vanas y vacuas, querían esto o aquello y me abrumaron. Pero cada vez que cerraba los ojos, te veía a ti. Así he pasado el día, ¿y tú?
—Mi día son voces y sombras que me circundan. Paso por él como quien atraviesa la niebla, y no me encuentro a gusto en él, no es real, es mentira. Hay fantasmas que me llaman, me oigo hablar y no sé lo que digo. Luego el día se va como se esfuma una aparición, como se dispersa el humo, y estoy contigo. Solo tú eres verdad.
—En las horas más sombrías del día, cuando la confusión de los tiempos me oprime como un elfo —dijo el emperador— y a mi alrededor el mundo se revela en toda su vileza, sus mentiras, engaños y traiciones, entonces mi pensamiento vuela hacia ti, tú eres mi consuelo. En ti está la claridad. Cuando estoy contigo entiendo la vida y soy capaz de mirar de frente la falsedad, la mentira y la deslealtad. A veces te llamo porque no soy capaz de continuar solo, te llamo en voz alta aunque nadie me escuche, pero no acudes. ¿Por qué no acudes? ¿Qué es lo que te retiene cuando te llamo? ¿Qué te ata? No obtuvo respuesta.
—¿Dónde estás? ¿Me oyes? No te veo, ¿todavía estás aquí? Hace unos instantes te tenía en mis brazos y notaba el latido de tu corazón y tu aliento. ¿Dónde estás? —Aquí, contigo —se oyó la voz de ella—. Durante un instante me pareció estar muy lejos de aquí. Me pareció estar en mi casa, en mi alcoba, con la luz de la luna iluminando mi almohada y un pájaro que revoloteaba por la habitación, y el gato que llegaba del jardín y saltaba al alféizar, y luego algo tintineó. Yo me quedé quieta, escuchando, y entonces te oí gritar: «¿Dónde estás?», y de pronto estaba en tu casa. Y todo aquello, la habitación, la luz de la luna, el gato y el pájaro asustado… probablemente lo he soñado.
—Tus sueños son como los de los niños —dijo el emperador—. Cuando yo era niño también soñaba con praderas y bosques, con cacerías, perros, pájaros y toda clase de animales, y cuando me despertaba estaba lleno de alegría y de vitalidad. Más tarde vinieron las pesadillas, los sueños que me aterraban, y con frecuencia al anochecer deseaba que ya hubiese llegado la mañana. Y, a pesar de ello, la noche es más hermosa que el día. Cesa el alboroto de los hombres y de pronto suena una campanada, el ulular del viento, el susurro de las ramas de los árboles y del río, el aleteo de un pájaro; estas son las voces del mundo que aún se perciben, y sobre nosotros las eternas estrellas que siguen el recorrido trazado por su creador. Con frecuencia pienso que Dios ha creado a los hombres igual que ha creado las estrellas, y a pesar de ello, allá arriba reinan el orden y la obediencia, mientras que aquí abajo solo hay desorden, guerra y confusión. ¿Dónde estás? ¿Por qué callas? ¿En qué piensas? —Pienso, y no logro entenderlo, en cómo pude vivir un día y ser feliz sin ti. Las estrellas han de seguir su camino, pero en realidad deseo que se detengan, desearía que el tiempo se detuviera cuando estoy aquí, contigo.

2 comentarios

  • Francisco abril 23, 2024en1:10 pm

    Juan Pablo, también lo disfruté mucho y me quedé con ganas de leer más a Perutz.

  • Palimp abril 25, 2024en9:28 am

    Pues si leemos otro nos vamos comentando 🙂

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