Club internacional del libro, 1983. 190 páginas.
Solemos olvidar a los clásicos porque nos obligaron a leerlos en la escuela. No sé que recuerdo tenÃa de estos cuentos, pero era malo y me esperaba algo soporÃfero. Pero no es asÃ; la recopilación de leyendas que giran alrededor de la Alhambra y que incluyen un sin fin de encantamientos, princesas enamoradas e incluso aguadores afortunados está escrita en un lenguaje vivaz que no ha envejecido nada y que se disfruta igual que una recopilación moderna en el mismo sentido como es Leyendas españolas.
Hoy no creemos en fábulas, no como en la antigüedad que al decir de Irving:
En aquellos dÃas, la gente se rendÃa enamorada más rápidamente que ahora, atestiguándolo asà todas las fábulas y leyendas. No fue extraño, por tanto, que los ojos de las tres princesas, implorantes de favor y relampagueantes de emoción se clavaran como flechas en el alma y en la fantasÃa de los tres ardorosos caballeros, más cautivos que antes desde aquel momento, no sólo en homenaje de gratitud, sino, especialmente, en rendimiento de admiración. Lo singular era que cada uno de ellos habÃa quedado prendado de distinta princesa, en tanto que éstas, intensamente impresionadas por el sereno continente de los nobles cristianos, fomentaron en sus pechos esa impresión, estimulada asimismo por el valor que oyeron desplegado por los caballeros en el combate y por su brillante alcurnia.
Una lectura muy agradable, y nunca está de más bucear en nuestro pasado.
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Irving, Washington – Cuentos De La Alhambra.doc
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Extracto:[-]
Volviendo a nuestro cuento. Peregil habÃa empezado su negocio con su único cántaro de agua, grande, es cierto, que llevaba a las espaldas, Gradualmente ascendió en categorÃa entre los de su oficio, tanto, que se procuró una ayuda, la más útil que podÃa: un velludo borriquillo. A cada costado de su orejudo compañero iban los cántaros, en cuévanos y protegidos con hojas de higuera contra el calor directo del sol. Granada no conocÃa aguador más infatigable ni de mayor jovialidad: las calles de la ciudad recogÃan su pregón, vivo y placentero, que lanzaba marchando detrás del borriquillo. pregón que en verano se oye en todas las ciudades españolas: «¡Agua! ¿Quién quiere agua, más frÃa que la nieve?» Cuando un parroquiano se le acercaba, le servÃa con palabras agradables, respondidas siempre con una sonrisa; y si quien querÃa el agua era mujer, no faltaban la mirada picaresca o el galanteo o el requiebro.
Asà tenÃa Peregil fama de ser uno de los hombres más corteses, divertidos y felices de Granada. ¡Pero cuan cierto es que quien rÃe y quien más alegre parece no es el más dichoso! Bajo esta capa de jovialidad, le ahogaban a Peregil pesares y cuidados. TenÃa una larga prole, hijos andrajosos y hambrientos que esperaban a su padre cuando por las noches volvÃa a la mÃsera vivienda que habitaban, pidiéndole pan a voz en grito. Su compañera, bien lejos de ayudarle, era para él carga pesada; antes del matrimonio lucio agraciada belleza y bailó con habilidad y arte el bolero, acompañándose de las castañuelas; y ahora se gastaba el escaso dinero que Peregil ganaba a fuerza de sudores y vigilias en baratijas y en fruslerÃas, y se apoderaba del borriquillo los domingos, los dÃas de
santos y las innumerables fiestas que en España se celebran, y que son más nunerosas que los dÃas de trabajo. Como si esto fuera poco, en la esposa de Peregil se reunÃan, además, el desaliño y la pereza, y un deseo tan incontenible de saberlo todo y de entender de todo, metiéndose en berenjenales, que abandonaba casa, quehaceres, cuanto tuviera en mano para correr adonde hubiese un enredo que oÃr y en el que dar opinión y consejo.
Pero el ordenador del universo que atempera los vientos a las necesidades de los débiles, acomoda, asimismo, el yugo del matrimonio a los caracteres de quienes han de soportarlo. Y en esto tenéis a Peregil, que parecÃa sufrirlo todo con resignación porque querÃa a sus hijos lo mismo que la corneja a sus huevos, viendo su imagen multiplicada y perpetuada en ellos, retrato exacto ni más ni menos que del Peregil de piernas zambas y de espaldas anchas que toda Granada conocÃa. El mayor placer de nuestro aguador era, tan pronto como disponÃa de un dÃa libre y de unos maravedÃes, llevarse consigo a su prole, en los brazos unos, pisándole los talones otros, para que retozaran en la vega, mientras su esposa recordaba los años sueltos bailando en las angosturas del Darro.
3 comentarios
Caballero, anda ud. tan prolijo últimamente que debo guardar hueco los fines de semana para leer enteras sus entradas.
Estoy echando de menos una ración más de sótanos misteriosos y cajas de contenido arcano.
Saludos
P.S.: No deje de enseñarnos las postales de época, por si acaso nos perdimos algo 😉
Qué bueno es que, además de recomendar a un autor, se nos facilite la obra para descargar. Muchas gracias!
Panta, todavÃa no ha vsito usted nada 🙂
De nada, es lo bueno que tienen los clásicos; que están libres de derechos y además son de calidad probada.