Paula Ribó. Vértigo.

febrero 10, 2022

Paula Ribó, Vértigo
Círculo, 2019, 2021. 84 páginas.

La protagonista se ha ido de vacaciones para recuperarse de una ruptura amorosa. En Estocolmo hace un frío acorde a su estado anímico. Entre reflexiones, cartas dirigidas a diferentes personas, insertos en papel de colores y otros textos se dibuja un mapa emocional como el dibujo que hacemos sobre el vaho de una ventana.

Breve libro pero intenso que compré por lo que leí al hojearlo y porque me gustó el aire de collage que tiene, sin saber que la autora tiene como alter ego a Rigoberta Bandini, cuya música me encanta.

Les dejo un vídeo suyo que entronca anímica y temáticamente con este libro. Si se lee mientras se escucha en bucle puntúa doble.

Muy bueno.

P.D. Cuando escribí esta entrada no me imaginaba la que se iba a montar en el Benidorm Fest.

En Estocolmo está nevando y yo no tengo botas preparadas para la nieve y mi madre ya me lo dijo, pero yo no le hice caso y tengo mucha resaca. Ayer me puse el vestido azul de terciopelo y bajé a tomar algo a la coctelería del hotel creyendo que en la barra conocería a un atractivo atracador de bancos que me contaría historias increíbles y entonces todos los problemas que yo había tenido hasta ahora desaparecerían. A veces pienso que alguien debería gritarme a la cara que la vida no es una película. Cuando llegué a la barra conocí a Rafaela, una chilena que llegó a Estocolmo en el vientre de su madre. Durante la dictadura de su país muchos refugiados políticos fueron acogidos en los países nórdicos. Me contó que su madre consiguió ocultar un embarazo de seis meses bajo un enorme abrigo marrón que todavía conservaban. El abrigo que les salvó la vida. Rafaela nació llamándose Rafael pero desde muy pequeña empezó a reivindicar esa “a» detrás de su nombre. Es fascinante que una letra pueda cambiarnos la vida. La sensación de inaugurar una amistad por todo lo alto es muy parecida a la del flechazo romántico. Supongo que todo son decisiones. Rafaela me invitó a un vino caliente y mientras la observaba podía intuir la melancolía que su imagen causaría en mi memoria unos meses más tarde. Mientras tanto ella hablaba de los terremotos y de cómo
estos afectan a nuestro estado de ánimo. Yo sonreía por dentro. Coincidíamos en la impresión de que hay gente que, cuando el suelo tiembla, se agarra a las estanterías y no deja que caiga ni un solo libro al suelo. En cambio, hay gente que adora cualquier caricia sísmica porque le recuerda que la decoración de su hogar será siempre mutante y, por lo tanto, imprevisible. Rafaela no tenía miedo a los terremotos. Rafaela no tenía miedo a nada. Pese a su discreta estatura, era inmensa. Tenía las manos grandes y una pequeña cicatriz en la ceja derecha. Pero lo más impactante eran sus ojos. Pensé que me encantaría verlos tras un burka azul celeste y hacerle fotos cualquier tarde de verano en algún lugar de Jordania. Nunca he estado en Jordania. No sé porque mi mente se empeña en imaginar las cosas bonitas en otros lugares para hacerlas aún más bonitas. Cuando acabó su turno cogimos las cosas y nos fuimos a la azotea del hotel a comprobar si el jacuzzi estaba lleno. Estar en pelotas a menos quince grados es una sensación recomendable. La piel es mucho más resistente de lo que creemos. Somos hojalata y somos tela y somos aluminio y somos algodón y somos muchas más cosas de las que creemos. La terraza estaba completamente desierta pero el jacuzzi redondo seguía lleno de agua. Me di cuenta de cuánto necesitaba hablar con alguien. El día anterior me sentía como un globo de color rosa lleno de agua sujetado a una cuerda con una pinza de madera junto al resto de la colada. Gracias a Rafaela algo en la tristeza que me acompañaba se puso en pausa y olvidé el miedo a caer. Me desnudé. Ella estaba convencida de que mantenían el agua del jacuzzi caliente todo el año por si algunas descerebradas como nosotras subían a comprobarlo. —Yo creo, Rafaela… que los dueños de este hotel prefieren que nosotras muramos congeladas a que nos lo pasemos bien. Lo siento, igual últimamente estoy un poco más pesimista de lo normal… en mi i ciudad no soy así, pero es que tengo veintiocho años y medio, Rafaela. Y sí, cuento los medios porque tengo muchas ganas de cumplir los treinta. Es que el otro día me di cuenta de que hace poco que la vida va en serio. Ahora las parejas ya no son tonterías. Ni los amigos. Ni los trabajos. Perder a un gran amigo o a una gran pareja es como perder una parte de ti por el camino. Y así hasta el final. Debe ser por eso que nos morimos, Rafaela. Imagínate una moto sin retrovisor, sin freno, sin tubo de escape, sin bocina, sin bujía… el viaje es insostenible.

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