Carlos Ardohain. Los incógnitos.

septiembre 22, 2020

Carlos Ardohain, Los incógnitos

Dos amigos, que se nombran en el libro como X e Y (Equis e Igriega) aburridos de su trabajo y escritores frustrados deciden abrir en una galería de extrarradio una agencia de detectives. Tras un primer caso de seguimiento exitoso su vida se complica con el encargo peculiar de Fausto, un músico de éxito.

La verdad es que mientras la estaba leyendo no me parecía gran cosa, aunque legible. Pero a la hora de ordenar un poco las ideas para escribir esto veo que no hay por donde cogerlo. La trama no tiene mucho sentido, concatenación de escenas levemente hiladas (un seguimiento, un par de romances, un músico en su torre de marfil….) junto con una pizca de juego metaliterario.

Aquí la reseñan con más cariño que yo: Los incógnitos. A mí, desde luego, no me ha gustado.

Flojo.

Tomó el teléfono y llamó a la agencia de acompañantes, pidió que le mandaran a Zulma, como siempre. Llegó a la media hora, él la esperaba preparado. Zulma era una morocha imponente, alta, con el pelo ensortijado y abundante cayéndole sobre los hombros, profundos ojos negros, una boca de labios carnosos, espalda ancha y unas tetas enormes, caderas anchas también y un culo grande y perfecto sostenido por sus largas y fuertes piernas, por sus bellos y poderosos muslos. Y lo más importante: conocía sus preferencias, sus gustos. Lo saludó con una sonrisa y un beso:

—Hola, Fausto, veo que ya estás listo.

Él estaba con sus botas de caña alta, desnudo debajo de la bata, tenía cerca la fusta y una taza llena de almíbar. Ella se quitó toda la ropa menos el corpiño y la bombacha, se acercó a él, lo empujó hacia el sillón y le empezó a hacer masajes y caricias. De a poco él sintió crecer su excitación, ella tomó la taza y chorreó con almíbar su cuello, después empezó a lamerlo y chuparlo, el cuello, los hombros, la espalda, le tiró otro poco de almíbar en la cintura y los glúteos, lo chupaba y le daba suaves mordidas, eso a él lo ponía loco, entonces él le arrancó el corpiño y le empezó a besar y a chupar las tetas, ella le acariciaba con sus manos los pezones, metió la mano en la taza de almíbar y le pasó el líquido pringoso por las piernas, bajó y empezó a chuparle y morderle los muslos con energía, él se excitó mucho más y empezó a suspirar y gemir, ella subía, metió la mano otra vez en la taza y le embadurnó los testículos y la pija con almíbar, él le revolvía el pelo y le apretaba el cuero cabelludo con la punta de sus dedos, ella le chupó los huevos dulces con fuerza, él le tiraba el pelo y abrió mucho sus piernas, entonces ella subió con su lengua despacio por el tronco de su verga dándole suaves mordidas de costado, él tomó la fusta y le dio un chicotazo en la espalda, ella gimió y levantó la cabeza, lo miró con fuego en los ojos, bajó de nuevo y se metió la verga en la boca, toda, de una vez, y lo empezó a chupar alternando succiones intensas con suaves caricias con su lengua en el glande, a veces se la sacaba y le ponía un poco más de almíbar, mordía un poquito de costado, que a él le gustaba tanto, y se la metía de nuevo, la verga ya estaba muy colorada, hinchada, a punto de explotar, ahora venía la parte que a ella no le gustaba, tenía que tragarse todo, chuparlo y tragar todo el semen, era una exigencia que él hacía siempre, una condición, por eso le puso mucho almíbar en la punta y chupó con fuerza y ritmo, moviendo la cabeza hacia adelante y atrás para que ese hijo de puta acabara de una vez, para pasar rápido ese mal trago, ella sabía cómo llevarlo, ya venía, estaba respirando como un caballo, él sintió venir la ola, sintió la serpiente reptar, le empujó la cabeza, se dejó hacer, se dejó ir y acabó tirándole de los pelos, y ella tragó ese veneno, lo tragó todo y pensaba en otra cosa, trataba de estar lo más lejos posible de este sillón, de esta mierda de botas rotas y arañadas que a este enfermo le gustaba usar. Terminó y se levantó, fue al baño a enjuagarse la boca, a lavarse los dientes, a sacarse ese gusto a muerte. Se puso el corpiño y la ropa, se arregló el pelo y se sirvió un trago de whisky, siempre lo hacía después de terminar con él, sólo un trago, le cambiaba el sabor y era como pasar a otra cosa. Fausto le pagó y ella le dio un beso en la mejilla y se fue pensando: andate a la mierda, hijo de puta. Él se fue al baño y se dio una ducha muy caliente, estuvo un buen rato. Después salió y se puso la bata, se sirvió un whisky doble y puso otra vez el disco. Isolation.

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