H.P. Lovecraft y otros. Los mitos de Cthulhu.

noviembre 13, 2006

Alianza editorial, 1969, 1970, 1975, 1976, 1978, 1980, 1981, 1983. 532 páginas.
Selección, estudio preliminar, introducciones, bibliografía y notas de Rafael Llopis. Trad. Francisco Torres Oliver y Rafael Llopis.

H.P. Lovecraft y otros, Los Mitos de Cthulhu
Dioses olvidados

Esta es la primera novela que leo de la segunda etapa del esclavo lector. Resultó ganadora gracias a una eficiente campaña de Marketing de un amigo y compañero de trabajo, y me alegra, porque tenía ganas de leerlo.

Siempre he sido un admirador de Lovecraft. Cuando estaba en la universidad utilicé en más de un programa como nombre de variables a dioses de su panteón. For nyarlathothep=1 to 100. Qué tiempos. Incluso una vez tuve un sueño de lo más realista en el que se había abierto un portal en una esquina de mi calle y debíamos cerrarlo antes de que aprovecharan los antiguos dioses para colarse por él. Todavía hoy, cuando paso por esa esquina, me acuerdo del sueño.

Pero me estoy adelantando un poco. Howard Phillips Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 y con su producción literaria y la de su círculo tiene el honor de haber creado toda una nueva mitología con un panteón propio poblado de extraños y viscosos seres. Yog-Sothoth, El Guardián del Umbral y El que es Uno en Todo y Todo en Uno, Nyarlatothep, que camina libremente por nuestro mundo y, sobre todo, el gran Cthulhu, que yace dormido en la ciudad sumergida de R’yleh, hasta que sus sirvientes logren que despierte.

Todos estos seres están descritos en libros practicamente inencontrables: Le culte des goules, del conde d’Erlette, De Vermis Mysteriis, de Ludwing Prinn y sobre todo el infame Necronomicón, del árabe loco Abdul Al-Hazred. No los busquen en su biblioteca más cercana; pese a lo que quieran algunos seguidores, todos estos libros no existen, son geniales invenciones del círculo de Lovecraft. Pero si estos libros existieran, podríamos leer algo como lo siguiente:

De los Primero Engendrados, escripto está que esperan sienpre al unbral de la Entrada, é la dicha Entrada se encuentra en todas partes é en todos tienpos, ca Ellos non conoscen tienpo nyn lugar, sino esisten en lodo tienpo é en todo lugar, a la ves é syn parescer, é los ay dEllos que tomar pueden diferentes Fformas é Maneras, é revestir una Fforma dada é un Rrostro sabydo; é las Entradas dEllos están en cualquiera parte, mas la primera es aquella cuya fize avrir, a Saber: Irem, Cibdat de los munchos Pylares, Cibdat so el Desyerto, mas sy orne alguno dixere la Palavra prohibida avrirá allí mesmo una Entrada é podrá aguardar a Los Que Atravesaren la dicha Entrada, que asy podrán ser: Doles é el Mi-Go, ¿ el pueblo Cho-Cho, é los Profundos de la Mar, é los Gugos, é las Descarnadas Animalias de la noche, é los Chogotes é los Vormis, é los Santacos que fazen custodia de la Kadat del Desyerto de ios Yelos é la Meseta de Leng. Que todos por igual son Fijos de los Dioses Primeros. Pues aconstesció que, la Grande Rraca de Yit non aviendo conzierto con los Primigenios, nin éstos con aquella, nin ambos con los Dioses Primeros, é separados todos, dexaron a los Primigenios el señorío del Universo Mundo, ca tornando de Yit la dicha Grande Rraga, tomó la Su Morada en un tienpo de la Tierra por venir é todavía non conoscido de los que agora caminan por sobre delta. E aquí mesmo aguardan Ellos fasta que tornen otra vegada tos bienios é las Vozes que ante los llebaron é Lo Que Caminó sobre los Bienios del Mundo é de los espazios vacíos que están entre las Estrellas por sienpre.

