Anthony Berkeley. El misterio de Layton Court.

octubre 9, 2011

Editorial Lumen, 2010. 300 páginas.
Tit. Or. The Layton Court mistery. Trad. Miguel Temprano García.

Anthony Berkeley, El misterio de Layton Court
Habitación cerrada

Lo vi comentado aquí: El misterio de Layton Court y me llamó la atención, además me venía muy bien para el reto de química (Yb). Estaba disponible en una biblioteca, pero cuando fui a por él alguien se me había adelantado. Un consejo: hay que reservar.

Nos encontramos con el habitual misterio de la habitación cerrada. Stanworth aparece muerto en la biblioteca; parece un sucicidio, pero el escritor y detective ocasional Roger Sheringham se huele algo turbio. Investigará hasta encontrar no sólo al culpable, también que no todo es lo que parece ser.

Una novela de misterio simpática, parecida a las de Agatha Christie, entretenida, pero sin ir más allá. Algún capítulo divertido -como el del toro- y una construcción sólida del enigma, pero esta novela se escribió en 1929, y aunque ha aguantado bastante bien, ha llovido mucho desde entonces.

Ideal para que los amantes del género se lleven lectura a la playa.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (39/365)


Extracto:[-]

La habitación no estaba demasiado abarrotada de muebles. Había un sillón o dos junto al fuego y una mesita con una máquina de escribir junto a la pared al lado de la puerta. En el ángulo que quedaba entre la ventana de guillotina y la chimenea se encontraba un sofá tapizado de negro. El mueble más destacable era un enorme escritorio que había justo en mitad de la habitación, enfrente de la ventana. Las paredes estaban forradas de estanterías.
Esa fue la imagen que pasó por el retentivo cerebro de Roger cuando se plantó con el pequeño grupo delante de la puerta de la biblioteca y oyó el breve y casi brutal anuncio del comandante. Con una curiosidad instintiva se preguntó dónde yacería el lúgubre añadido a la escena. Un momento después el mismo instinto le hizo volverse y escrutar el rostro de su anfitriona.
Lady Stanworth no había gritado ni se había desmayado, no era de esas. De hecho, aparte de contener breve e involuntariamente el aliento, no hizo nada que denotase la menor emoción.
—¿Que se ha pegado un tiro? —repitió con calma—. ¿Está usted seguro?
—Me temo que no cabe la menor duda —respondió muy serio el comandante Jefferson—. Debe de llevar muerto varias horas.
—Y ¿cree usted que es mejor que no entre?
—No es una imagen agradable —dijo secamente el comandante.
—Bien. En todo caso será mejor telefonear al médico. Yo lo haré. Victor llamó al doctor Matthewson cuando tuvo aquel ataque de alergia hace unas semanas, ¿verdad? Lo llamaré.
—Y a la policía —dijo Jefferson—. Habrá que notificárselo. Yo me encargaré.
—Puedo hacerlo yo —replicó lady Stanworth cruzando el vestíbulo en dirección al teléfono.
Roger y Alee intercambiaron una mirada.
—Siempre dije que era una mujer increíble —susurró el primero en voz baja, mientras se disponían a seguir al comandante a la biblioteca.
—¿Hay algo que pueda hacer, señor? —preguntó el mayordomo desde el umbral.
El comandante Jefferson le echó una mirada penetrante.
—Sí, venga usted también, Graves. Así tendremos otro testigo.
Los cuatro hombres entraron en fila india en la habitación. Las cortinas seguían bajadas, y la luz era tenue. Jefferson avanzó a grandes zancadas y apartó las cortinas de los ventanales. Luego se volvió e indicó con la cabeza hacia el gran escritorio.
En la silla que había detrás, y que estaba ligeramente apartada de la mesa, se encontraba sentado, o más bien reclinado, el cadáver del señor Stanworth. Su mano derecha, que colgaba a su lado sobre el suelo, estaba aferrada a un pequeño revólver, el dedo seguía apretando convulsivamente el gatillo.

2 comentarios

  • dsdmona octubre 10, 2011en3:57 pm

    Me lo apunto para una futura lectura, me chiflan los libros de misterios y crímenes imposibles

    D.

  • Palimp octubre 12, 2011en10:00 am

    No es gran cosa, pero tiene un sabor añejo, a clásico de toda la vida, que lo hace muy agradable.

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