Edu Galán. El síndrome Woody Allen.

diciembre 2, 2021

Edu Galán, El síndrome Woody Allen
Debate, 2020. 340 páginas.

Hace poco reseñaba por aquí A propósito de nada, autobiografía de Woody Allen que venía con polémica incorporada por las acusaciones de pederastia de su hija Dylan. Edu Galán aprovecha que en su momento dio un curso sobre el cineasta para preguntarse si sería posible dar ese mismo curso hoy en día o sería cancelado.

Se explican con detalle el caso de la acusación de abusos sexuales y que cada uno saque sus conclusiones. La justicia las sacó en su momento, dos hijos de Mia afirman que esos abusos existieron y uno que no y en este momento -para bien o para mal, depende del punto de vista- Allen no está acusado de nada ni tiene ninguna sentencia en su contra.

Lo que Edu Galán quiere poner de manifiesto es que movimientos como el #MeToo, que en principio ayudan a muchas mujeres a hacer visibles los abusos a los que fueron sometidas pueden ser utilizados para criminalizar a personas sin las garantías de presunción de inocencia que deberían tener. Yo en un juicio puedo presentar pruebas en mi descargo y aunque los jueces también se equivocan al menos hay un proceso legal que intenta esclarecer la verdad. En un linchamiento público no hay posibilidad de defensa.

Esto en los Estados Unidos, claro, porque aquí viene Plácido Domingo y se le aplaude con entusiasmo a pesar de las acusaciones de acoso sexual. Pero como se explica en el libro no nos libramos de la hiperprotección de ciertas mentalidades. Unas jornadas sobre prostitución fueron canceladas por el ruido mediático que las acusaban de blanquear el proxenetismo.

¿Nos estamos volviendo gilipollas hiperofendidos? De nuevo me reservo mi opinión no porque no la tenga sino porque hay jardines en los que sólo me meto cuando hay la posibilidad de dialogar de manera razonada. Sí que coincido con el autor en que la izquierda -y buena parte de la gente- parece que ha dado por perdidas las batallas contra la estructura capitalista de la sociedad y se dedica a otras cosas que el sistema puede integrar sin problemas. No importa que los empleados de Amazon tengan que mear en botellas de plástico para poder cumplir las cuotas si cancelan el contrato con un supuesto abusador como Woody Allen.

Un buen libro para reflexionar sobre estos temas estés o no de acuerdo con todas las posiciones del autor.

Bueno.

P.D. En el momento de escribir esta reseña se acaba de censurar un cartel de la gira de la cantante Zahara por ofensas a la virgen. Que no digo que no nos tenga que preocupar la moda de la hiperprotección que viene de fuera, pero de momento los ofendidos que consiguen cancelar cosas son los de ultraderecha.

Una buena terapia es evitar palabras tótem del sentimentalismo como «tolerancia»18 o «empatía», en apariencia buenas y unívocas cual Madre Teresa de Calcuta pero en realidad malas y polisémicas cual —de nuevo— Madre Teresa de Calcuta.19 El psicólogo Paul Bloom explica con acierto las —muchas— oscuridades del segundo constructo en su libro Contra la empatía. Argumentos para una compasión racional: «La empatía es imponderable y prejuiciosa. Escuchar que mi hijo ha sido herido ligeramente me mueve mucho más que escuchar de la horrenda muerte de miles de extranjeros. Esta podría ser una buena postura para un padre […], pero es una pobre actitud para un legislador y una guía moral mediocre para el tratamiento que le damos a los extraños».


