Ariadna Castellarnau. La oscuridad es un lugar.

junio 2, 2025

Ariadna Castellarnau, La oscuridad es un lugar
Planeta, 2020. 160 páginas.

Incluye los siguientes relatos:

La oscuridad es un lugar
Calipso
Marina Fun
De pronto un diluvio
Al mejor de todos nuestros hijos
Los chicos juegan en el jardín
La isla en el cielo
El Hombre del agua

Que se enmarcan dentro de la fantasí, rozando el terror, lo que se viene a llamar new weird, parecidos a los relatos de Kelly Link pero más oscuros. Una familia que huye de un delincuente y cuya hija encuentra a un extraño habitante del bosque, una niña que va a ser vendida a un prostíbulo que es más de lo que parece, un niño sirena, un pueblo que homenajea a sus hijos ilustres con un árbol en un parque… historias que en muchas ocasiones no tienen un cierre definitivo pero que te dejan con mal cuerpo.

A mí, que me gusta que me sugieran más que que me cuenten, estos relatos que dibujan en pocas páginas un mundo sobrenatural y espantoso, sin dar demasiados detalles, me han encantado. No tenía muchas expectativas pero ha sido todo un descubrimiento. Una autora que merece mucho la pena.

Muy bueno.

La niña se había quedado dormida con la cabeza apoyada en él y ahora Igor conducía con el cuerpo rígido por miedo a despertarla. Le gustaba tenerla cerca. La niña olía a grasa de pelo sucio y también a tierra y a lluvia. No era un olor agradable, pero él lo bebía a pequeños sorbos.
Después de lo del minishop, creía que algo había ocurrido entre ellos dos. La niña no lo había delatado. ¿Era verdad lo que había dicho? ¿Estar con él en esa carretera camino al Calipso era mejor para la niña que estar en cualquier otra parte? Estas preguntas hicieron que se activara en Igor algo parecido a la compasión. Y junto con la compasión le sobrevino otra cosa: unas ganas irracionales de inclinarse hacia la niña, cogerla en brazos y deslizarse en el interior de sus ojos como por un túnel negro como el carbón. El corazón le latía muy deprisa. Tenía la sensación de que hasta esa noche jamás se le había ocurrido que el hecho de existir pudiese ser algo sorprendente. Y ahora quería aferrarse a este descubrimiento. No dejarlo escapar.
Se deslizaban velozmente por la carretera recta y plateada a la luz de los faros. A ambos lados de las ventanillas y en el horizonte y tras ellos, igual que una boca hambrienta, se abría el vacío oscuro. Hacía rato que no veían señales ni carteles indicadores, solo de vez en cuando un mojón cuentakilómetros, que aparecía y desaparecía en un parpadeo.
Podían estar en cualquier parte del mundo. Incluso fuera del mundo. Dos supervivientes de una catástrofe cósmica. De repente, unas luces despuntaron a lo lejos. Al aproximarse, Igor atisbó unas camas elásticas, unos autos de choque y un tiovivo. Era una feria ambulante, de las que van de pueblo en pueblo. Era raro que la hubieran levantado justo ahí, en mitad del campo, rodeada de una nada fantasmagórica. La furgoneta pasó de largo.
—¡Quiero ir a la feria! —gritó la niña, que volvía a estar despierta.
—Ya la hemos dejado atrás —contestó Igor.
—Pero yo quiero ir a un sitio divertido.
—Te estoy llevando a un sitio.
—Pero ¿es divertido?
—Depende de para quién.
La niña comenzó a sollozar. ¡La feria! ¡La feria!, gemía haciendo pucheros. Era puro teatro, no estaba llorando de verdad, pero la posibilidad de pasar un rato los dos juntos se había ido abriendo paso dentro de la cabeza de Igor, silenciando todos sus otros pensamientos. Dio media vuelta en mitad de la carretera y enfiló para el otro lado, en dirección a la feria.
Al bajar de la furgoneta, ella le tomó la mano con un gesto natural, acompañado de una sonrisa, y su cara se volvió casi bonita. Si no fuera tan pálida, pensó Igor, sería arrebatadora.
Compró unas salchichas con mostaza y un par de refrescos y se sentaron en un banco frente al puesto de pesca de patos. Los patos giraban y giraban dentro de un bidón de plástico y unos niños trataban de pescarlos. Junto a él, la niña mordisqueaba su pan y no dejaba que le chorreara ni una gota de mostaza sobre el short. Igor se recostó en el respaldo y, mecido por aquella calma, se dedicó a desterrar cada pensamiento que llegaba, hasta que no quedó ningún recuerdo, malo o bueno, al que oponer resistencia. Era interesante lo que uno experimentaba al llegar a ese punto: el vacío de la mente, la certeza de estar lejos de todo peligro. Una duda se interpuso entonces entre él y ese estado de paz recién adquirido.

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