Sonia Fernández-Vidal. Desayuno con partículas.

septiembre 21, 2020

Sonia Fernández-Vidal, Desayuno con partículas

Libro de divulgación de mecánica cuántica escrito al alimón por la física Sonia Fernández-Vidal y el periodista Francesc Miralles. Ya en los comienzos del siglo XX escribió Gamow los libros del señor Tompkins para explicar con cuentos divulgativos el extraño mundo de la relatividad y el mundo cuántico. Este libro bebe de ahí y nos ofrece unas historias actualizadas y más modernas.

Estos relatos son bastante divulgativos y para un neófito será una excelente introducción a los fenómenos extraños de la mecánica cuántica. Esta es la parte buena.

La parte mala es que, para alguien que conozca medianamente el tema no le aportará nada nuevo, e incluso algunos ejemplos pueden ser más oscurecedores que otra cosa. También que hay una cierta desorganización de los temas, se va saltando de uno a otro sin que haya ningún hilo conductor.

La parte peor son algunos capítulos como el segundo que no hay por donde cogerlos. Para que se hagan una idea cada capítulo tiene su bibliografía y la de este incluye a Jorge Bucay y el famoso artículo de los monos y el chorro de agua que nunca existió (ver más aquí: Rompiendo el paradigma del experimento de los monos y That “Five Monkeys Experiment” Never Happened
. Por suerte este tipo de anécdotas no es lo más abundante.

Recomendable sólo para muy neófitos. El resto, abstenerse.

PRINCIPIO DE SUPERPOSICIÓN
A lo lejos se ve la cima de una montaña. Parece tan pequeña que en menos de una hora se podría llegar, de no haber un vasto laberinto de setos y muros entre ellos y aquella cumbre.

Los caminos giran y se retuercen formando estrambóticos dibujos. No hay pista que les permita intuir cuál es la dirección correcta.

—¿Ves aquel montículo? —le señala el hada—. Para salir del mundo cuántico y volver a tu casa debemos llegar allí: el centro del laberinto.

—¿Para llegar a mi casa? ¿Quieres decir que estoy aquí atrapado? —pregunta Francesc alarmado mientras se pellizca fuerte el brazo para cerciorarse de que no está soñando.

—¿Qué esperabas? Hace poco que me doctoré, así que tengo poca práctica. Hemos podido teleportarnos cuánticamente aquí gracias a mis alas, pero antes de volver a hacerlo pasarán unos días. Se tienen que recargar… o algo así.

—¡Teleportarnos! ¿Así es como hemos llegado hasta aquí?

—Claro. ¿Cómo si no pensabas viajar al mundo cuántico en un pestañeo? Pero ahora no puedo entretenerte con detalles… Es más importante que comprendas el principio de superposición, que para eso Sonia me pidió ayuda.

Francesc se resigna a aceptar que no está soñando tras hacerse un buen moretón en el brazo.

—Va a ser complicado —suspira mi amigo al ver el laberinto—. ¡Esto es un tremendo lío!

—No te preocupes. Lo importante no es llegar sino el camino —añade sonriente Quiona—. O, en este caso, los caminos… Y pronto verás que esta frase jamás cobró tanto sentido como hoy…

Sin perder ni un segundo, nuestros protagonistas se adentran en el laberinto.

Una vez atraviesan la puerta de entrada, encuentran el primer reto que deben superar. Tan sólo un pasillo horizontal que se extiende por la izquierda hasta el infinito y por la derecha también hasta el infinito. No hay una sola esquina, ni curvas, ni nada.

—No entiendo nada —dice desconcertado Francesc a su hada—. ¿Cómo vamos a llegar al centro del laberinto si no hay una sola esquina ni giro ni nada?

—Este laberinto es un cachondo —añade Quiona como si tuviese vida propia—. Aquí nada es lo que parece. Verás, el laberinto está tras este muro…

Francesc toca la pared frente a sus narices. Es demasiado alta para que puedan saltarla y demasiado robusta para derribarla.

—Pues entonces estamos perdidos, a no ser que con esa varita te saques un truco de debajo de la manga.

En ese momento algo se les acerca corriendo. Es redondo y se mueve tan rápido que cuesta distinguirlo, como si estuviese desenfocado. Cuando llega hasta ellos, disminuye la velocidad, pero, para sorpresa de Francesc, parece que se difumine todavía más. Pensando que algo le nubla la vista, cierra con fuerza los ojos y los abre de nuevo, pero la imagen no se vuelve más nítida[15].

—¡Hola, Quiona! —grita la pequeña bola sin llegar a detenerse del todo—. Qué alegría verte…

—Igualmente digo, electrón. ¿Vas al centro del laberinto?

—Sí. ¡¡¡Quiero viajar a un nivel de energía superior!!!

Acto seguido, Francesc contempla boquiabierto cómo el electrón vuelve a coger carrerilla y se lanza contra la pared. Después de rebotar y de darse un buen trompazo, se levanta al instante y en el segundo intento lo logra: ¡ha atravesado la pared!

—Ahora nos toca a nosotros —lo desafía Quiona con cara de pícara.

Francesc la mira perplejo. No da crédito a lo que está oyendo.

—El electrón ha hecho lo que aquí llamamos «tunelear». En el mundo cuántico a veces podemos atravesar muros. La diferencia con tu mundo es que la posibilidad de que puedas atravesar la pared de tu casa es pequeñísima. ¡Casi imposible! Deberías estrellarte contra ella durante una eternidad para conseguirlo. Es muy probable que antes te hayas molido los huesos.

Francesc arquea una ceja en señal de duda.

—Qué… ¿te atreves? —le pincha con sorna el hada—. Esta pared no es tan gruesa. Como mucho te darás unos cuantos porrazos.

Francesc acepta el reto un poco picado. Si un electrón puede «tunelear», también él ha de ser capaz de hacerlo.

Aprieta los dientes y corre contra la pared. Cruza los brazos para protegerse del choque inminente… Pero el impacto no llega.

¡Ha atravesado la pared!

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