Sexto piso, 2020. 164 páginas.
La novela se construye alrededor de dos mujeres: una a la que le roban a su hijo en el parque por estar despistada mirando el móvil y otra que es la que se lo lleva a un entorno desestructurado y marginal.
Las partes de la mujer que se queda sin niño son las que menos me han gustado, hasta el punto de que, como la novela empieza con ella, estuve a punto de dejarlo a un lado. Esta vez mi manÃa de acabar los libros ha resultado buena, porque las otras partes están muy bien escritas, describen muy bien la situación de alguien que no ha podido tener hijos y que mentalmente no está muy centrada y cuya vida ha sido una sucesión de desgracias.
Es decir, superado el primer capÃtulo que me parece horrendo el libro está muy bien, aunque la mitad de la madre auténtica me siguió pareciendo muy inferior en estilo a la otra, pero con momentos (el extracto es un ejemplo) también brillantes.
Recomendable.
¿Cómo no viste a fu hijo, eh? ¿Cómo no viste adonde se fue? Me tanteó la pierna que yo tenia tapada con una cobija. Cállate, Nagore. Y seguà con la cara volteada para tratar de ver la televisión. Déjame ir, repitió y volvió a darme un leve golpe en la pierna, casi en la rodilla, por eso mi pierna se movió sola. Traté de ignorarla. Déjenme ir, insistió moviendo mi pierna de un lado a otro. Me zarandeó las dos, le respondà con una bofetada para dar por terminada la conversación, pero Nagore ya no era la niña que querÃa cepillarme el cabello, ni tenÃa los cabellos dorados, ni la picardÃa infantil en los ojos: era una jovencita de cuerpo mediano que me devolvió la bofetada. Me ardió la cara e iba a responderle pero ella me detuvo las manos y la mirada. Déjenme ir. Quise zafarme pero no pude. ¿Me vas a matar como tu padre mató a tu madre, Nagore?, ¿eres igual de bestia que tu padre, nos quieres superar en pendejadas? Y Nagore se puso roja y bufó y volvió a darme una bofetada. Intenté levantarme pero no pude, ella aprovechó para echarse encima de mà con jalones de cabello y yo empecé a reÃr, primero a reÃr, pero luego a llorar. ¡SÃ, pégame, pégame bastarda, pégame! YNagore, entre bufadas, intentaba clavar sus uñas en mis brazos. Yo reÃay decÃa ¡pégame, pégame!, y ella me clavaba sus uñas y su odio yyo me dejaba odiar. ¡Pégame, pégame!, le repetÃa, hasta que se alejó y pudo ver que yo estaba empapada en llanto y no podÃa parar y se quitó el cabello de la caray también me quitó el mÃo y me limpió las lágrimas y yo seguÃa llorando entre risas mientras movÃa los brazos en el aire diciendo que regresara a terminar la golpiza que habÃa iniciado, pero Nagore me abrazó y puso mi cara entre su pecho y yo la abracé muy fuerte y seguà llorando y ella empezó a
acariciarme el cabello y a darme besos en la cabeza y yo bajito le decÃa: Pégame, pégame, pégame… Pero Nagore sólo me abrazaba y me hacÃa: Shhh shhh, como cuando ella dormÃa a Daniel y lo mecÃa y lo calmaba y lo dejaba dormido, y yo seguà abrazándola y quise dormir porque yo no querÃa saber que ella habÃa crecido y se estaba yendo.
Nagore se quedó a contenerme y me recostó como pudo y me acomodó en la almohada y cerró mis oj os y si -guió acariciándome la cara con el shhh shhh que tantas veces calmó y durmió a Daniel.
Antes de que regresáramos a México, la mamá de Fran se arrodilló ante mà y me suplicó que no nos fuéramos. Convence a Fran, convéncelo, yo te ayudo a cuidar a los niños, no voy a estorbar, voy a ayudarte, convence a Fran de quedarse, pero yo decÃa que no, aunque querÃa decir que sÃ, y ella me decÃa que no la dejara sola en esa casa grande, blanca y hueca de Utrera, que no podrÃa con tanta soledad y sin su hija y con todos los dÃas sin su hija y sin su nieta, que no me fuera, que convenciera a Fran, pero yo sólo negaba con la cabeza porque si decidà no quedarme no era porque no quisiera, sino porque tenÃa la esperanza de que yo podÃa hacerme cargo de mà misma y de mi familia. No sé por qué, ni bajo qué manda o perorata social me impuse ese deseo que, a decir verdad, no sentÃa. Pero también, lo sé, estaba el hecho de temer que su madre también fuera una carga para mÃ. Me daba miedo dejar de ser ligera cuando llevaba ya, entre mis brazos, la mayor carga de mi vida.
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