¿Por qué #YoSíTeCreo y no #YoSíTeEscucho?
Una de las mejores formas de concienciación, visibilización y comunicación del Me Too fueron, imitando al tuit original, los hash-tags: permiten solidarizarse con la víctima y, a un tiempo, formar un grupo cuantificable, identificable y reforzador para sus miembros de personas que rechazan estos abusos —al principio del libro hablé del mecanismo del hashtag—. Entre ellos, el inglés #IBelieveYou o los españolizados #YoTambién o #YoSíTeCreo. En cambio, cuando estos hashtags pasan a utilizarse de una forma exclusivamente identitaria, comienzan a tener otros significados y a usarse como una herramienta de identificación. Centrémonos en el #YoSíTe-Creo.
Cuando se hace irrelevante la distinción entre abuso, violación o piropo; cuando se asume que la mitad de la población tiene pulsiones de violación sobre la otra y este comportamiento es aceptado por esa misma mitad que controla los poderes públicos y privados; cuando la historia se resume en una batalla entre hombres y mujeres y se explica todo mediante el patriarcado; y cuando por razones sentimentales se sitúa a la víctima o al victimizado como medida y verdad de todo, el sentido de #YoSíTeCreo pasa a convertirse en algo muy tenebroso, y deja la puerta abierta para los linchamientos. La periodista Hadley Freeman lo advertía en The Guardian con concreción: «La justicia no es “cree a todas las mujeres», como veo que mucha gente exige; es “escucha a todas las mujeres»». Un hashtag, que podía servir para comunicar con eficacia la desigualdad innegable entre hombres y mujeres y los abusos consecuentes, se convierte en una herramienta identitaria de señalamiento que, además, ayuda a propagar el miedo a los demás en las sociedades occidentales, contradictoriamente, más seguras que nunca.31
Escribe el sociólogo Frank Furedi:
#
Algunos observadores han dirigido su atención hacia la paradoja de que, al menos en el mundo occidental, la gente nunca había vivido tanto, nunca había tenido mejor salud física o disfrutado de una existencia más próspera y segura, y aun así la ansiedad y el miedo ejercen una significativa influencia. […] Las sociedades del siglo xxi tienen un umbral especialmente bajo de experimentación de la ansiedad que puede emanar de la incertidumbre. En consecuencia, se percibe a sí mismo como sujeto a una constante situación de daño.
En Years and years, la serie distópico-política emitida en España por HBO, ante la subida al poder de una líder —una de las maldades más acertadas del serial— de ultraderecha, uno de los protagonistas piensa en voz alta con un bebé en brazos mientras ve la tele: «Como dijo esa [la líder de ultraderecha], todo iba bien hace unos años, antes de 2008. Solíamos pensar que la política era aburrida. Pero ahora me preocupa todo. No sé por dónde empezar: el Gobierno, los bancos… Me espantan, y aún más las empresas, las marcas, las corporaciones, nos tratan como algoritmos, envenenan el aire, la temperatura y la lluvia. Por no hablar del Dáesh. Y ahora Estados Unidos.


Pero en la cruda realidad la probabilidad de que las grandes compañías inicien mecanismos serios con el objetivo de cambiar sus protocolos o su estructura empresarial y de negocio a partir de tu queja individual está casi anulada. En general no hay protestas individuales, ni siquiera grupales, que modifiquen las bases y estrategias de una gran empresa; sus inversiones, su política de contratación, su accionariado, sus estructuras directivas. Inconscientemente —sin Jung de por medio—, el cliente da ya por perdida esa macrobatalla, ya que además le es muy lejana a él y su realidad y tiene asumido que las únicas luchas individuales y grupales que se pueden ganar son secundarias —en importancia material— por mucho que a él le parezcan completamente centrales y llamen bastante la atención. De ahí que las multinacionales cedan sin demasiado problema en las luchas simbólicas —por ejemplo, que sus anuncios sean multiculturales—, en las luchas por el buen trato de los empleados en lo más bajo de la cadena laboral —por ejemplo, que quien te vende tu prenda de Primarle a cinco euros sea ultraamable—, en las luchas por derechos sociales menores —por ejemplo, la posibilidad de que las mascotas puedan entrar en un recinto—, en las luchas culturales —por ejemplo, que no programen películas de Woody Alien en la FNAC— o en las luchas identitarias accesorias —por ejemplo, la señalética de los baños para que incluya a los transexuales, un grupo muy reducido—.


Normalmente la erosión de la autoridad en un campo (como la religión) tenía como consecuencia su reconstitución en otro (como la ciencia). Una característica sorprendente de nuestra era es que el problema de la confianza ha asumido un carácter general que penetra en todo. Hoy la autoridad tiene muy mala prensa. Desenmascarar a la autoridad se ha convertido en una empresa de moda que se entremezcla con la cultura popular. Los que tienen puestos de autoridad —políticos, padres, curas, doctores, enfermeros y enfermeras— son normalmente «expuestos» por abusar de su autoridad. El hecho de que la palabra «autoridad» esté asociada tan rápidamente con el acto del abuso es sintomático del desencanto de la sociedad occidental con las llamadas figuras de autoridad.20

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