Robert Schnakenberg. Vidas secretas de grandes escritores.

julio 2, 2020

Robert Schnakenberg, Vidas secretas de grandes escritores
Oceano, 2012. 316 páginas.
Tit. Or. Secret lives of great authors. Trad. Francisco López Martín.

Que el ser humano es cotilla no requiere demostración. La obra de un escritor se defiende por si misma pero ¿Quién se resiste a conocer las manías de nuestros ídolos? Este es un libro que nos destapa la parte más cotidiana y menos glamurosa de 41 grandes escritores, además de proponer unas fichas con los datos más relevantes de cada uno:


Entretenido de leer y lleno de curiosidades. Otras reseñas: Vidas secretas de grandes escritores y Vidas secretas de grandes escritores .

Curioso.

Balzac

LOS PELIGROS DEL TÉ

No sólo bebía café: era también aficionado a los tés de calidad. Uno de los que más apreciaba había llegado a sus manos gracias a un funcionario ruso, que lo había recibido del zar, y éste del emperador de China. El exótico y caro brebaje, recolectado por el «método imperial» y transportado en caravanas hasta Rusia, gozaba de una fama legendaria. Se decía que quien lo bebiera se quedaría ciego. Lógicamente, el escritor lo reservaba para sus amigos íntimos. Laurent-Jan, a quien conocía desde hacía mucho tiempo, saboreó la
pócima en numerosas ocasiones y siempre decía: «Una vez más, voy a arriesgarme a perder un ojo, pero ¡qué demonios, este té lo merece!».


BIBLIOTECA IMPROVISADA EN EL DESVÁN
En cuanto a ventas, digamos que no se trataba de J. K. Rowling precisamente. Considerado en la actualidad un pequeño clásico, su innovador Una semana en los ríos Concord y Merrimack, escrito en 1849, se vendió tan mal, que los niños iban a su casa para ver al «extraño hombre (…) que había escrito un libro del que no se vendía ni un ejemplar». Es un poco exagerado, pero sólo hasta cierto punto. De hecho, su editor le escribió para preguntar qué hacer con todas las copias sin vender apiladas en su despacho. Thoreau se llevó los setecientos seis ejemplares sobrantes, los amontonó en el desván e intentó vendérselos a quien quiera que se dejara caer por su casa. En cierto momento, confesó: «En la actualidad tengo una biblioteca de casi novecientos títulos, setecientos de los cuales he escrito yo mismo».


«Si dentro de cien años sólo se me recuerda como el hombre que inventó a Sherlock Holmes, será que mi vida ha sido un fracaso.»


A PROPÓSITO DE MARILYN (Y KAREN)
A una de las grandes reuniones literarias -a las que todos querríamos haber sido invitados-, organizada por la escritora asistieron Arthur Miller, Marilyn Monroe y la baronesa Karen von Blixen-Finecke (más conocida como Isak Dinesen, autora de Memorias de África). La eminente Dinesen acababa de llegar a Estados Unidos para pronunciar un discurso en la American Academy of Arts and Letters y se moría de ganas por conocer a la explosiva estrella de La tentación vive arriba. El 5 de febrero de 1959 McCullers, que había hecho un montón de contactos gracias a su fama, fue la artífice del encuentro.
Formaban un cuarteto verdaderamente extraño. Miller, con sus gafas de erudito, estaba en el dique seco: aún no se había recuperado de su reciente batalla judicial contra el Gobierno federal por su negativa a declarar ante el House Un-American Activities Committee. Marilyn, con quien se había casado hacía dos años, se presentó con un ceñidísimo vestido negro escotado. La actriz estaba en la cúspide de la fama, y ya había mostrado los signos de la inestabilidad emocional que la llevarían a la muerte tres años después. Por su parte, la anfitriona, que sufría numerosos problemas físicos y mentales, tenía paralizado el lado izquierdo del cuerpo por varias apoplejías. Dinesen, que contaba setenta y cuatro años, era la mayor del grupo y, en muchos sentidos, la que peor se encontraba. Su mejor época había quedado atrás hacía décadas y sufría los achaques de la sífilis y la anorexia. Apenas pesaba treinta y siete kilos y se atiborraba de cigarrillos y anfetaminas como si no hubiese mañana. De hecho, esa noche, pidió para cenar prácticamente lo único que comía: ostras y champán. Miller, desconcertado, le preguntó qué medico le había recetado esa dieta. La baronesa se volvió hacia él con mirada fulminante y respondió: «¿Que qué médico? Los médicos están horrorizados, pero me encantan el champán y las ostras y ambos me sientan muy bien». Fin de la conversación. Cabe destacar que más tarde fue ingresada de urgencia en el hospital a causa de una desnutrición aguda.
A pesar de todo, y por raro que parezca, las tres mujeres parecieron encajar muy bien. Tal vez las unieran sus disfunciones. Dinesen estaba cautivada por la belleza, la vitalidad y el aire inocente de Marilyn, a quien comparó con un cachorro de león que había visto en África. Por su parte, McCullers dijo que se trataba de la mejor fiesta que había organizado. Al parecer, los rumores de que la velada acabó con las tres damas bailando encima de una mesa de mármol eran infundados, al menos según Arthur Miller.

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