David Aliaga. Y no me llamaré más Jacob.

marzo 6, 2017

David Aliaga, Y no me llamaré más Jacob
La isla de Siltolá, 2016. 136 páginas.

Colección de relatos que incluye los siguientes:

Será peor
Los muertos vivientes
Plomo en la mirada
La mujer maniquí
Noaj
En el delta
La cuna de Newton
Clases de hebreo
Ascuas
Támpere
De triatletas y filacterias
El suspiro del clarividente
Escribir la memoria
Luminarias
Los amantes paralíticos
Mikvé

Bien escritos, en ocasiones da la impresión de ser autobiográficos, muchos de ellos con el judaísmo de fondo. Interesante por los temas y la calidad de la escritura, digna aunque no deslumbrante.

Sin embargo, lo que dijo en voz alta fue que notaba alguna mejoría, que ya no le dolía tanto al caminar, al encoger los dedos. Puedes preguntar, te lo mereces, pero yo puedo contarte lo que considere más conveniente, calló y cambió de tema.
He aceptado el papel que me ha ofrecido el director para la próxima temporada.
La anciana atiende. Es agradable tener el horizonte de representar a una mujer como Nora, capaz de romper sus ataduras; disfrutar de un papel protagonista en una obra de Ibsen. Interpretar a la novia cadáver es agotador, créeme, cargar con todo ese rencor y arrastrar sus heridas cada noche. Quizá sea demasiado lastre, se acaricia las piernas otra vez.
Aprieta los dedos sobre los gemelos. No llegaré al estreno, no podré caminar por el escenario en octubre, piensa.
Las interrumpió su marido, que acababa de llegar. Se detuvo para saludarlas y enfiló las escaleras hacia su despacho en el piso de arriba.
La anciana dio un último sorbo al té y se levantó, con torpeza, apoyándose en la mesa. Me voy, dijo, o perderé el autobús de las seis. Besó a Edith antes de salir.
Estás fría, cariño. Ponte el termómetro.
A Edith le tranquilizaba pensar que ya sabía cómo se sentía un maniquí, por lo menos, al hacer el amor.
La habitación a oscuras. Él le coloca una mano en el hombro, los dedos firmes, y tira de ella hacia atrás. Ponte boca arriba. Le sube el camisón hasta la cintura y se coloca encima clavando las rodillas en el colchón. Ya se ha excitado pensando en lo que viene. Se vence sobre su cuerpo, sus (rentes a un palmo de distancia, los brazos como columnas. lÜla lo escucha gemir a una distancia aséptica. La realidad se ha abierto entre la voz del hombre y sus oídos. Le reverbera en el interior de la cabeza como si estuviese hueca, sus expresiones soeces y dominadoras rebotan por el interior de un cráneo de plástico, tibio, duro, y aunque identifica las palabras que forman esos sonidos lejanos, no es consciente de que posean un significado.
El sexo de su marido vence su resistencia pasiva con la persistencia de un perro con sarna. Rabioso. Ella no colabora, pero tampoco se niega. Siente el pedazo de carne recia invadir su cuerpo de muñeca de escaparate. Tanto da, ha aprendido a decirse, que viole lo que está hueco y es inerte. No es a ella a quien está follándose cada vez con más saña. Él aprieta los dientes, estrangula las sábanas, mantiene un silencio furioso que acompaña la mala sombra de sus acometidas. Cuando se ha corrido no la llama puta, ni zorra, ni la ignora. La palabra que escoge es «cariño».

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