Abdul Alhazred [Necronomicon]. Según la traducción castellana (León, ¿1300?), hallada por F. Torres Oliver en el Archivo Histórico de Simancas.

La edición de este libro está a cargo de Rafael Llopis, eminente estudioso de Lovecraft y su obra. Además de su excelente prólogo, bibliografía y notas, nos ofrece una estupenda selección de relatos dividida en tres partes, cada una con introducción propia. Bajo el epígrafe de Los precursores se engloban relatos que no pertenecen a los mitos pero que influyeron en Lovecraft de una manera u otra. Son los siguientes:

Días de ocio en el país del Yann, por Lord Dunsany
Un habitante de Carcosa, por Ambrose Bierce
El signo amarillo, por Robert W. Chambers
Vinum Sabbati, por Artbur Machen
El Wendigo, por Algernon Blackwood
La maldición que cayó sobre Sarnath, por H. P. Lovecraft

Muchos de los componentes de los mitos los tomó Lovecraft de otras fuentes. Así, en El signo amarillo ya aparece la idea de un libro maldito, en Un habitante de Carcosa ya aparece una ciudad olvidada y maldita. La idea de portales a otras dimensiones ya aparece en Una casa en el límite de Hodgson. El genio de Lovecraft estuvo en tomar elementos de aquí y de allá y, junto a otros de su propia cosecha, crear una mitología convincente. Tanto que, poco a poco, fueron sumándose escritores en su órbita. La segunda sección del libro, titulada Los Mitos, recoge una suculenta selección:

El ceremonial, por H. P. Lovecraft
Los Perros de Tíndalos, por Frank Belknap Long
La sombra sobre Innsmouth, por H. P. Lovecraft
La piedra negra, por Robert E. Howard
Estirpe de la cripta, por Clark Ashton Smith
En la noche de los tiempos, por H. P. Lovecraft
Reliquia de un mundo olvidado, por Hazel Heald
Las ratas del cementerio, por Henry Kuttner
El vampiro estelar, por Robert Bloch
El Morador de las Tinieblas, por H. P. Lovecraft

Podemos ver los mitos en todo su esplendor y apreciar las aportaciones de otros escritores: los sabuesos de Tíndalos que necesitan de ángulos rectos para entrar en nuestra dimensión, las piedra fantástica de Robert E. Howard, reliquia de eras olvidadas, el extraño híbrido de humano y algún horrible ser de Clark Ashton Smith o el extraño vampiro que habita en las estrellas y que puede acechar en la energía de un rayo, obra de Robert Bloch. Pero toda ascensión tiene su caída, y muerto el maestro y aglutinador los mitos empezaron su decadencia, de la que tenemos una muestra en la última sección, Mitos póstumos:

La Hoya de las Brujas, por H. P. Lovecraft y A. Derleth
El Sello de R’lyeh, por August Derleth
La sombra que huyó del chapitel, por Robert Bloch
La iglesia de High Street, por Ramsey Campbell
Con la técnica de Lovecraft, por Juan Perucho

Pero los mitos de Cthulhu, como los viejos roqueros, nunca mueren, y están más vivos que nunca. Busquen Cthulhu en internet y verán que hay más de ocho millones de páginas. El viejo dormilón sigue gozando de buena salud, y los dioses olvidados que acechan en dimensiones paralelas forman parte ya del acervo cultural de la humanidad.

Lovecraft dio una nueva forma al terror. Un terror ignoto, desconocido, casi místico, pero plausible y coherente dentro de la nueva ciencia que iba surgiendo a principio de siglo. Las ecuaciones de Einstein habrían la puerta a dimensiones desconocidas y la genética posibilita la creación de extraños seres. Pero no racionalicemos los mitos. Disfrutémoslos con las entrañas, y dejemos que nos provoquen pesadillas en las que, desde oscuras regiones de la mente, el aliento de Nyarlatothep nos erice la nuca.

Escuchando: Los latidos de siempre. Los Hermanos Dalton.


