Alice Munro. Demasiada felicidad.

septiembre 24, 2020

Alice Munro, Demasiada felicidad
Random House Mondadori, 2010. 340 páginas.
Título original: Too Much Happiness. Traducción: Flora Casas

Incluye los siguientes relatos:

Dimensiones
Ficción
El filo de Wenlock
Pozos profundos
Radicales libres
Cara
Algunas mujeres
Juego de niños
Madera
Demasiada felicidad

Mis preferidos el primero y el último. Dimensiones, drama de una mujer que ha sido víctima de un suceso trágico que no desvelaré (y que en la trama se desvela también tarde) con redención final. Demasiada felicidad los últimos momentos de Sofía Kovalevsky, que a lo interesante del tema añade un cuidado y una ternura propias del mejor Zweig.

En Juego de niños la historia de dos falsas mellizas aunque se adivina un poco el final que llega bruscamente funciona estupendamente. Ficción y la multiplicidad de puntos de vista a través del tiempo y de los ojos de otra persona. También me gustó mucho Algunos mujeres, con las luchas de poder cuyo campo de batalla es un enfermo moribundo.

Me quedo con la misma impresión que con muchos premios Nóbel, que se premia más una excelente construcción que un planteamiento transgresor y vanguardista, pero en cualquier caso son relatos magníficos.

Recomendable.

Luego las débiles luces de una aldea, y algunos pasajeros que se levantan, se abrigan metódicamente, recogen su equipaje, bajan del tren con dificultad y desaparecen. Reanudan el viaje, aunque poco después vuelven a ordenar que salga todo el mundo. No por una acumulación de nieve, esta vez. Los suben en manada a un bote, un pequeño transbordador que los adentra en unas aguas negras. A Sofia le duele tanto la garganta que está segura de que no podría hablar si tuviera que hacerlo.

No tiene ni idea de cuánto dura la travesía. Cuando atracan, tienen que entrar en un cobertizo de tres paredes, con poco sitio para resguardarse y ningún banco. Llega un tren tras una espera que Sofia no puede calcular. Y cuando llega, qué agradecida está ella, a pesar de que no tiene más calefacción que el primero y sí los mismos bancos de madera. Da la impresión de que el agradecimiento por las escasas comodidades depende de los suplicios por los que haya habido que pasar antes de conseguirlas. ¿Y no es deprimente ese sermón?, le gustaría decirle a alguien.
Al cabo de un rato se detienen en un pueblo más grande en cuya estación hay cantina. Sofia está demasiado cansada para bajar y abrirse paso hasta allí como hacen otros pasajeros, que vuelven con humeantes tazas de café. Pero la mujer que ha comido col trae dos tazas, y resulta que una es para Sofia. Ella le sonríe y hace cuanto puede por expresar su gratitud. La mujer asiente con la cabeza como si tantos aspavientos fueran innecesarios, incluso impropios, pero sigue allí de pie hasta que Sofia saca las monedas danesas que le ha dado el vendedor de billetes. Con un gruñido, la mujer coge dos con sus dedos húmedos y enmitonados. Lo que vale el café, probablemente. Por el detalle, y por el transporte, no le cobra. Así son las cosas. La mujer vuelve a su asiento sin pronunciar palabra.

Han entrado nuevos pasajeros. Una mujer con un niño de unos cuatro años, con un lado de la cara vendado y un brazo en cabestrillo. Un accidente, visita a un hospital rural. Un agujero en la venda deja al descubierto un ojo triste y oscuro. El niño apoya la mejilla sana en el regazo de su madre, que extiende parte de su mantón sobre el cuerpo de la criatura. No lo hace con especial ternura y desvelo, sino de un forma un tanto automática. Ha pasado algo malo y le ha caído encima otra preocupación; eso es todo. Y los hijos esperando en casa, y quizá otro en el vientre.

Es terrible, piensa Sofia. Es terrible la suerte de las mujeres. Y ¿qué diría esa mujer si Sofia le hablase de las nuevas batallas, de la lucha de las mujeres por el voto y por poder trabajar en las universidades? Quizá diría: pero si no es ése el deseo de Dios. Y si Sofia le rogase librarse de aquel Dios y aguzar la mente, sin duda la miraría con cierta lástima y terquedad, y diría agotada: y entonces, sin Dios, ¿cómo vamos a aguantar esta vida?

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