Connie Willis. El apagón.

abril 17, 2012

Connie Willis, El apagón
Ediciones B, 2011. 624 páginas.
Tit. Or. Blackout. Trad. Paula Vicens.

Novela nueva de la Willis, ahí que voy corriendo a comprarla, aunque había oído malos comentarios sobre ella. Pero como es una autora que no gusta a todo el mundo, me arriesgué igualmente.

Ambientada como otras de sus novelas en un departamento de historia que cuenta con la capacidad de realizar viajes en el tiempo, nos relata la historia de tres investigadores que, enviados a Londres y alrededores en la segunda guerra mundial, se encontrarán con problemas para realizar sus misiones e incluso regresar.

No me suele gustar la novela histórica porque nunca sabes cuando lo que estás leyendo está documentado o es invención del autor, máxime cuando los protagonistas suelen ser grandes figuras. Este libro, pese a los viajes en el tiempo, podría encuadrarse más dentro de la novela histórica. Pero la excusa de los investigadores le permite a la autora ser precisa con los datos históricos -en algunos casos hasta el minuto. El que los protagonistas se muevan a pie de calle hace que las invenciones de la autora alcancen sólo a personajes anónimos que no influyen en la objetividad histórica.

La mejor reseña que he encontrado del libro así lo ha tomado: Recorriendo el Londres del Blitz. El apagón, de Connie Willis, y tanto le entusiasmó que fue corriendo a comprar la segunda parte en inglés ¿Segunda parte? Sí, esta es la primera parte de una historia y te enteras cuando llegas al final y se te queda cara de tonto como le pasó al que escribió esto: El Apagón.

Soy una persona que espera a que se acabe de emitir toda la temporada de una serie para poder verla seguida. No les cuento como me ha sentado saber que tendré que esperar probablemente un año para poder leer la continuación de este libro. Y ojo, que no es una historia que acabe pero con continuación, es que está a medias. Para tirarse de los pelos.

Menos mal que me ha gustado.

Calificación: La pondré cuando lo lea entero.

Un día, un libro (230/365)

Extracto:
—Me duele —gritaba, moviendo la cabeza sin cesar sobre la almohada.
—Le ha dado fuerte —dijo el médico. Una afirmación que poco tenía de diagnóstico científico. Le tomó la temperatura. Estaba a cuarenta y uno, y luego la auscultó—. Temo que el sarampión le haya afectado los pulmones.
—¿Los pulmones? ¿Está hablando de neumonía? —preguntó Eileen.
—Sí—asintió el médico—. Quiero que prepare una cataplasma de melaza y mostaza para el pecho.
—Pero, ¿no deberíamos llevarla al hospital?
—¡¿Al hospital?!
Eileen se mordió el labio. Era evidente que la gente de la época no iba al hospital en caso de neumonía, ¿para qué? No había nada que pudieran hacer por ellos allí: no disponían de antivirales, ni de nanoterapia; ni siquiera de antibióticos, aparte de penicilina y sulfamidas. No, ni siquiera eso. La penicilina no había sido de uso común hasta después de la guerra.
—Yo no me preocuparía —dijo el médico, dándole unas pal-maditas en el brazo a la niña—. Binnie es joven y fuerte.
—¿No puede darle nada para la fiebre?
—Puede darle un poco de infusión de regaliz —le dijo el doctor Stuart—. Y hacerle friegas con alcohol tres veces al día.
«¡Infusiones, cataplasmas, termómetros de vidrio! Es un milagro que alguien sobreviviera en el siglo XX», pensó Eileen, disgustada.
Le hizo friegas en los brazos y las piernas a Binnie cuando el doctor se fue, pero nada, ni siquiera la infusión, surtió efecto. A medida que avanzaba la tarde respiraba más agitadamente. Dormitaba a ratos, gimiendo y revolviéndose. A medianoche por fin L se durmió. Eileen la arropó y fue a ver cómo se encontraban los otros niños.
—¡No me dejes sola! —Gritó Binnie.
—Chsss —la tranquilizó Eileen, corriendo a sentarse de nue-
vo a su lado—. Estoy aquí. Chsss. No me voy. Sólo iba a ver a los demás. —Con una mano comprobó la frente de Binnie, que se revolvió para apartarse de ella.
—No, no ibas a verlos. Ibas a marcharte. A Londres. Te vi.
Tenía que referirse a aquel día en la estación con Theodore.
—No me voy a Londres —le dijo, indulgente—. Me quedo aquí contigo.
Binnie sacudió violentamente la cabeza.
—Te vi. La señora Bascombe dice que las buenas chicas no se ven con soldados en el bosque.
«Delira», pensó Eileen.
—Voy a buscar el termómetro, Binnie. Vuelvo enseguida.
—La vi, Alf —dijo Binnie.
Eileen cogió el termómetro, lo sumergió en alcohol y regresó.
—Póntelo debajo de la lengua.
—No puedes irte —dijo Binnie. Miró a los ojos a Eileen—. Nadie más que tú es amable con nosotros.
—Binnie, cariño, tengo que tomarte la temperatura —insistió Eileen, y esta vez Binnie pareció oírla. Abrió la boca obediente y se quedó tendida los interminables minutos que Eileen tuvo que esperar hasta retirarle el termómetro. Luego se volvió y cerró los ojos.
Eileen no podía leer la temperatura en la oscuridad prácticamente total. Se acercó de puntillas a la lámpara de la mesa: cuarenta y dos. Si aquella fiebre persistía mucho tiempo, la mataría.
Aunque eran las dos de la madrugada, Eileen llamó al doctor Stuart. No lo encontró. Su ama de llaves le dijo que acababa de irse a la granja de los Moody a atender un parto y, no, no tenían teléfono. Eso quería decir que tenía que arreglárselas sola… y que no podía hacer nada en absoluto.

2 comentarios

  • p abril 17, 2012en2:57 pm

    Por lo que dices tiene el nombre bien puesto. 😉

    De todas maneras, me has aficionado a esta Sra. seguro que no espero un año.
    Saludos

  • Palimp abril 18, 2012en10:21 am

    Yo espero que salga pronto la segunda parte… me como las uñas.

    Un abrazo.

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