Extracto:[-]
Aquellas vidrieras estaban tan sucias de hollín que a Blake le costó un gran esfuerzo descifrar lo que representaban. Y lo poco que distinguió no le gustó en absoluto. Los dibujos eran emblemáticos, y sus conocimientos sobre simbolismos esotéricos le per-mitieron interpretar ciertos signos que aparecían en ellos. En cambio había escasez de santos, y los pocos representados mostraban además expresiones abiertamente censurables. Una de las vidrieras representaba únicamente, al parecer, un fondo oscuro sembrado de espirales luminosas. Al alejarse de los ventanales observó que la cruz que coronaba el altar mayor era nada menos que la antiquísima ankh o crux amata del antiguo Egipto.

En una sacristía posterior contigua al ábside encontró Blake un escritorio deteriorado y unas estanterías repletas de libros mohosos, casi desintegrados. Aquí sufrió por primera vez un sobresalto de verdadero horror, ya que los títulos de aquellos libros eran suficientemente elocuentes para él. Todos ellos trataban de materias atroces y prohibidas, de las que el mundo no había oído hablar jamás, a no ser a través de veladas alusiones. Aquellos volúmenes eran terribles recopilaciones de secretos y fórmulas inmemoriales que el tiempo ha ido sedimentando desde los albores de la humanidad, y aun desde los oscuros días que precedieron a la aparición del nombre. El propio Blake había leído algunos de ellos: una versión latina del execrable Necronomicon, el siniestro Líber Ivortis, el abominable Cuites des Gules del conde d’Erlette, el Unaussprechlichen Kulten de von Junzt, el infernal tratado De Vermis Mysteriis de Ludvig Prinn. Había otros muchos, además; unos los conocía de oídas y otros le eran totalmente desconocidos, como los Manuscritos Pnakóticos, el Libro de Dzyan, y un tomo escrito en caracteres completamente incomprensibles, que contenía, sin embargo, ciertos símbolos y diagramas de claro sentido para todo aquel que estuviera versado en las ciencias ocultas. No cabía duda de que los rumores del pueblo no mentían. Este lugar había sido foco de un Mal más antiguo que el hombre y más vasto que el universo conocido.

Sobre la desvencijada mesa de escritorio había un cuaderno de piel lleno de anotaciones tomadas a mano en un curioso lenguaje cifrado. Este lenguaje estaba compuesto de símbolos tradicionales empleados hoy corrientemente en astronomía, y en alquimia, as-trología, y otras artes equívocas en la antigüedad —símbolos del sol, de la luna, de los planetas, aspectos de los astros y signos del zodíaco—, y aparecían agrupados en frases y apartes como nuestros párrafos, lo que daba la impresión de que cada símbolo correspondía a una letra de nuestro alfabeto.

Con la esperanza de descifrar más adelante el criptograma, Blake se metió el libro en el bolsillo. Muchos de aquellos enormes volúmenes que se hacinaban en los estantes le atraían irresistiblemente. Se sentía tentado a llevárselos. No se explicaba cómo habían estado allí durante tanto tiempo sin que nadie les echara mano. ¿Acaso era él, el primero en superar aquel miedo que había defendido este lugar abandonado durante más de sesenta años contra toda intrusión?

Una vez explorada toda la planta baja, Blake atravesó de nuevo la nave hasta llegar al vestíbulo donde había visto antes una puerta y una escalera que probablemente conducía a la torre del campanario, tan familiar para él desde su ventana. La subida fue muy trabajosa; la capa de polvo era aquí más espesa, y las arañas habían tejido redes aún más tupidas, en este angosto lugar. Se trataba de una escalera de caracol con unos escalones de madera altos y estrechos. De cuando en cuando, Blake pasaba por delante de unas ventanas desde las que se contemplaba un panorama vertiginoso. Aunque hasta el momento no había visto ninguna cuerda, pensó que sin duda habría campanas en lo alto de aquella torre cuyas puntiagudas ventanas superiores, protegidas por densas celosías, había examinado tan a menudo con sus prismáticos. Pero le esperaba una decepción: la escalera desembocaba en una cámara desprovista de campanas y dedicada, según todas las trazas, a fines totalmente diversos.

