Felipe Alfau. Cuentos españoles de antaño.

mayo 23, 2007

Ediciones Siruela, 1991. 142 páginas.
Tit. Or. Old tales from Spain. Trad. Carmen Martín Gaite.

AlfauCuentos
Añoranzas

Todavía no he podido hincarle el diente a Locos pero sí que tenía a mano -en la sección juvenil de la biblioteca- estos cuentos de Alfau. Dice el autor que escribió sus dos primeras obras porque no tenía empleo y necesitaba dinero. No tuvo suerte con la novela, pero Old Tales from Spain fue publicada por el Club de Lectores Farrar & Rinehart en una cuidada edición con ilustraciones modernistas. Alfau recibió por esta obra 250 dólares.

La lista completa de los cuentos es:

El arco iris
Entre dos luces
El trébol
Barcos de vela
La rivalidad
La leyenda de las abejas
La bruja de Amboto
El canto del cisne
El sauce y el ciprés
El gusano de oro

Esta edición conserva las ilustraciones modernistas y cuenta con un prólogo de Carmen Martín Gaite, que afirma que éste es el libro es el más original del autor. No estoy muy de acuerdo con Carmen; los cuentos están bien, Alfau demuestra en ocasiones su pericia como escritor -sobre al narrar dentro de lo narrado-, pero no creo que sea un libro que aporte mucho al género. No es un mal libro, pero no es excepcional.

Tampoco encuentra uno mucha españolidad en los cuentos, salvo quizá en La leyenda de las abejas o La bruja de Amboto. Ni por ambientación ni por temas. Quizá fuera una estratagema comercial de Alfau. Mi preferido, El gusano de oro, del que pueden leer un fragmento al final. Ideal para leer a sus hijos pequeños.

Escuchando: Sinfonia Num 4 en Mi bemol mayor. Bruckner.

AlfauIlustracion

Extracto:


El gusano de oro

Lolita era una niña muy salada de seis años que vivía en las afueras de Madrid. Su casa tenía un jardín precioso donde crecían fresas y violetas. También había un es¬tanque en el medio con pececitos dorados; y en una de las esquinas, un rosal.

Aunque ni las fresas, ni las violetas, ni los peces dorados, ni el rosal tengan mucho que ver con el cuento que se leerá a continuación, tal era el decorado que rodeaba a Lolita cuando, una noche de verano, salió a la terraza después de cenar y sus ojos desconcertados contemplaron un espectáculo de lo más extraordinario.

Entre las flores y los arriates del jardín se veían numerosas lucecitas volando de acá para allá. La escena le recordó los árboles de Navidad, y se quedó un rato estupefacta, siguiendo con los ojos el rumbo de aquellas minúsculas luces. Luego, presa de entusiasmo, empezó a llamar a su padre, que salió en seguida a la terraza a ver qué pasaba.Todavía llevaba en la mano su taza de café.

—¡Mira, papá! ¿Has visto todas esas lucecitas que se mueven por el jardín?

—Claro, Lolita, son gusanos de luz. ¿Es que no los habías visto nunca?

Lolita, por supuesto, no los había visto nunca. Aparte de las cosas que se han descrito antes, pocas más había visto, porque sólo llevaba seis años viviendo en este mundo.

Su padre percibió la curiosidad que brillaba en sus ojos, y le preguntó:

—¿Quieres que te cuente cosas de los gusanos de luz?

Pero la expresión que leía en el rostro de su hija hacía innecesaria la contestación, así que él continuó:

—Pues bien. Había una vez una princesita…

—¿Cuándo, papá?

—Hace mucho tiempo, Lolita, no me acuerdo de la fecha exacta. Había una vez una princesita…

—¿Dónde, papá?
—Muy lejos de aquí, tampoco me acuerdo del lugar exacto. Y no seas tan curiosa, porque si me sigues interrumpiendo así nunca te vas a enterar de lo que le pasó a la princesita con los gusanos de luz.

Lolita no volvió a decir nada y su padre le contó la siguiente historia:

Había una vez una princesita más o menos de tu edad. Llegó su cumpleaños, su sexto cumpleaños. Se había preparado una gran fiesta en su honor, y recibió muchos obsequios y regalos de todo el mundo.

De todos los regalos que le hicieron hubo uno que le gustó particularmente. Se trataba de un broche en forma de gusano y era todo de oro. Se lo había regalado el embajador de la China. A la princesa le gustó tanto el broche que se lo puso enseguida y lo llevó toda la tarde mientras jugaba con todos los amiguitos que habían sido invitados a su cumpleaños.

Esta princesita vivía en un gran palacio. Estaba rodeado de un enorme y espacioso terreno, lleno de árboles, de flores y de suave praderas. En aquellas praderas vivía una gran cantidad de insectos entre los cuales había una representación prácticamente total de todas las especies de este género.

Aquellos insectos se consideraban a sí mismos los aristócratas de su gremio, porque vivían en un palacio real, mientras los demás se veían obligados a vagabundear por los campos, los bosques, los jardines de la gente plebeya o los parques públicos donde a todo el mundo le estaba permitido entrar, sin distinción de clases, lo cual era efectivamente una vulgaridad. Total, que los insectos que vivían alrededor del palacio miraban por encima del hombro a todos los demás insectos.

Un poco antes del cumpleaños de la princesa, una gran inquietud se había ido infiltrando en sus vidas. Una polilla había declarado sentenciosamente que no podía existir verdadera aristocracia si tener un rey. Hay que advertir que las polillas eran juzgadas como el sector más ilustrado dentro del mundo de los insectos. Tenían la costumbre de deslizarse furtivamente dentro del palacio y de pasarse las horas muertas en la biblioteca real, literalmente comiéndose los libros. Aquella polilla, como es natural, sabía muy bien lo que decía cuando emitió aquella desconsoladora opinión que castigó el orgullo de sus congéneres y cayó sobre ellos como una acusación. Si no existía verdadera aristocracia sin un rey, estaba claro que ellos no eran aristócratas, porque rey no tenían ninguno.

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