Josep María Castellet. Seductores, ilustrados y visionarios.

diciembre 16, 2020

Josep María Castellet, Seductores, ilustrados y visionarios
Anagrama, 2010. 280 páginas.

Sinposis:

Manuel Sacristán, Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Joan Fuster, Alfonso Carlos Comín y Terenci Moix, que con los años se convirtieron en figuras destacadas de la vida cultural catalana y española de la segunda mitad del siglo XX, son los protagonistas de Seductores, ilustrados y visionarios, aunque Castellet también nos ofrece algunas claves de su propio retrato al entrelazar su biografía con la de los otros.

El autor, más que un estudio erudito o biográfico, nos cuenta sus vivencias con los personajes, anécdotas, y se retrata a sí mismo en estas páginas que son un homenaje, un rescate del olvido y una despedida.

Delicioso. Otra reseña: Seductores, ilustrados y visionarios. Ficha en Anagrama: Seductores, ilustrados y visionarios.

Recomendable.

Renacía entonces el trinomio que él mismo había expresado con reiteración: Fe/Creación/Liberación. Diríamos que en el ámbito de la cultura encontraba la plenitud del sentido de sus postulados, al subrayar el papel fundamental del segundo de estos conceptos. Pero jamás abdicaba de extenderlo a todo el conjunto del tejido social. Lo que ocurría es que en la identidad Palabra/Creación era donde encontraba el máximo consuelo personal en los momentos de desfallecimiento físico. Porque persistía siempre el problema de cómo conciliar la búsqueda de la verdad con, por ejemplo, la lucha por la liberación de los pueblos del Tercer Mundo, sobre todo los de América Latina. Su libro sobre Cuba está lleno de estas tensiones, porque lo que Alfonso ya había aprendido del todo era que no se podían establecer prioridades esquemáticas del tipo «primero, la revolución, y después hablaremos del resto». No: o la revolución partía desde el primer momento con un bagaje de verdad total o se estancaba dogmática y burocráticamente la práctica de su mensaje de liberación. De ahí la idea creciente de la necesidad de crear un campo autónomo -dentro del espacio político-social- para la cultura. La autonomía cultural se le planteaba con angustiosa urgencia, en cierto modo porque creía que era en la carencia de este aspecto donde se hacía más patente el fracaso de los países del socialismo real. De manera obsesiva, repetía que la falta de debate cultural e ideológico libre significaba el empobrecimiento irreversible de las revoluciones y, de un modo u otro, su petrificación. Por eso —entre otras propuestas— sugirió que las páginas de Taula de Canvi estuviesen abiertas a la valoración de la crisis del marxismo en las sociedades del Este y que se dedicase un número extraordinario de la revista al problema de la disidencia.

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