Bruce Rosenblum y Fred Kuttner. El enigma cuántico.

diciembre 3, 2011

Tusquets, 2010. 248 páginas.
Tit. or. Quantum Enigma. Physics encounters consciousness.
Bruce Rosenblum y Fred Kuttner, El enigma cuántico
Encuentros entre la física y la conciencia

Este libro pretende mostrarnos los dos misterios más grandes de la actualidad: la mecánica cuántica y la conciencia. Y también la enigmática relación entre ambas ¿influye la conciencia en la realidad? El primer objetivo, la mecánica cuántica, lo cumplen de una manera clara y con rigor. La conciencia ya dispone de menos espacio y está tratada bastante por encima. A la hora de relacionar ambas cosas, fracasan totalmente.

Como casi todos los libros que hablan de mecánica cuántica, empieza con unas alabanzas sobre lo exacto de la teoría:

La teoría cuántica es asombrosamente exitosa. Ni una sola de sus predicciones se ha demostrado incorrecta. La mecánica cuántica ha revolucionado nuestro mundo. Un tercio de la economía mundial depende de productos basados en ella. Pero esta física puede sonar a misticismo. Y es que los experimentos cuánticos sacan a la luz un enigma que desafía nuestra visión cotidiana del mundo.

¿Por qué insistir tanto en el tema? Porque las implicaciones de esta teoría son tan contrarias al sentido común que si hubiera la más mínima falla podría pensarse que detrás hay otra teoría más razonable. Pero de momento todas las pruebas a las que se somete confirman las extrañas propiedades que tiene la materia de la que estamos hechos.

Los autores cuentan una historia que muestra esta extrañeza. En un poblado hay un chamán que, según dicen, es capaz de mostrar efectos cuánticos en objetos macroscópicos, del mundo real. Hacia allí va un investigador para comprobarlo. El chamán le muestra dos chozas, y una pareja, un hombre y una mujer. En la primera prueba el hombre se meterá en una choza y la mujer en la otra, y el investigador podrá hacer preguntas del tipo ‘¿Está el hombre en la choza de la derecha?, ¿Está la mujer en la choza de la derecha?’. El chamán a cada pregunta muestra el interior de la choza y el investigador puede ver si la respuesta a su pregunta es afirmativa o negativa. En la segunda prueba la pareja se introduce junta en una de las dos chozas y el investigador puede preguntar ‘¿Está la pareja en la choza de la izquierda? ¿Está la pareja en la choza de la derecha?’. Hasta aquí no hay nada extraño, sino, por el contrario, parece un juego bastante aburrido.

Pero en la tercera prueba la cosa cambia. Esta vez el investigador puede hacer cualquier pregunta. Puede preguntar, por ejemplo ‘¿Está el hombre en la choza de la derecha?’ o ‘¿Está la pareja en la choza de la izquierda?’. Si estuviéramos en el mundo real sólo hay dos opciones: o la pareja se ha metido en una de las dos chozas, o el hombre en una y la mujer en otra. Pero, y aquí está lo maravilloso, no en el mundo cuántico. Por eso cuando el investigador pregunta ‘¿Está el hombre en la choza de la derecha?’ al abrir las chozas está el hombre en una y la mujer en otra. Si pregunta ‘¿Está la pareja en la choza de la derecha?’, al abrir las chozas la pareja está junta en una de las dos. Así siempre, aunque el investigador escoja las preguntas al azar, la pareja siempre estará colocada de acuerdo a lo que el ha preguntado.

Semejante comportamiento da mucho que pensar ¿Sabe la materia qué es lo que vamos a preguntar? ¿Es nuestra conciencia la que determina su estado? ¿Es otra cosa? Lo cierto es que así se comporta la materia, y los miles de experimentos que se han realizado lo confirman. Otro tema es la interpretación que nosotros demos a estos hechos.

En el libro se incluyen las interpretaciones más habituales (no está de más echar un vistazo a la wikipedia: interpretaciones de la mecánica cuántica), destacando la de Copenhague, que aunque afirma que la observación crea la realidad, el observador puede ser un contador Geiger. ¿Tiene sentido interpretar la mecánica cuántica? El hecho es que a efectos prácticos nuestra interpretación es indiferente, las ecuaciones funcionan igual.

Que la conciencia, la sensación del yo, es también un enigma no hace falta demostrarlo. Pero como he dicho al principio en este libro no se avanza ningún tipo de posible explicación de por qué un órgano como el cerebro es capaz de producir autoconciencia, ni si ésta se puede localizar en alguna parte o dónde.

Por último, aunque parece claro que la observación es capaz de modificar o crear la realidad, parece que la conciencia tiene poco que ver. Sólo hay que ver el cuadro del anterior enlace de la wikipedia. De las 14 interpretaciones que aparecen en la versión inglesa, sólo en dos el observador crea la realidad. Intentar meter el misterio de la conciencia en la mecánica cuántica es más propio de charlatanes que de físicos. Por eso los autores, aunque jugueteen con el concepto, no llegan a defenderlo.

Un excelente libro de divulgación para que los profanos se acerquen a los misterios del mundo cuántico.

Calificación: Muy bueno.

Un día, un libro (94/365)

Extractos:
En la última semana del siglo xix, Max Planck hizo un anuncio escandaloso: las leyes más fundamentales de la física estaban siendo violadas. Era el primer indicio de la inminente revolución cuántica, de que la visión del mundo que ahora llamamos «clásica» debía abandonarse.
Max Planck, hijo de un distinguido catedrático de Derecho, era cuidadoso, correcto y reservado. Siempre vestía trajes oscuros y camisas bien almidonadas. Educado en la estricta tradición prusiana, Planck respetaba la autoridad, en la sociedad y en la ciencia. No sólo la gente debía cumplir rigurosamente las leyes, sino también la materia. Debía hacerlo. No era lo que se dice un revolucionario.
En 1875, cuando el joven Planck le comunicó al jefe de su departamento de física su intención de convertirse en físico, éste le aconsejó que se dedicara a algo más interesante. La física, le dijo, estaba casi completa: «Todos los descubrimientos importantes ya se han hecho». Pero Planck no se amilanó y, tras completar sus estudios de física, durante años subsistió como Privatdozent, un profesor aprendiz, viviendo sólo de las exiguas cuotas pagadas por los estudiantes que asistían a sus clases.
Planck escogió la especialidad más legislada de la física, la termodinámica, el estudio del calor y su interacción con otras formas de energía. Su sólido pero nada espectacular trabajo le valió finalmente una cátedra (aunque se dice que la influencia de su padre también tuvo algo que ver).

Copenhague
La interpretación de Copenhague, la más ortodoxa, es la que adoptamos a la hora de enseñar y aplicar la teoría cuántica. Aquí diremos poco de ella, porque ya le hemos dedicado un capítulo entero. En la versión estándar, la observación crea la realidad física del mundo microscópico, pero, a todos los efectos prácticos, el «observador» puede ser el instrumento macroscópico de medida, como por ejemplo un contador Geiger.
La interpretación de Copenhague solventa el enigma cuántico di-ciéndonos que hagamos un uso pragmático de la física cuántica para el micromundo y de la física clásica para el macromundo. Puesto que se supone que nunca vemos el micromundo «directamente», podemos limitarnos a ignorar su extrañeza y, con ello, ignorar el encuentro de la física con la conciencia. Sin embargo, a medida que la extrañeza cuántica se manifiesta con objetos cada vez más grandes, se hace cada vez más difícil ignorarla, y las interpretaciones alternativas proliferan.

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