Álvaro Retana. Las locas de postín.

abril 4, 2024

Álvaro Retana, Las locas de postín
Odisea, 2004. 250 páginas.

Después de haber leído tantas cosas de Álvaro Retana tenía ganas de leer alguna de sus novelas galantes y entre lo poco que se puede encontrar escogí este libro que reúne dos novelita cortas.

Las locas de postín nos introduce en la vida de Rafael, que ha recibido una cantidad de dinero importante y que se verá timado por la Duquesa, que tiene ganas de echar mano a esa fortuna. En A sodoma en tren botijo asistimos a la llegada a la capital de un hermoso miembro del tercer sexo de provincias y como se introduce en un mundo que desconoce.

El autor en el prólogo afirma estar en contra de este tipo de desviaciones que el retrata solo como advertencia moral, pero queda clarísimo que es todo lo contrario, igual que cuando el Arcipreste de Hita dice que nos cuenta lo malo para que nos acerquemos a lo bueno.

Porque lo mejor de estas novelas no son la trama, prácticamente inexistente y en el primer caso incluso con una intención moralizante (como en otras obras de ficción de épocas pasadas quien tiene una conducta que se sale de la norma no puede tener un final feliz). Lo mejor son esas conversaciones entre las locas que se llaman en femenino, chispeantes, con ingenio, y que parece mentira que se escribieran antes de los cuarenta años de oscuridad que iba a vivir nuestro país.

Pensaba que habrían envejecido fatal, pero he disfrutado mucho con esta lectura, algunos pasajes siguen igual de frescos que entonces.

Muy bueno.

Lo sucedido fue que un ordenanza inexperto, recién llegado de provincias, que vino a entregarme el smoking, me encontró de muy buen humor y supuso que yo trataba de… invitarle al vals; pero, afortunadamente, tuvimos una explicación, le largué diez y seis pesetas, y todo se salvó; hasta mi honor, que ya lo daba por perdido.
—No necesita usted sincerarse con nosotras —interrumpió la Duquesa—, porque ya sabemos que no le gustan los plebeyos. Nos consta que la debilidad de usted son los señoritos. En cambio, yo no puedo soportarlos. El que más y el que menos es un sinvergüenza, que lo que quieren es explotarle a una, y luego, a la hora de la verdad, le sueltan a usted cada pufo como para morirse de asquito.
— Duquesa —dijo Rafael—. ¡Cómo se nota que vos sois democrática y simpatizáis con la clase baja!
—Porque es donde se encuentran los verdaderos hombres de la raza: hermosos, resistentes… y económicos. Hace dos días estuve en casa de Miranda, de palique con un organillero que quitaba la cabeza. Tenía el mismo tipo de Vicente Pastor, y unos ojazos negros del tamaño de dos cajas de betún. De lo otro no me atrevo a dar detalles para no alargaros los dientes. No
os digo más sino que algo tendrá el tal mocito cuando le llaman en su barrio el Destructor. Bueno; pues a lo que íbamos. Pasé con él una hora que me parecieron siete, y al marcharme, porque le di dos duros creyó que le venía Dios a ver. ¿Dónde vas a encontrar tú por diez pesetas un señorito de postín? Y a fin de cuentas, ¿crees tú que te haría el mismo servicio?
— Estoy con la Duquesa —reconoció Luisito —. Donde esté un chulo bien plantado, como el Chinorris, el Fantástico o el Pirindola, que se quiten los señoritos. Yo ya me he retirado de esta vida; pero conservo de cuando andaba por el mundo unos retratos de chulos al natural que habría que ser de piedra para no impresionarse.
— ¡Serás capaz de haberlos retratado tú mismo! —exclamó Rafael.
— ¡Naturalmente! —contestó la Poderosa—. Antes y después… del chocolate de Matías López. Y bien que se nota en las fotografías.
— ¡Ya pudiste haber avisado el día que las hiciste, mala mujer! —gruñó la Duquesa en tono de reconvención.
—Cuando vayas a casa te las enseñaré —prometió la Poderosa.


Declaraba veinticinco años y no costaba trabajo creerle, porque apenas representaba dieciocho. Las novelas libertinas de Retana —que hoy resultarían inofensivas— estaban tan de moda, que se vendían millares de ejemplares y hasta eran perseguidas por la dictadura en nombre de Doña Moral Ultrajada, y Missia Darrys, en París, le declaraba el novelista más guapo del mundo. ¿Qué más podía apetecer el niño loco y mórbido? Era el momento de la consagración de Alvarito cuando se le popularizaba como al ídolo representativo del vicio color de rosa, del pecado elegante, del extravío cautivador. Alvarito, poseído de su celebridad, embriagado en su triunfo, alardeaba de criatura terrible y saboreaba la vida agotando sus placeres. Entre nubes de oro y escándalo, Alvarito ofrecíase a España prodigando centenares de fotos en que aparecía con la indumentaria del padre Adán, y aunque no era un santo precisamente, poseía su altar, y los adoradores de uno y otro sexo iban en peregrinación a Manuel Silvela, 10, a reverenciarle encantados.
Pero, de repente, todo aquello derrumbóse con estrépito. El Gobierno dictatorial procesó y encarceló a
Alvarito. La crítica cesó de comentar sus producciones y así como antes era de buen tono celebrar a Retana, se puso de moda combatirle o desdeñarle. Y Alvarito, inteligente, cerró su piso de Madrid para trasladarse a Barcelona, donde residió largo tiempo trabajando como dibujante de figurines. A mi juicio, después de José Zamora, Retana es el primer dibujante español de elegancias femeninas
—No quiero saber de Madrid —me repetía Alvaro en sus cartas.
Pero de cuando en cuando hacía una escapada de Barcelona para pasar una noche con su amorcito de Madrid.

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