MartÃnez-Roca, 1996. 226 páginas.
Tit. Or. Hallucination Orbit. Trad. Hernán Sabaté.
La psicologÃa en la ciencia ficción
Si en Transplante obligatorio el tema era la biologÃa, en este caso todos los relatos giran alrededor de la psicologÃa. La lista de los relatos es la siguiente:
Es una Vida Buena (It’s a Good Life, 1981)
Jerome Bixby
La Máquina del Sonido (The Sound Machine, 1949)
Roald Dahl
Órbita de Alucinación (Hallucination Orbit, 1952)
J.T. McIntosh
El Ganador (The Winner, 1970)
Donald E. Westlake
Por Otro Nombre, Rosa (A Rose by Other Name, 1960)
Christopher Anvil
El Hombre Que Nunca Olvidaba (The Man Who Never Forgot, 1957)
Robert Silverberg
Absalón (Absalom, 1973)
Henry Kuttner
Alas en la Oscuridad (Wings Out of Shadow, 1974)
Fred Saberhagen
En Caso de Emergencia (In Case of Fire, 1960)
Randall Garrett
CÃrculo Vicioso (Runaround, 1942)
Isaac Asimov
Para eso están los amigos (What Friends Are For, 1974)
John Brunner
Conductores (The Drivers, 1956)
Edward W. Ludwig
Hay un poco de todo. Si Es una vida buena se puede considerar terror (y que yuyu da) El Hombre Que Nunca Olvidaba, muy en la lÃnea de Silverberg y de adolescentes inadaptados, no es especialmente brillante. Órbita de Alucinación, que da tÃtulo al libro, consigue encontrar un original final a las sucesivas vueltas de tuerca del relato.
El libro acaba con unas referencias acerca de los temas tratados en los relatos que yo, personalmente, siempre he considerado infumables. El conjunto no está mal aunque no haya ningún relato que destaque especialmente. Se deja leer.
Escuchando: Media Verónica. Andrés Calamaro.
Extracto:[-]
—¿No les parece que podrÃamos escucharlo? Lo que darÃa por oÃr un poco…, sólo la primera parte, la de la orquesta, antes de que Perry Como cante.
Las caras se tornaron graves.
—No creo que convenga, Dan —dijo John Sipich al cabo de un instante—. Después de todo, no sabemos exactamente donde hace su entrada el cantante. SerÃa demasiado arriesgado. Espera a estar en tu casa.
Dan Hollis dejó el disco sobre una mesa, donde estaban los demás regalos.
—Es bueno no escucharlo ahora —dijo automáticamente, a pesar de su decepción.
—Asà es —reafirmó Sipich—. Es bueno. —Y para compensar el tono decepcionado de Dan, repitió—: Es bueno.
Cenaron con la luz de los candelabros reflejada en sus sonrientes caras, y no dejaron ni una gota de la deliciosa salsa. Felicitaron a mamá y a tÃa Amy por el asado, por los guisantes y las zanahorias, y por las mazorcas tiernas de maÃz, que naturalmente no provenÃan del campo de maÃz de los Fremont. Todo el mundo sabÃa qué ocurrÃa allÃ, y el terreno estaba cubierto de malezas.
Luego saborearon el postre: helados caseros y torta. Y se quedaron sentados, a la luz fluctuante de las velas, esperando la televisión.
Nunca se mascullaba demasiado la noche de la televisión. Todos venÃan, sabiendo que teman una buena cena en casa de los Fremont, y eso era muy agradable, y después habÃa televisión, sin que nadie pensara mucho en ella; era algo que formaba parte de la reunión. De modo que, en general, era una reunión bastante agradable, aparte de la necesidad de medir las palabras con el mismo cuidado que se tema siempre en todas partes. Si un pensamiento peligroso pasaba por la mente de alguno, empezaba a mascullar aunque fuera en mitad de una frase. Cuando alguien lo hacÃa, los demás lo ignoraban hasta que se sentÃa mejor y dejaba de hacerlo.
A Anthony le gustaba la noche de la televisión. A lo largo de todo el año pasado, en noches como ésa sólo habÃa hecho dos o tres cosas terribles.
Mamá habÃa traÃdo una botella de brandy a la mesa, y todos se sirvieron una copita. Los licores eran aún más preciados que el tabaco. En el pueblo podÃan hacer vino, aunque la uva no era la más conveniente, ni las técnicas utilizadas, por lo que el vino no era muy bueno. En todo el pueblo sólo quedaban unas pocas botellas de buenos licores: cuatro de bourbon, tres de whisky escocés, tres de brandy, nueve de buen vino y media botella de Drambouie, que pertenecÃa al viejo Mclntyre (sólo para las bodas); y cuando eso se terminase, no habrÃa más.
Más tarde, todos desearon que no hubiese aparecido el brandy. Porque Dan Hollis bebió más de lo que debÃa, y lo mezcló con bastante vino casero. Al principio, nadie pensó mucho en él, porque no se le notaba demasiado, y además era su fiesta de cumpleaños, y una reunión feliz, y a Anthony le agradaban esas reuniones, y no habÃa motivo para que hiciera nada aunque estuviese escuchando.
Pero Dan Hollis bebió de más, e hizo una tonterÃa. Si lo hubiesen previsto, le habrÃan llevado afuera a caminar un rato.
Lo primero que advirtieron fue que Dan dejó de reÃrse en mitad del relato de Thelma Dunn acerca de cómo habÃa encontrado el disco de Perry Como y lo habÃa dejado caer, y no se le rompió porque se movió más rápido que nunca en su vida y lo sostuvo. Dan acariciaba nuevamente el disco y miraba el viejo gramófono de los Fremont que habÃa en un rincón, y luego hizo una mueca y dijo:
—Cristo.
Inmediatamente, todos callaron. El silencio era tal que podÃan oÃr el mecanismo del reloj de péndulo del recibidor. Pat Reilly, que habÃa estado tocando suavemente el piano, se paró en seco; sus manos se mantuvieron inmóviles sobre las amarillentas teclas.
Los candelabros de la mesa del comedor fluctuaron ante la fresca brisa que penetraba por entre las cortinas de encaje de la ventana.
—Sigue tocando, Pat —dijo suavemente el padre de Anthony.
Pat volvió a tocar. Esta vez tocaba Noche y dÃa, pero con el rabillo del ojo miraba a Dan, y equivocó algunas notas.
Dan estaba en el centro de la habitación, sosteniendo el disco. En la otra mano apretaba tanto su copa de brandy que le temblaba la mano.
Todos le miraban.
—Cristo—repitió.
Lo dijo como si fuera una mala palabra.
El reverendo Younger, que estaba hablando con mamá y con tÃa Amy junto a la puerta del comedor, dijo también «Cristo»; pero era parte de una plegaria. Tema las manos apretadas y los ojos cerrados.
—Vamos, Dan…, es bueno que hables asÃ. Pero tú mismo sabes que no quieres hablar demasiado…
2 comentarios
Una pregunta sobre el gran Asimov.
¿Soy el único que piensa que su obra primeriza (léase la primera trilogÃa fundacional) está a años luz de la última? Los dos últimos libros de la fundación son infumables (espero que nadie se ofenda). Sobretodo si los comparamos a la que en mi opinión es su obra maestra (sÃ, por encima de «la caÃda del imperio romano»): Los propios dioses.
No sé que decirte; Los propios dioses es de la segunda época (estuvo quince años sin escribir) y coincido en que quizá sea su obra maestra.
Asimov nunca ha sido santo de mi devoción, pero he leÃdo todos sus libros de ciencia ficción porque nunca defrauda. Nunca brilla, pero siempre resplandece.