Planeta, 1975. 256 páginas.
Asfixia
A veces los libros se pierden en las bibliotecas. Éste lo confundà con otro, pensando que ya lo habÃa leÃdo -sin gustarme- y allà estaba sin que le hiciera el menor caso. Pero tanto oÃa hablar de él y bien que pensé no puede ser el mismo libro que yo creo haber leÃdo. Efectivamente.
Como dice en la solapa del libro, aquà está la obra completa de Juan Rulfo hasta ese momento, hay otra que se ha publicado después, pero vamos, que la fama del autor viene básicamente de lo aquà contenido. Su calidad lo merece.
Pedro Páramo cuenta la historia de Juan Preciado, que viaja hasta Comala para conocer a su padre. El llano en llamas es una recopilación de relatos, algunos ambientados en la misma Comala.
Una prosa excelente y una estructura en su momento insusual, además de una historia dura, un ambiente opresivo y asfixiante y unos personajes inmersos en su perdición. Algunos de los relatos (¿No oyes ladrar a los perros?, Anacleto Morones) son tan buenos que me hacen difÃcil elegir entre la novela y los cuentos.
Si no hubiera sido por internet y por el entusiasmo de lectoras como Magda me hubiera perdido esta obra maestra.
Calificación: Imprescindible.
Un dÃa, un libro (72/365)
Extractos:
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivÃa mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometà que vendrÃa a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo harÃa, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que asà lo harÃa, y de tanto decÃrselo se lo seguà diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
TodavÃa antes me habÃa dicho:
-No vayas a pedirle nada. ExÃgele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Asà lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
[…]
Era la hora en que los niños juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aun las paredes negras reflejan la luz amarilla del sol.
Al menos eso habÃa visto en Sayula, todavÃa ayer a esta misma hora. Y habÃa visto también el vuelo de las palomas rompiendo el aire quieto, sacudiendo sus alas como si se desprendieran del dÃa. Volaban y caÃan sobre los tejados, mientras los gritos de los niños revoloteaban y parecian teñirse de azul en el cielo del atardecer.
Ahora estaba aquÃ, en este pueblo sin ruidos. OÃa caer mis pisadas sobre las piedras redondas con que estaban empedradas las calles. Mis pisadas huecas, repitiendo su sonido en el eco de las paredes teñidas por el sol del atardecer.
Fui andando por la calle real en esa hora. Miré las casas vacÃas; las puertas desportilladas, invadidas de yerba. ¿ Cómo me dijo aquel fulano que se llamaba esta yerba ? » La capitana, señor. Una plaga que nomás espera que se vaya la gente para invadir las casas. Asà las verá usted. »
Al cruzar una bocacalle vi una señora envuelta en su rebozo que desapareció como si no existiera. Después volvieron a moverse mis pasos y mis ojos siguieron asomándose al agujero de las puertas. Hasta que nuevamente la mujer del rebozo se cruzó frente a mÃ.
-¡Buenas noches! -me dijo.
La seguà con la mirada. Le grité:
-¿Dónde vive doña Eduviges?
Y ella señaló con el dedo:
-Allá. La casa que está junto al puente.
Me di cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas, que su boca tenÃa dientes y una lengua que se trababa y destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los ojos de la gente que vive sobre la tierra.
HabÃa oscurecido.
Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no habÃa niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentà que el pueblo vivÃa. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venÃa llena de ruidos y de voces.
De voces, sÃ. Y aquÃ, donde el aire era escaso, se oÃan mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de lo que me habÃa dicho mi madre: «Allá me oirás mejor.Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz.» Mi madre. . . la viva.
Hubiera querido decirle: » Te equivocaste de domicilio. Me diste una dirección mal dada. Me mandaste al ´¿ dónde es esto y dónde es aquello ?´ A un pueblo solitario. Buscando a alguien que no existe. »
Llegué a la casa del puente orientándome por el sonar del rÃo. Toqué la puerta; pero en falso. Mi mano se sacudió en el aire como si el aire la hubiera abierto. Una mujer estaba allÃ. Me dijo:
-Pase usted. -Y entré.
10 comentarios
Tremendo libro.
Molt bé
Interesante!
deesconozco la obra.
nhdirtdj
Tomo nota para próximas lecturas. Gracias.
Un compendio grandÃsimo. Yo lo tengo en otra edición, pero con el mismo contenido. Me apasionó cuando lo leÃ, y la verdad es que Pedro Páramo es una lectura ideal ahora que hace poquito que fue el DÃa de Difuntos. 🙂
Saludos.
A mà también me parece tremendo y también me ha apasionado. Su fama es merecida.
Enorme Rulfo, ayer fui a Comala y me acordé mucho de él, no dejen de visitar Comala, pero sobre todo, no dejen de leer Pedro Páramo y El Llano en Llamas.
Eso haremos.