François Rabelais. Gargantúa y Pantagruel.

septiembre 2, 2019

François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel
Acantilado, 2011. 1508 páginas.
Tit. Or. Gargantua et Pantagruel. Trad. Gabriel de Hormaechea Arenaza.

Excelente edición y traducción de los cinco libros que componen el Gargantúa y Pantagruel, libro muy conocido y que ha pasado a la cultura popular, pero que imagino que es poco leído. Y no es para menos, puesto que son 1500 páginas en total.

Se mantienen juegos de palabras y para evitar anotaciones de pie de página que entorpezcan la lectura todos los capítulos están precedidos por un pequeño prólogo que ilumina los conceptos que se tratarán, y explica las referencias para que cuando empecemos a leer tengamos los datos en la mano. Si se compara esta edición con otras que circulan por ahí la diferencia es notable. Cierto es que muchos de los chistes ya no nos dicen nada. Una crítica a Carlos V nos es tan lejana como le será a un lector del siglo XXV los chistes sobre Trump.

Pero gran parte del humor es escatológico, y eso nunca caduca. Otros, como las parodias de las leyes, el hermetismo de los intelectuales, la inutilidad de cierto tipo de educación siguen estando de actualidad. Los chistes sobre sexo y cornudos siempre estarán a la orden del día.

Dicho esto hay mucha diferencia entre los cinco libros. El primero que se escribió (en todas las ediciones el segundo), Pantagruel, es el mejor con diferencia. Tiene momentos impagables y personajes inolvidables, como es Panurgo experto en todo y capaz de derrotar en lenguaje de signos a un experto filósofo. Peca de misógino en algunos momentos (pienso en la venganza de Panurgo sobre una dama que no le hacía caso, o en el muro de coños). Pero es brillante, excesivo y lleno de vida. Es curioso que Pantagruel es un gigante pero casi siempre parece ser de una altura normal. Esto me llamó la atención cuando lo leí de pequeño (qué cosas para leer un infante) pensaba que pasaba algo de lo que no me había dado cuenta pero no, es que el libro es así.

El segundo fue una precuela, la vida del padre de Pantagruel, Gargantua, libro que abunda en excesos de comida, bebida, chistes sexuales, eructos pedos y escatología variada. Divertido pero sin tanta profundidad como el primero.

El tercero se basa en el empeño de Panurgo de casarse, van visitando adivinos varios que todos llegan a la misma conclusión: será cornudo. Pero él, ciego, interpreta los vaticinios justo al revés. Desvirtúa completamente al personaje genial convirtiéndolo en un pánfilo sin luces.

El cuarto narra las aventuras en busca del oráculo definitivo de la botella, y es parodia de libros de viajes con países imposibles. El quinto y último siempre ha tenido dudas sobre su autoría, aunque ahora se cree que es en parte de Rabelais ´-por análisis lingüísticos- aunque acabado por mano ajena. Estos últimos, teniendo sus buenos momentos, no le llegan ni a la suela de los zapatos al original.
Mi consejo es leerse el Pantagruel, en esta excelente edición. Continuar por el Gargantua (o al revés, tanto monta). El resto, sólo para valientes y amantes de lo clásico.

DE CÓMO LOS SEÑORES
BESACULO Y HUSMEACUESCO
PLEITEABAN ANTE PANTAGRUEL,
SIN ABOGADOS
Así pues, Besaculo comenzó como sigue:
—Señor, es cierto que una buena mujer de mi casa iba a vender huevos al mercado…
—Cubrios, Besaculo—dijo Pantagruel.
—Muchas gracias, Señor—dijo el señor Besaculo—. Pero, volviendo a nuestro propósito, pasaban entre los trópicos, hacía el zenit, seis monedas de plata y unos cuartos, porque los montes Rifeños habían padecido aquel año gran esterilidad de engañabobos, como consecuencia de una sedición de cuchufletas que se había producido entre los jerigonzas y los acursitas, por la rebelión de los suizos, que se habían reunido en número de un buen tramo, para ir a buscar muérdago el día de año nuevo, cuando se da sopa a los bueyes y la llave de la carbonera a las chicas para que den avena a los perros.
»Durante toda la noche, empuñando el tarro, no se paró de enviar bulas a píe y bulas a caballo para retener los barcos, pues los sastres querían hacer, con los retales sisados, una cerbatana para cubrir la mar océana, que por entonces estaba gruesa de una calderada de coles, según la opinión de los gavilladores de heno. Pero los médicos decían que no veían en su orina signo evidente, a paso de avutarda, de que comiese mostaza con alabarda, a menos que los señores de la corte ordenasen a la viruela, al derecho y al revés, que no volviese a sisar a los caldereros, pues los robaperas ya tenían bastante con bailar el rigodón al son del diapasón[…]