La estancia era espaciosa y estaba iluminada por una luz apagada que provenía de cuatro ventanas ojivales, una en cada pared, protegidas por fuera con unas celosías muy estropeadas. Después se ve que las reforzaron con sólidas pantallas, que sin embargo, presentaban ahora un estado lamentable. En el centro del recinto, cubierta de polvo, se alzaba una columna de metro y medio de altura y como medio metro de grosor. Este pilar estaba cubierto de extraños jeroglíficos toscamente tallados, y en su cara superior, como en un altar, había una caja metálica de forma asimétrica con la tapa abierta. En su interior, cubierto de polvo, había un objeto ovoide de unos diez centímetros de largo. Formando círculo alrededor del pilar central, había siete sitiales góticos de alto respaldo, todavía en buen estado, y tras ellos, siete imágenes colosales de escayola pintada de negro, casi enteramente destrozadas. Estas imágenes tenían un singular parecido con los misteriosos megalitos de }a Isla de Pascua.

18 comentarios

  • MeZKaL noviembre 14, 2006en12:59 am

    «Las ratas del cementerio» es el mejor relato de terror que he leído en mi vida. Breve y escalofriante.

    El resto de los mitos tiene altos y bajos pero son, sin duda, un clásico de la literatura.

    Consejo práctico para sentirse supremo: llenese las manos de miel y acerquese a un grupo de gatos, se sentirá com Nyarlatothep.

    «Tekeli-li Tekeli-li»

  • solodelibros noviembre 14, 2006en9:12 am

    Lovecraft no sólo heredó lo mejor de sus predecesores románticos, sino que sentó las bases de lo que hoy por hoy llamamos ‘terror psicológico’. Aunque leídos unas cuantas veces pueden perder su efecto sorpresa inicial, sus relatos son ejemplos excelentes de como despertar el temor en los corazones a base de sugerencias, de sueños, de visiones, sin necesidad de recurrir a la sangre.

  • Apolo noviembre 14, 2006en1:50 pm

    Yo acabo de pedir vía internet «La llamada de Cthulu», así que la reseña sobre los mitos de Cthulu me va como anillo al dedo.

    Por cierto, he incluido en el pedido «El carretero de la muerte» por recomendación de Magda. Ya contaré.

  • Vailima noviembre 14, 2006en9:03 pm

    Me encanta Lovecraft. La recuerdo nítidamente junto a Poe entre mis primeras lecturas. Incluso tuve la osadía adolescente de escribir pequeños relatos de terror que no dejaban de ser burdas copias de lo leído.
    Maravilloso.

  • Omanero noviembre 15, 2006en5:40 pm

    Es uno de los libros impescindibles y todavía no ha sido superado. Me sorprende la cantidad de autores que han seguido la estela de este autor.

    Por cierto, tengo que comprarme otra copia, la que tenía se la zampó Berta, una perra que tuve, y todavía no lo he repuesto.

    Por cierto, ¿alguien ha leído En las montañas de la locura?

  • Palimp noviembre 17, 2006en2:11 pm

    Veo que Lovecraft gusta a todo el mundo… será cuestión de hacer una secta…

    Omanero, creo que la referencia de Mezkal es de ese libro.

  • TioPetros noviembre 19, 2006en8:01 pm

    Ahhh, qué tiempos aquellos en los que me dormía tras seguir a Randolf Carter en su búsqueda de la desconocida Kadath…

    Sin embargo con la lectura de HPL me pasa como con alguna música (con Rick Wakemann, por ejemplo): en mi biografía particular no resiste el paso del tiempo. Mientras The dark side of the Moon (que escuchaba a la vez que Wakemann) sigue manteniendo su magia intacta para mí, el bueno de Wakemann no resiste como los Pink Floyd: lo oigo ahora y… ya no es lo mismo mientras que el Señor de los Anillos me evoca tanto como cuando lo leíamos cuatro pirados, allá por el año 1979.

