Ronaldo Menéndez. Las bestias.

septiembre 4, 2023

Ronaldo Menéndez, Las bestias
Lengua de trapo, 2006. 132 páginas.

Un profesor descubre que hay dos tipos que lo quieren matar. Consigue hacerse con una pistola para protegerse, pero las cosas se complicarán demasiado, e incluso se verá involucrado el cerdo que cría en casa.

Relectura involuntaria, retorné al autor por el Atlas y este primero ya lo había leído. Lo he recordado por el detalle de que el protagonista tiene un cerdo en casa, porque el resto de la trama se me olvidó por completo, porque es bastante olvidable. Creo que la novela tiene algunos mimbres interesantes (el delincuente escritor, la transformación del protagonista, la parodia de novela negra) pero no acaban de cuajar.

Aún así, se lee con gusto.

Entretenida.

Mientras Claudio desayunaba un trozo de pan y un vaso de agua con azúcar, apenas pudo pensar en aquel álgido momento por el que atravesaba su Tesis Doctoral. Cerró los ojos para ubicarse mejor, pues desde hacía cinco años estaba desarrollando aquella investigación acerca de la Oscuridad. No la oscuridad física, desde luego, sino la Oscuridad simbólica, o dicho de otro modo: aquellos valores metafísicos o de otra índole que el hombre había relacionado con la oscuridad desde tiempo inmemorial. Con los ojos cerrados y su pensamiento divagando en torno a la Oscuridad, Claudio imaginó a un negro cualquiera que no tardó en ser Sotomayor, de ahí pasó a tomar la forma de Nieves, la madre del susodicho, que además era madre de una legión de morenos diversos y muy díscolos que asolaban el barrio con su sola condición ontològica. Luego pensó en la oscuridad de la Caverna de Platón y sonrió por haber podido trascender la antropológica escatologia de su barrio.
Tenía que apurarse si quería remontar en menos de diez minutos las veinte cuadras que lo separaban del Instituto. Mientras se bañaba como cumpliendo la regular tarea de descender hacia el balde plástico con un jarro en la mano, quiso pensar otra vez en su Tesis, pero allí estaba aquello. Otra vez esa astilla que avanzaba bajo la uña. Otra vez la idea clara, grotesca y distinta, de que alguien pensaba matarlo. De golpe Claudio se dispuso a encarar aquel absurdo. Planteó entonces dos preguntas que hasta entonces permanecían eclipsadas entre el por qué y el quién. ¿Cuándo y cómo querrían matarlo?
Cuestiones cruciales, desde luego, sobre todo porque a Claudio lo seducían las jerarquías. Al cuándo, ya tenía cómo enfrentarse. ¿Cómo? Gatunamente, taimado, al mejor estilo de Ste-ven Segal (que protagonizaba cada película que pasaban los sábados). Para eso había comprado una pistola. En adelante sería un hombre alerta, listo para mantenerse agarrado a aquel cuerpo blando y reacio a la oscuridad del no-ser.
Mientras se embutía en el calzoncillo pensó en el cómo y acto seguido pensó en cómo aquello lo afectaba de manera angustiosa. Ya había efectuado las necesarias reposiciones de la conversación fatídica en la oscura pantalla de su mente. Fonema a fonema intentaba agarrase a algo, a alguna arista sutil que le indicara que se trataba de una broma, o que le sugiriera el móvil (oído memorioso de por medio), o siquiera algo acerca del humor de los asesinos. Y he aquí que en este momento, cuando desplegaba la enésima reposición del diálogo, esta vez buscando el cómo, ganó una mínima pista: no quieren mancharse con mi sangre.
Pensó que existía un solo modo en el mundo en que le gustaría ser asesinado: que le hicieran tragar una sobredosis de viagra, y que luego bellas mujeres se lo follasen hasta el infarto. Pensó que si no podía decidirlo, se conformaba con un limpio disparo. Nada de un agujero mal hecho y tener que desinflarse entre estertores y ahogado por dentro en su propia sangre. Pensó en la Oscuridad de su Tesis y luego en la oscuridad de un campo nocturno, él en el medio, con un arma cargada y sin tener un blanco al que apuntar. Con sólo pensar que quisieran estrangularlo, se le aflojaba el estómago. El asunto de una puñalada honda, por muy épica y martinfierresca que sonara (o se deslizara, para ser exactos), era suficiente para aflojarle el estómago durante todo el día.
Se dio ánimos: no quieren mi sangre, y una puñalada es algo sucio, pertenece a las tablas de anatomía y al mostrador del carnicero. Aunque… se pueden usar guantes.

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