Inmediatamente después, levantó la diestra totalmente abierta y totalmente abierta la bajó, colocando el pulgar en el punto en el que cerraba el meñique de la izquierda, y movió lentamente los cuatro dedos de ésta en el aire. Después, a la inversa, hizo con la derecha lo que había hecho con la izquierda y con la izquierda lo que había hecho con la derecha.
Panurgo, sin inmutarse, levantó su trimegista bragueta con la izquierda, y con la derecha extrajo de ella un trozo de costilla bovina blanca y dos piezas de madera de parecida forma, de ébano negro la una, la otra rojo de Brasil, y las puso entre los dedos de ésta en buena simetría y, haciéndolas chocar la una contra la otra, producía un ruido semejante al que hacen los leprosos en Bretaña con sus tablillas, aunque sonando mejor y con más armonía, mientras, con la lengua contraída en la boca, tarareaba alegremente, sin dejar de mirar al inglés.
Los teólogos, médicos y cirujanos pensaron que con aquellos signos quería decir que el inglés era leproso.
Los consejeros, legistas y decretístas pensaron que, al hacer aquello, quería significar que existía cierta clase de felicidad humana en el estado de leproso, como en lejanos tiempos sostenía el Señor.
El inglés no se arredró ante aquello y, alzando las dos manos al aire, las mantuvo de tal forma que con los tres dedos principales formaba un puño cerrado, y pasó los pulgares entre el dedo índice y el corazón, mientras los meñiques permanecían extendidos; así los presentó a Panurgo. Luego los juntó de modo que el pulgar derecho tocaba el izquierdo y el meñique izquierdo tocaba el derecho. Ante aquello, Panurgo, sin decir una palabra, levantó
las manos e hizo los siguientes signos: en la mano izquierda juntó la uña del dedo índice con la uña del pulgar, formando como un bucle en el medio, y con la mano derecha apretó todos los dedos en un puño, salvo el .dedo índice, que metía y sacaba continuamente entre los otros dos de la mano izquierda, arriba mencionados; luego extendió el índice y el corazón de la derecha, alejándolos el uno del otro tanto como pudo y alargándolos hacia Taumasto, para después, colocar el pulgar de la mano izquierda en la comisura del ojo izquierdo, extendiendo toda la mano como ala de pájaro, o como espinazo de pez, y moviéndola graciosamente a un lado y otro, y haciendo otro tanto con la izquierda en la comisura del ojo derecho.
Taumasto comenzó a palidecer y a temblar, y le hizo el siguiente signo: con el dedo corazón de la mano derecha, golpeó contra el músculo de la almohadilla que hay en la palma, bajo el pulgar, y luego colocó el dedo índice de la derecha en un bucle parecido al de la izquierda, pero lo puso por debajo, no por encima, como hacía Panurgo.
Ante eso, Panurgo golpeó una mano contra la otra y sopló en las palmas. Hecho eso, volvió a colocar el dedo índice de la mano derecha en el bucle de la izquierda, metiéndolo y sacándolo con frecuencia, y luego tendió la barbilla, mirando intensamente a Taumasto.
La gente, que no entendía nada de aquellas señas, entendió bien que con aquello, sin decir palabra, preguntaba a Taumasto: «¿Qué queréis decir con eso?».
De hecho, Taumasto comenzó a sudar la gota gorda y presentó todos los síntomas de un hombre que estuviese embelesado en una alta contemplación. Luego volvió en sí, y puso todas las uñas de la izquierda contra las de la derecha, abriendo los dedos como en semicírculo, y levantó tanto como pudo las manos haciendo ese signo.

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