Isaac Asimov. Órbita de alucinación.

mayo 21, 2007

Martínez-Roca, 1996. 226 páginas.
Tit. Or. Hallucination Orbit. Trad. Hernán Sabaté.

AsimovOrbitaAlucinazion
La psicología en la ciencia ficción

Si en Transplante obligatorio el tema era la biología, en este caso todos los relatos giran alrededor de la psicología. La lista de los relatos es la siguiente:

Es una Vida Buena (It’s a Good Life, 1981)
Jerome Bixby

La Máquina del Sonido (The Sound Machine, 1949)
Roald Dahl

Órbita de Alucinación (Hallucination Orbit, 1952)
J.T. McIntosh

El Ganador (The Winner, 1970)
Donald E. Westlake

Por Otro Nombre, Rosa (A Rose by Other Name, 1960)
Christopher Anvil

El Hombre Que Nunca Olvidaba (The Man Who Never Forgot, 1957)
Robert Silverberg

Absalón (Absalom, 1973)
Henry Kuttner

Alas en la Oscuridad (Wings Out of Shadow, 1974)
Fred Saberhagen

En Caso de Emergencia (In Case of Fire, 1960)
Randall Garrett

Círculo Vicioso (Runaround, 1942)
Isaac Asimov

Para eso están los amigos (What Friends Are For, 1974)
John Brunner

Conductores (The Drivers, 1956)
Edward W. Ludwig

Hay un poco de todo. Si Es una vida buena se puede considerar terror (y que yuyu da) El Hombre Que Nunca Olvidaba, muy en la línea de Silverberg y de adolescentes inadaptados, no es especialmente brillante. Órbita de Alucinación, que da título al libro, consigue encontrar un original final a las sucesivas vueltas de tuerca del relato.

El libro acaba con unas referencias acerca de los temas tratados en los relatos que yo, personalmente, siempre he considerado infumables. El conjunto no está mal aunque no haya ningún relato que destaque especialmente. Se deja leer.

Escuchando: Media Verónica. Andrés Calamaro.

Extracto:[-]
—¿No les parece que podríamos escucharlo? Lo que daría por oír un poco…, sólo la primera parte, la de la orquesta, antes de que Perry Como cante.

Las caras se tornaron graves.

—No creo que convenga, Dan —dijo John Sipich al cabo de un instante—. Después de todo, no sabemos exactamente donde hace su entrada el cantante. Sería demasiado arriesgado. Espera a estar en tu casa.

Dan Hollis dejó el disco sobre una mesa, donde estaban los demás regalos.

—Es bueno no escucharlo ahora —dijo automáticamente, a pesar de su decepción.

—Así es —reafirmó Sipich—. Es bueno. —Y para compensar el tono decepcionado de Dan, repitió—: Es bueno.

Cenaron con la luz de los candelabros reflejada en sus sonrientes caras, y no dejaron ni una gota de la deliciosa salsa. Felicitaron a mamá y a tía Amy por el asado, por los guisantes y las zanahorias, y por las mazorcas tiernas de maíz, que naturalmente no provenían del campo de maíz de los Fremont. Todo el mundo sabía qué ocurría allí, y el terreno estaba cubierto de malezas.

Luego saborearon el postre: helados caseros y torta. Y se quedaron sentados, a la luz fluctuante de las velas, esperando la televisión.

Nunca se mascullaba demasiado la noche de la televisión. Todos venían, sabiendo que teman una buena cena en casa de los Fremont, y eso era muy agradable, y después había televisión, sin que nadie pensara mucho en ella; era algo que formaba parte de la reunión. De modo que, en general, era una reunión bastante agradable, aparte de la necesidad de medir las palabras con el mismo cuidado que se tema siempre en todas partes. Si un pensamiento peligroso pasaba por la mente de alguno, empezaba a mascullar aunque fuera en mitad de una frase. Cuando alguien lo hacía, los demás lo ignoraban hasta que se sentía mejor y dejaba de hacerlo.

A Anthony le gustaba la noche de la televisión. A lo largo de todo el año pasado, en noches como ésa sólo había hecho dos o tres cosas terribles.

Mamá había traído una botella de brandy a la mesa, y todos se sirvieron una copita. Los licores eran aún más preciados que el tabaco. En el pueblo podían hacer vino, aunque la uva no era la más conveniente, ni las técnicas utilizadas, por lo que el vino no era muy bueno. En todo el pueblo sólo quedaban unas pocas botellas de buenos licores: cuatro de bourbon, tres de whisky escocés, tres de brandy, nueve de buen vino y media botella de Drambouie, que pertenecía al viejo Mclntyre (sólo para las bodas); y cuando eso se terminase, no habría más.

Más tarde, todos desearon que no hubiese aparecido el brandy. Porque Dan Hollis bebió más de lo que debía, y lo mezcló con bastante vino casero. Al principio, nadie pensó mucho en él, porque no se le notaba demasiado, y además era su fiesta de cumpleaños, y una reunión feliz, y a Anthony le agradaban esas reuniones, y no había motivo para que hiciera nada aunque estuviese escuchando.

Pero Dan Hollis bebió de más, e hizo una tontería. Si lo hubiesen previsto, le habrían llevado afuera a caminar un rato.

Lo primero que advirtieron fue que Dan dejó de reírse en mitad del relato de Thelma Dunn acerca de cómo había encontrado el disco de Perry Como y lo había dejado caer, y no se le rompió porque se movió más rápido que nunca en su vida y lo sostuvo. Dan acariciaba nuevamente el disco y miraba el viejo gramófono de los Fremont que había en un rincón, y luego hizo una mueca y dijo:

—Cristo.

Inmediatamente, todos callaron. El silencio era tal que podían oír el mecanismo del reloj de péndulo del recibidor. Pat Reilly, que había estado tocando suavemente el piano, se paró en seco; sus manos se mantuvieron inmóviles sobre las amarillentas teclas.

Los candelabros de la mesa del comedor fluctuaron ante la fresca brisa que penetraba por entre las cortinas de encaje de la ventana.

—Sigue tocando, Pat —dijo suavemente el padre de Anthony.

Pat volvió a tocar. Esta vez tocaba Noche y día, pero con el rabillo del ojo miraba a Dan, y equivocó algunas notas.

Dan estaba en el centro de la habitación, sosteniendo el disco. En la otra mano apretaba tanto su copa de brandy que le temblaba la mano.

Todos le miraban.

—Cristo—repitió.

Lo dijo como si fuera una mala palabra.

El reverendo Younger, que estaba hablando con mamá y con tía Amy junto a la puerta del comedor, dijo también «Cristo»; pero era parte de una plegaria. Tema las manos apretadas y los ojos cerrados.

—Vamos, Dan…, es bueno que hables así. Pero tú mismo sabes que no quieres hablar demasiado…

2 comentarios

  • NeverMore mayo 22, 2007en3:15 pm

    Una pregunta sobre el gran Asimov.

    ¿Soy el único que piensa que su obra primeriza (léase la primera trilogía fundacional) está a años luz de la última? Los dos últimos libros de la fundación son infumables (espero que nadie se ofenda). Sobretodo si los comparamos a la que en mi opinión es su obra maestra (sí, por encima de «la caída del imperio romano»): Los propios dioses.

  • Palimp mayo 22, 2007en4:30 pm

    No sé que decirte; Los propios dioses es de la segunda época (estuvo quince años sin escribir) y coincido en que quizá sea su obra maestra.

    Asimov nunca ha sido santo de mi devoción, pero he leído todos sus libros de ciencia ficción porque nunca defrauda. Nunca brilla, pero siempre resplandece.

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