Elvira Liceaga. Las vigilantes.

octubre 21, 2025

Elvira Liceaga, Las vigilantes
Las afueras, 2025. 304 páginas.

Una escritora vuelve a vivir con su madre, que trabaja como terapeuta voluntaria en un centro donde jóvenes embarazadas son acogidas hasta que llegue el momento de dar a su hijo en adopción. Animada por su madre se dedica a dar clases de leer y escribir a Silvia, una joven del centro.

Novela que nos habla de muchas cosas. Las relaciones madre-hija, tan complicadas a veces. La pérdida de un ser querido, en este caso la hermana de la protagonista, cuya sombra ha habitado siempre entre ellas dos. El abandono, tanto de las mujeres que quedan a su suerte tras quedarse embarazadas como el destino de los hijos que van a tener, que serán entregados a una familia y nunca volverán a verlos.

Todo escrito con un lenguaje que nos crea un ambiente en el que te vas introduciendo sin darte cuenta, hasta que llegas a un final que, en cierta manera, te arrastra al abandono. Quizás me ha parecido que sobre ciertos temas se dan excesivas vueltas, pero es un libro excelente.

Muy bueno.

Para armar palabras improvisamos un rompecabezas medio chafa con el reverso de una caja de cereal. Estoy pensando en los buzones. Suena la voz de mi madre en mi cabeza: No tienes ni idea de lo que significa colocar ahí a tu bebé. Antes de llegar a la clase he leído que un comité que defiende los derechos de los niños en Naciones Unidas no los aprueba porque cualquiera puede robarse a un bebé y depositarlo ahí. Y porque la entrega anónima le impide al bebé averiguar su origen. ¿A Silvia le preocupa que su hijo la busque?

Estamos recortando sílabas de cartón cuando pasan a nuestro lado unas chicas en pants, vestidos holgados, leggins, prendas flexibles para el cuerpo doble, pero particularmente enguapadas.

—¿A dónde van tan arregladas?

En mi paso por el albergue veo a las chicas embarazadas barriendo, cocinando, lavando los trastes o haciendo alguna que otra tarea, según la envergadura de su panza. Se las ve en la sala hojeando una antigua Quién o TVNotas. Tal vez uno de esos libros amarillentos, casi todos de autoayuda y algunos manuales sobre crianza, probablemente donados, que viven en un librero que no es más que una repisa casi vacía. ¿Están contentas? ¿Están aburridas? ¿Están sometidas? ¿A quién le conviene que estén ahí, encerradas? Se las ve hojeando la Biblia. De la Biblia hay ejemplares hasta en cómic. Las chicas dan vueltas solas, en pares o en tríos por la circunferencia del jardín. Y, con frecuencia, aquella que camina más cerca de las orillas levanta la mano derecha para tocar a su paso las buganvilias que trepan por los muros. A veces se sientan en la mesa de hierro blanco a tomar clases al aire libre de alguna manualidad. Bordan, tejen, confeccionan, bajo vigilancia, mientras esperan. Me cuenta Silvia que se enseñan a cortar el cabello. No están locas, no es este un manicomio de lujo, aunque por cómo está organizado a ratos lo pareciera, pero, además de quitarles los teléfonos celulares para evitar la tentación de llamar a su agresor, tal vez un familiar, tal vez su esposo, les prohíben objetos puntiagudos como las agujas o las tijeras. Así que alguna monja las supervisa como si de pronto una fuera a arremeter contra las demás, mientras la que tiene mayor experiencia les muestra cómo de grafilar y las demás practican en el cabello de su compañera. Se enseñan a maquillarse como las celebridades. Son trabajos no tan mal pagados y no tan difíciles de conseguir cuando salgan de aquí, les dicen. Se peinan las unas a las otras. El fleco redondo, la trenza francesa, el alaciado perfecto. Si llueve, he visto que les prenden la tele. Y así por nueve meses.

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