Ana Rosa Gómez Rosal. Metasandman.

abril 25, 2024

Ana Rosa Gómez Rosal, Metasandman
Wabi Sabi Investments, 2023. 190 páginas.

Se vende como un artefacto metanarrativo que mezcla novela, filosofía, cómic y varias cosas más, pero en realidad es un repaso a la serie de Sandman libro a libro analizando, iluminando y en ocasiones discutiendo los conceptos filosóficos que aparecen en los relatos. Ojo, que no es poco.

Admirador como soy de la serie -que volví a leer este verano- he disfrutado de su lectura, aunque no esté de acuerdo con algunas interpretaciones que me parece que estiran demasiado el hilo. Pero en general la autora suele poner el dedo en la llaga. El libro lo cierra un cómic en el que varios filósofos dialogan acerca de lo hablado en el propio libro.

No está mal.


Ya les hemos notificado en anteriores y diversas ocasiones que nuestro Morfeo es bastante aristotélico, y ahora tenemos una nueva oportunidad para demostrarlo. Sandman, acostumbrado a lidiar con nuestras taras, es conocedor de cómo funcionan nuestros sentidos: «que sentido es la facultad capaz de recibir las formas sensibles sin la materia al modo en que la cera recibe la marca del anillo sin el hierro ni el oro; y es que recibe la marca de oro o de bronce pero no en tanto que es de oro o de bronce»90, es decir, una marca que es como una sombra. La literatura es el espacio privilegiado para desarrollar y demostrar esta afirmación, puesto que imprime en nosotros una huella sin necesidad de materia, y se queda su marca, sin que tengamos que recordar exhaustivamente los hechos, ni las fechas, ni siquiera las palabras exactas. No forma materialidades, pero sí compone, descompone y recompone ideas, imágenes. De ahí su estrecho vínculo con la filosofía, y con el mundo onírico.
El Señor de los Sueños se lo explica a sus fabulosos invitados así: «No es necesario que las cosas sucedan para que sean ciertas. Los relatos y los sueños son sombras de la verdad que perdurarán cuando los meros hechos sean polvo y cenizas y se olviden»91. En contraposición a lo que vimos en el capítulo sobre Calíope, aquí la sombra no tiene connotación negativa, sino que es aquello que nosotros, humanos ciegos, podemos apresar de una verdad, que dijo sabiamente la gatita exploradora del sueño anterior92.
Por cierto, cuando el Gato de los Sueños le dijo a la gata evangelista que ellos, los felinos, podían seguir «con la mirada a esas criaturas fantasmales» de los mundos, parecidos al nuestro pero distintos, podía estar desvelando dos cosas: o bien, que los mitos que refieren a una capacidad de visión ultra desarrollada en los gatos —lo cual les permitiría ver incluso a las almas errantes— son ciertos; o bien, que son mucho más propensos que nosotros a la fantasía. Sí, sí, no nos miren así. Ya les dejamos caer algo en la primera parte de este capítulo.
Los griegos no conocían la palabra imaginación, que es un añadido latino. El término que usaban para referirse a ella es (pavraaia, phantasia, derivada de la raíz (paívu) (faino), brillar, que es la misma raíz de la que proviene phantasma. Pero esperen, que hay más: también comparte etimología con un dios de la antigüedad griega. Y no con cualquier Dios. Con Phantaso, o Fantaso, hermano de Morfeo, encargado de proveernos los sueños donde aparecen objetos inanimados de la naturaleza.
Que nosotros, en la actualidad, relacionemos automáticamente la fantasía con lo radicalmente quimérico es, en gran parte, herencia de las disputas teológicas de la Edad Media. Por problemas con las fuentes del conocimiento, y la mente de Dios y el hombre hecho a su imagen (de donde proviene el término imaginación) y semejanza y esas cosas.

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