Marco Deveni. Falsificaciones.

abril 8, 2024

Marco Deveni, Falsificaciones
Thule, 2006. 160 páginas.

Antología de relatos breves (no pongo la lista por ser demasiado extensa) de Marco Denevi, a la que llego desde una obra en la que Max pone dibujos al cuento El perro de Durero incluído aquí. Un cuento buenísimo, por cierto.

Muchos de estos cuentos ofrecen una versión alternativa (o falsificada) de historias que pertenecen a nuestro canon cultural, como la resurrección de Lázaro o la historia de Edipo. Esta estrategia a veces arroja resultados brillantes, pero en general el final se adivina desde el principio y no me han parecido especialmente destacables.

Muy graciosos me han parecido los dos en los que sendos espectadores de teatro toman lo que ocurre en el escenario como cosas reales y van a increpar a los actores. También hay muchos cuentos muy buenos (dejo muestras) aunque se ven lastrados por otros tantos que, como he dicho antes, me parecen poco más que mediocres.

Pero bueno estar pagar el peaje de leer un cuento mediano si encontramos alguna joya.

Bueno.

EL ORIGEN DE LA GUERRA

Un lugar solitario al pie de los muros de Troya. Entran por distintos lados MENELAO y ELENA.
–¡Detente!
–¿Quién eres?
–¿No me reconoces?
–No. Y quítate del paso. Me aguardan mis camaradas. El combate se ha reanudado alrededor del cadáver de Patroclo.
–Soy Elena, tu mujer. Ahora me llaman Elena de Troya.
–Troya, Troya. Hace diez años que la sitiamos.
–Porque hace diez años Paris me raptó y me trajo aquí. ¿No recuerdas?
–Pero hoy tomaremos la ciudad.
–Te diré, jamás me acosté con Paris. Con otros puede ser. Pero jamás con Paris. Estoy pura ante tus ojos
–¿Oyes? Ese que gritó es Aquiles. La muerte de Patroclo le sacudió la modorra. ¡Y yo aquí perdiendo el tiempo!
–La familia de Paris no desperdiciaba oportunidad para humillarme. La madre nunca me dirigió la palabra. Y las hermanas para qué contarte. Odiosas como todas las cuñadas.
–Nuestras fuerzas se han concentrado en un punto estratégico. La tierra se estremece bajo los carros lanzados a la carrera. El bosque de lanzas hace oscurecer la luz del sol alrededor de las murallas. ¡Sublime
espectáculo!
–El único amable conmigo ha sido Héctor.
–¿Héctor? Ese es otro que tiene las horas contadas. Mató a Patroclo y Aquiles se la juró.
–Pero yo me di mi lugar. Cuando comenzó el sitio de Troya me encerraron en mi dormitorio. Ahora, aprovechando la confusión, pude escapar.
–Nadie escapará. Troya está irremisiblemente perdida. Tenemos veinte mil soldados, trescientos carros de asalto y, por si fuera poco, tenemos el caballo de Troya.
–Pude escapar y aquí estoy. Ya no necesitas seguir combatiendo.
–¿Qué dice esta insensata? Debemos vengar la muerte de Patroclo.
–Qué te importa Patroclo. Es asunto de Aquiles. La guerra se hace por mí. ¿No te acuerdas? Paris me raptó y entonces tú…
–¿Yo? ¿Qué tiene que ver conmigo toda esa historia de Paris y de tu rapto?
–Cómo, qué tiene que ver. Soy Elena.
–¿O te enviaron los troyanos para que me distraigas con tu cháchara?
–¡Soy tu esposa!
–Basta de cacareos. Debo ir a combatir.
–Combates para rescatarme. Y aquí me tienes. Se terminó la guerra.
–Esta mujer se ha vuelto loca. Miren si una guerra que ya dura diez años la vamos a hacer por una muñequita como tú.
–Y entonces. ¿Por qué la hacen, puedes decirme?
–¿Por qué? Ya no me acuerdo. Tampoco interesa. Una vez comenzada, la guerra se justifica por sí misma. No hay que buscarle excusas.
–Pues bien, te lo diré yo. Cuando Paris me raptó…
–Y dale con Paris. Paris está muerto.
–¿Muerto? Vaya, y era hermoso ese babieca. ¡Paris está muerto pero yo estoy viva!
–Suéltame.
–No te soltaré. No dejaré que te maten como a Patroclo.
–¡Suéltame, te digo! Mis camaradas me esperan.
–Yo te esperé diez años.
–¿Quieres convertirme en un desertor?
–¿Y tú a mí en una pobre viuda?
–¡Apártate!
–¡Abrázame, Menelao!
–¡Déjame pasar!
–¡Bésame!
Los dos gritan y forcejean rabiosamente. Hasta que él la mata de un lanzazo. ELENA cae con una gran mímica teatral. MENELAO salta por encima del cuerpo de ELENA y, antes de salir, se detiene, mira el
cadáver.
–Me parece haber visto esa cara, alguna vez, hace ya mucho tiempo. Pero ya no recuerdo. ¿Elena? ¿Quién podrá ser esta Elena? Quizás alguna espía troyana. Por algo se llamaba Elena de Troya. Hice bien en matarla.
Se va blandiendo la lanza. Y en tanto el ruido de las armas crece, en tanto el cielo arde con el fuego de los incendios y las murallas vacilan y las torres se hunden, Elena duerme plácidamente boca arriba.


Frecuentación de la muerte
María Estuardo fue condenada a la decapitación el 25 de octubre de 1586, pero la sentencia no se cumplió hasta el 8 de febrero del año siguiente. Esa demora (sobre cuyas razones los historiadores todavía no se han puesto de acuerdo) significó para la infeliz reina un auxilio providencial. Dispuso de ciento cinco días y de ciento cinco noches para imaginar la atroz ceremonia. La imaginó en todos sus detalles, en sus pormenores más ínfimos. Ciento cinco veces salió una mañana de su habitación, atravesó las heladas galerías del castillo de Fotheringhay, llegó al vasto hall central. Ciento cinco veces subió al cadalso, ciento cinco veces el verdugo se arrodilló y le pidió perdón, ciento cinco veces ella le respondió que lo perdonaba y que la muerte pondría fin a sus padecimientos. Ciento cinco veces oró, apoyó la cabeza en el tajo, sintió en la nuca el golpe del hacha. Ciento cinco veces abrió los ojos y estaba viva. Cuando la mañana del 8 de febrero de 1587 el sheriff la condujo hasta el patíbulo, María Estuardo creyó que estaba soñando una vez más la escena de la ejecución. Subió serena al cadalso, perdonó con voz firme al verdugo, oró sin angustia, apoyó sobre el tajo un cuello impasible y murió creyendo que enseguida despertaría de esa pesadilla para volver a soñarla al día siguiente. Isabel, enterada de la admirable conducta de su rival en el momento de la decapitación, se pilló una rabieta.


In Paradisum
Dios debe disponer que periódicamente los santos y los bienaventurados abandonen por una temporada el Paraíso, pues de lo contrario no saben u olvidan que viven en el Paraíso, empiezan a imaginar otro Paraíso por su cuenta, en comparación el Paraíso les parece muy inferior, una especie de caricatura, eso los pone melancólicos o coléricos y terminan por creerse los condenados del Infierno.
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