Alexis de Tocqueville. La democracia en América.

septiembre 23, 2020

Alexis de Tocqueville, La democracia en América

El origen de este libro se puede leer en su entrada de la wikipedia:

En 1831 Alexis de Tocqueville y Gustave de Beaumont, ambos franceses, fueron enviados por el gobierno galo para analizar el sistema penitenciario norteamericano. Llegados a Nueva York en mayo, pasaron nueve meses viajando a través del país, observando no solamente las prisiones sino muchos otros aspectos de la sociedad norteamericana, como la economía y la política. También pasan una temporada en Canadá, en concreto el verano de 1831, tanto en el Bajo Canadá como en el Alto Canadá —provincias que luego se convertirían en Quebec y Ontario—.

A la vuelta además de un informe que les habían pedido Tocqueville escribió este libro que se convirtió en un clásico instantáneo. Tenemos que tener en cuenta que mientras en Estados Unidos se acababa de crear una república democrática, en Europa se enfrentaban las fuerzas del viejo mundo con las del nuevo, y en muchos sitios sobrevivieron llegando a un acuerdo (monarquías parlamentarias).

El libro tiene páginas muy interesantes de análisis que sigue siendo vigente hoy en día (dejo al final ejemplos) pero en general no es un libro para un lector como yo, incauto. Se extiende demasiado en la organización política y religiosa de EEUU en la época y, si no eres especialista, el asunto te interesa más bien poco.

Tampoco ha ayudado que lo haya leído en este confinamiento donde no apetece ponerse con lecturas tan serias. Aquí lo analizan bien: La democracia según Alexis de Tocqueville
y aquí otro artículo interesante: La democracia en América: bicentenario de Tocqueville
.

Para especialistas.


Qué exigís de la sociedad y de su gobierno? Es necesario entenderse.
¿Queréis dar al espíritu humano cierta altivez, una manera generosa de concebir las cosas de este mundo? ¿Queréis inspirar a los hombres una especie de desprecio de los bienes materiales? ¿Deseáis hacer nacer o mantener convicciones profundas y preparar grandes sacrificios?
¿Se trata para vosotros de pulir las costumbres, de elevar las maneras y de hacer brillar las artes? ¿Queréis poesía, ruido y gloria?
¿Pretendéis organizar un pueblo en forma de obrar fuertemente sobre todos los demás? ¿Lo destináis a intentar grandes empresas y, cualquiera que sea el resultado de sus esfuerzos, a dejar una huella inmensa en la historia?
Si tal es, según vosotros, el objeto principal que deben proponerse los hombres en sociedad, no toméis el gobierno de la democracia; no os conduciría seguramente a la meta.
Pero si os parece útil desviar la actividad intelectual y moral del hombre hacia las necesidades de la vida material, y emplearla en producir el bienestar; si la razón os parece más provechosa a los hombres que el genio; si vuestro objeto no es crear virtudes heroicas, sino hábitos pacíficos; si preferís mejor ver vicios que crímenes, y preferís menos grandes acciones, a condición de encontrar menos delitos; si, en lugar de actuar en el seno de una sociedad brillante, os basta vivir en medio de una sociedad próspera; si, en fin, el objeto principal de un gobierno no es, según vosotros, dar al cuerpo entero de la nación la mayor fuerza o la mayor gloria posible, sino procurar a cada uno de los individuos que lo componen el mayor bienestar y evitarle lo más posible la miseria; entonces, igualad las condiciones y constituid el gobierno de la democracia.
Si ya no es tiempo de elegir, y una fuerza superior al hombre os arrastra ya, sin consultar vuestros deseos hacia uno de los dos gobiernos, tratad al menos de obtener todo el bien que puede hacer y, conociendo sus buenos instintos, así como sus malas inclinaciones, esforzaos en restringir el efecto de los segundos y desarrollar los primeros.


Los norteamericanos confunden tan completamente en su espíritu el cristianismo y la libertad, que es casi imposible hacerles concebir el uno sin la otra; y no es entre ellos una de esas creencias estériles que el pasado lega al presente, que parece menos vivir que vegetar en el fondo del alma.
He visto a norteamericanos asociarse para enviar sacerdotes a los nuevos Estados del Oeste, y para fundar en ellos escuelas e iglesias.
Temían que la religión llegara a perderse en medio de los bosques, y que el pueblo que surge no pudiera ser tan libre como aquel de que había salido. Encontré habitantes ricos de la Nueva Inglaterra que abandonaban el país de su nacimiento con el objeto de ir a echar, en las orillas del Missouri o en las praderas de Illinois, los cimientos del cristianismo y de la libertad. Así es como en los Estados Unidos el celo religioso. se aviva sin cesar en el fuego del patriotismo. Pensáis que esos hombres obran únicamente en consideración a la otra vida; pero os engañáis; la eternidad es sólo uno de sus cuidados. Si interrogáis a uno de esos misioneros de la civilización cristiana, quedaréis grandemente sorprendidos al oírles hablar tan a menudo de los bienes de este mundo, y encontrar hombres políticos donde no creíais ver sino a hombres religiosos. Todas las Repúblicas norteamericanas son solidarias las unas de las otras, os dirán; si las Repúblicas del Oeste cayeran en la anarquía o sufrieran el yugo del despotismo, las instituciones republicanas que florecen a orillas del Atlántico estarían en gran peligro; tenemos, pues, interés en que los nuevos Estados sean religiosos, a fin de que nos permitan ser libres.


Me parecen muy ciegos quienes piensan volver a encontrar la monarquía de Enrique IV o de Luis XIV. En cuanto a mí, cuando considero el estado a que han llegado ya varias naciones europeas y aquel a donde tienden todas las demás, me siento inclinado a creer que bien pronto entre ellas no se encontrará ya lugar sino para la libertad democrática o para la tiranía de los Césares.
[…]
Quienes después de leer este libro juzgaren que al escribirlo he querido proponer las leyes y las costumbres angloamericanas para que sean imitadas por todos los pueblos que tienen un estado social democrático, cometerían un gran error. Se habrían fijado sólo en la forma, abandonando la sustancia misma de mi pensamiento. Mi fin ha sido mostrar, por medio del ejemplo de Norteamérica, que las leyes y sobre todo las costumbres podían permitir a un pueblo democrático permanecer libre. Estoy, por lo demás, muy lejos de creer que debemos seguir el ejemplo que la democracia norteamericana ha dado, e imitar los medios de que se ha servido para alcanzar ese fin con sus esfuerzos; pues no ignoro cuál es la influencia ejercida por la naturaleza del país y los hechos anteriores sobre las constituciones políticas, y yo vería como una gran desgracia para el género humano que la libertad debiese manifestarse en todos los lugares con las mismas características.
Pero pienso que si no se logran introducir poco a poco y fundar al fin entre nosotros instituciones democráticas, y se renuncia a proporcionar a todos los ciudadanos ideas y sentimientos que primeramente les preparen para la libertad y en seguida les permitan su uso, no habrá independencia para nadie, ni para el burgués, ni para el noble, ni para el pobre, ni para el rico, sino una tiranía igual para todos; y yo preveo que si no se logra con el tiempo fundar entre nosotros el imperio pacífico del mayor número, llegaremos tarde o temprano al poder ilimitado de uno solo.

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