Santiago Eximeno. Un escarabajo de siete patas rotas.

abril 19, 2024

Santiago Eximeno, Un escarabajo de siete patas rotas

Santiago Eximeno es un maestro del cuento corto, tiene una imaginación sin límite y una mano para el horror que para sí quisieran algunos de los que más venden. Cada libro suyo es una caja de bombones envenenados con sabores deliciosos pero que luego te estropean la salud.

Muy bueno.


-MALOS SUEÑOS
Niña pequeña llora. Padre agotado se levanta y acude a su cuarto a consolarla. La madre no tarda en acompañarle. La niña no cesa su llanto. El padre grita, la madre retrocede. En ese instante la niña calla. El padre mira a la niña, mira a la madre. Alza la mano. La niña sonríe. El padre golpea. La madre llora. La niña aplaude con sus pequeñas manos, ronronea. El padre golpea de nuevo.
La mujer avanzaba entre la multitud, sosteniendo al niño entre sus brazos. Nadie prestaba atención, nadie le miraba. Hora punta, salida del trabajo, vuelta a casa; todos se refugiaban en sus propias preocupaciones. Al pasar a mi lado vi que la mujer lloraba.
Fue entonces cuando pensé que el niño no estaba dormido.
Mi madre bebe todos los días para olvidar que su madre olvida todos los días beber. Y comer. Y llorar. Mi madre sí llora. Todos los días.


—Y cuando me entrega los papeles el banquero me dice que, por mucho que yo insista, a él no le incumbe que yo no pueda pagar la hipoteca, que no se alegra pero que no puede hacer nada por ayudarme, que tener dos hijos pequeños no evitará que ejecuten el embargo. Que si tenemos que vivir en la calle no es culpa suya. Es mía. El banquero no se ríe, pero yo imagino que sí lo hace. Que se ríe en mi cara. Que se burla de mí. Y sé que mamá y la hermanita van a sufrir, que tú vas a sufrir. Todos vais a sufrir muchísimo cuando os lo cuente y nunca más comeremos perdices. Y es culpa mía. Y tengo que arreglarlo de la única forma que puedo hacerlo. Y he llorado mucho pero es lo mejor. Colorín colorado, a mamá y a tu hermana ya se lo he contado —dice el padre.
—¿Y así acaba el cuento, papa? —pregunta el niño.
—Todo —responde el padre y le muestra el cuchillo ensangrentado—. Así acaba todo, hijo.


VAMOS AL PARQUE
Vamos al parque. Con los niños. Nos han ofrecido un buen precio.
Vamos al parque. Con los niños. Los otros están esperando, en silencio. Con los cubos. Con las palas. No vemos más padres.
Vamos al parque. Con los niños. Otros padres nos preceden, otros nos siguen. Todos con los niños de la mano, todos al parque. En silencio.
Vamos al parque. Con los niños. Medio centenar de abuelos espera junto al tobogán. Sonríen. Nos invit a entrar. Huimos.
Vamos al parque. Con los niños. Vemos a ur hombre desnudo, famélico, sentado en el arenero, mirando al mar. No vemos ningún barco.
Vamos al parque. Con los niños. Ya ha anochecido. Preparamos el cebo: la niña llora. Esperamos.
Vamos al parque. Con los niños. Damos vueltas y vueltas y más vueltas, pero no lo encontramos. Desesperados, entramos en una juguetería.
Vamos al parque. Con los niños. No hay nadie. Junto a los columpios han abierto una fosa común. Esperamos.
Vamos al parque. Con los niños. Llevamos la regadera, el agua. Ellos sonríen cuando los plantamos. En un mes brotarán otros nuevos.
Vamos al parque. Con los niños. Ellos llevan las palas. Nosotros llevamos el cuerpo.
Vamos al parque. Con los niños. Nos dejan allí, con los otros padres. Jugamos al dominó, tomarnos las pastillas. Los niños nunca vuelven.
Vamos al parque. Con los niños. En el vagón hace calor. Los niños miran por la ventana. Mi mujer duerme. Yo me pregunto cuándo llegaremos.
Vamos al parque. Con los niños. Llueve- Sobre la arena, junto a los cubos y las palas, vemos un centenar de paraguas abandonados.
Vamos al parque. Sin los niños. Allí escogemos los que más nos gustan (tristes, rollizos) y nos los llevamos a casa.
Vamos al parque. Vienen los niños. Nos parapetamos tras el tobogán. Otros padres luchan ferozmente por el arenero. Gritamos.
Vamos al parque. Con los niños. Una nos cobra un euro por la entrada. En un banco d°s vagabundos representan Hamlet. Aplaudimos.
No vamos al parque. Los niños vienen a casa. Instalamos un columpio en la terraza. Después un tobogán. Los vemos caer en silencio.
Han cerrado el parque. Para siempre. N° n°s importaría si no nos hubieran olvidado dentro. Superaremos. Somos pacientes.


SONAMBULO
—He vuelto a soñar esta noche —dije.
El hombre de la bata blanca me miró con desinterés.
—¿Y qué has soñado? —preguntó mientras jugueteaba con el lápiz sobre su libreta.
—Lo mismo que las otras veces -—dije, y en su rostro se formó un gesto de reproche.
—No deberías soñar, ya lo sabes —dijo.
—No puedo evitarlo —respondí yo—. Soñé de nuevo que era una impresora matricial. Lo sé, es un sueño extraño, inusual. Creo que es por la sensación de inutilidad que me embarga. Me siento inútil.
—Eso no es cierto —dijo el hombre de la bata blanca, y anotó algo apresuradamente en su libreta—. Y lo sabes. Es sólo cuestión de tiempo que vuelvas a tu trabajo.
—Ya —dije yo—. Pero no puedo evitarlo.
El hombre de la bata blanca se levantó, se dirigió hacia la puerta de la cocina. Yo me quedé alH, bajo la en-cimera, en silencio, mientras hablaba con la mujer.
—Me temo que es más grave de lo que pensábamos. El fallo no afecta sólo al tambor, la fuga de agua también ha corrompido sus circuitos de memoria. Tendremos que cambiarle la lavadora.

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