Juan García Hortelano. Gramática Parda.

diciembre 7, 2007

RBA Editores, 1994. 333 páginas.

Juan García Hortelano, Gramática Parda
Yo quiero ser Flaubert

Cuando comenté Tormenta de verano resalté que era muy diferente de Apólogos y Milesios, y veo que todavía puedo seguir sorprendiéndome leyendo a este autor. Aunque después de ver la entrevista del programa A Fondo voy entendiendo un poco por donde van los tiros.

El término Gramática Parda hace referencia a alguien que, sin instrucción, demuestra que es capaz de desenvolverse muy bien por la vida (en Festina Lente pueden leer acerca del origen de esta expresión). El libro puede interpretarse como un manual un tanto peculiar. Sólo hay que leer los títulos de los capítulos: Dialéctica de la concordancia, Función del azar en las condiciones irreales, La posición de los agentes o astucias de la pasiva, El fonador fonea y la mónada monea,….

¿Cómo nos enseña García Hortelano tan escurridiza asignatura? Con una historia surrealista, llena de conspiraciones, revolucionarios, líos de faldas e incluso una niña de cuatro años con una finalidad muy clara en la vida: ser Flaubert. La Horda, capitaneada por La Foudre y cuyos integrantes tienen nombres tan vulgares como Fabulae Centum, Laetitia Rubicunda, Omnia Quibus, Bonus Eventus o Ignorantia Destra intenta conseguir los explosivos que ha traído un antiguo revolucionario español, Teobaldo García de García. En su contra se encuentra el Incógnito incognoscible que tiene enamoradas a la señora Dupont -madre de La Foudre-, a su criada, y más tarde incluso a… pero no les daré más detalles.

He encontrado en el artículo Mitología y nominalismo de los personajes en la novela española contemporanea la siguiente cita del autor:

Me preocupa sobremanera el nominalismo de los personajes, no
los bautizo por las buenas síno todo lo contrario: me lo pienso, le doy
vueltas. En la novela en la que ahora trabajo (sc. Gramática Parda) aparecen
un grupo de escolares cuyas edades oscilan entre los catorce y los
dieciséis años. Todos tienen nombres latinos. Ese querer dar nombres
jocosos, alegóricos, que posean una perspectiva humorística, es una
fórmula que quizá recoja de Boris Vian

El aire jocoso impregna todo el libro, desde el tono paródico a las conversaciones entre Duvet -futura Flaubert- y Venus Carolina Paula -improbable y muy culta criada-, que desmitifican con humor -pero muy certeramente- el oficio de escritor. ¿El resultado? Un libro divertido y jugoso; de momento, el mejor que he leído del autor.

Escuchando: Looking For La Fiesta. Fundación Tony Manero.


Extracto:[-]

—Que no me he ahorcado, no te preocupes.

—Ay, mi niña…, por Dios, qué espantos se te ocurren…

—¿A mí? Eres tú quien estaba imaginando espantos, reconócelo. Te ha negado la llave, ¿verdad, Venus Carolina Paula?

—Sí, mi niña. Tu madre me ha prohibido que te lleve al parque. Yo…, yo no he sabido domarla. No sólo no se le ha pasado el berrinche, sino que está peor. Se me ocurrió que se le podía haber pasado, pero quiá, hasta me ha prohibido que te suba la merienda. ¿Tienes hambre, mi pequeña? Hay que reconocer que le has dado el desayuno, que te has comportado de una manera heroica pero insufrible. ¿Me oyes bien, Duvet?

—Te oigo, Venus Carolina Paula.

—¿No te parece que te has comportado de una manera heroica pero insufrible?

—Simplemente digna.

—Yo, tú lo sabes, estoy de tu parte. A mí me parece que, teniendo medios para tener vocación, la vocación de una persona es lo más principal. Pero también hay que comprender que a tu madre le asuste que te hayas empeñado en ser Flaubert y sólo Flaubert. No se puede derrochar tanta cerri-lidad, amor mío, sobre todo cuando lo que una pretende es una insensatez. Eres muy extremista, pequeña, las cosas como son.

—Extremista, ella, que es una terrorista del orden.

—Ella, acuérdate, al final del desayuno quería contemporizar.

—¡¿Contemporizar?! ¿Llamas tú contemporizar a que me proponga ser la Sagan en vez de ser Flaubert? A eso yo lo llamo una trampa.

—No caigas y aprovéchate de que ella te cree en el hoyo. Hace unos meses no admitía siquiera que fueses escritora. Esta mañana, por lo menos, admitía que seas la Sagan. Pues haz que consientes en ser la Francoise Sagan y ponte a ser el Gustave Flaubert. Yo, la verdad, no veo tanta diferencia. Quizá es porque una sabe poco acerca de ese oficio, pero a una lo que le parece esencial de necesidad es que tu horrorosa madre te permita emprender la carrera de la gloria literaria.

—No seas panfila, Venus Carolina Paula. Lo que espera esa víbora es que yo termine por ser efectivamente la Sagan y, conociéndome como me conoce, que le coja una aversión total a la literatura. Antes muerta que ser la Sagan. Antes, te lo juro, preferiría ser masajista íntima, o bordadora, o Elsa Triolet.

—O ¿quién…? No te he oído.

—¿Qué estás haciendo, Venus Carolina Paula?

—Yo considero que es un oficio penosísimo, pero maleable. Estoy mirándome al espejo. Para darte mi opinión sincera, a mí me parece un mal oficio, lleno de desventajas, de sufrimientos, de frustraciones, de negruras, que lo único que va a proporcionarte el día de mañana es fama y dinero. En fin, ni siquiera un oficio. A mí me parece una desgracia. Pero eso sí, una desgracia maleable.

—No es maleable, créeme.

—No lo será, si tú lo dices, que eres la que quieres dedicar tu vida a eso. Sin embargo, si me pongo a pensar en lo que te espera, cariño mío…, no sé, no sé… Naturalmente no es que le dé la razón a la zorra de tu madre, porque tu madre es de esas personas a las que resulta inmoral darles la razón cuando la tienen, por supuesto que no… ¡Eres tan pequeña todavía…!

—Ése es un atributo circunstancial, Venus Carolina Paula. La gente, incluso las personas cultas pero un poco pavesianas, como tú, idealizáis el oficio de escribir, le metéis mucha metafísica al oficio por el culo.

—No hables mal, mi amor, que es muy feo que una niña flaubertiana diga malas palabras. Además, yo no soy culta. ¿Cómo voy a ser culta, si me he tenido que venir a servir a París desde Extremadura? Ni siquiera es que sea intuitiva o sensible, Dios me guarde. Lo que pasa es que te quiero mucho y, aunque por motivos distintos a los de tu madre, cada vez que me encuentro a un escritor de cuatro años no puedo por menos que temblar ante su tenebroso futuro. Afortunadamente se me está desarrugando el ombligo.

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