    Omanero: he leído «En las montañas de la locura». No paraba de pensar en este relato cuando ví en el cine «La cosa», por su ambientación polar.

    Siendo uno de mis autores de culto en mi adolescencia (y habiendo sido uno de los que pidió a Palimp el libro de los Mitos de Cthulhu, si no recuerdo mal), tengo que decir que ahora no me parece un buen escritor. Y a pesar de ello, de vez en cuando sigo acompañando a Randolf Carter en sus viajes oníricos al encuentro del inefable Nyarlatothep en la numinosa y terrible ciudad de Kadath…

  • Palimp noviembre 22, 2006en9:15 am

    Voy a estar en desacuerdo. Lovecraft es un buen escritor, quizá no genial, no un Kafka, pero más que correcto en su estilo. No sólo supo inventar una mitología, supo transmitirla bien. En esta compilación se nota: la calidad de los relatos de Lovecraft es superior a la del resto.

    Pero coincido contigo en que lo que se lee en la adolescencia, no se por qué, se devalúa después. Cosas de la psique humana, supongo.

  • Omanero noviembre 24, 2006en12:07 pm

    A muchos nos gusta Lovecraft, pero creo que sufre la Paradoja Tolkien, que acabo de inventar:

    Si una novela tiene elementos sobrenaturales, la posibilidad de que entre en el canon es inversamente proporcional al número de lectores.

  • Palimp noviembre 25, 2006en8:54 pm

    Je, je, ¿En el canon de Bloom, supongo?

  • Omanero noviembre 27, 2006en2:01 am

    😀

    Sí, o en cualquier otro… todos los cánones son igual de malos, hasta el de las cien mejores de ci-fi, en la que abundan los comentarios de siempre… es que me pone del hígado el asunto

  • Palimp noviembre 28, 2006en1:05 pm

    Bueno, cada uno tenemos nuestro canon particular. En mi caso es más fluido: es un canon cuántico.

  • Ermmel enero 31, 2007en11:46 pm

    Sé que está muy valorada la obra de Lovecraft pero yo encuentro que no lo está lo suficiente.
    Para mí es de lo mejor que se ha escrito en su género.
    Ermmel

  • lingua quiltra febrero 10, 2007en3:20 am

    descargue libro de poemas:
    reescritura de «The Outsider» de H. P. Lovecraft en:
    http://s29.quicksharing.com/v/8313689/outsider_fuga.pdf.html

  • ANGEL junio 6, 2008en3:37 am

    es el mejor libro ke ehhhhh leido de verdad ke si y poes para akellas personas ke dicen ke no es buen libro es por ke solamenete lee puras kosas ke no los ponen a pensar….

    de verdad es la literatura mas fantastica y extraordinaria,, y solo es para amantes de la oscuridad…

    hasta siempre…

  • flash gamer enero 23, 2010en7:57 pm

    Wow…I found a game related to Cthulhu / Lovecraft…called Necronomicon!! Very addictive!

  • Juano julio 21, 2011en7:09 am

    «Los mitos de Cthulhu». Siempre se remite a H.P. Lovecraft como el creador de los mitos de Cthulhu, pero no hay que dejar de lado el hecho de que otros contribuyentes como Derleth o Bloch ayudaron a la difusión de esta mitología.

    Por lo demás, tanto los cuentos de la segunda parte (la «época dorada» de los mitos), como los precursores y, por último, los cuentos póstumos, son un buen aperitivo antes de ir a dormir. Por lo demás, pienso que los mitos de Cthulhu mueren junto con el autor, y revivir estos relatos no es algo bien visto. Sería como re-escribir los mitos de los griegos, en mi opinión.

    Pero me gustó tu review. Espero que leas el que hice yo en mi página.

    Juano

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