Alexandre M Jacob. Por qué he robado.

octubre 24, 2018

Alexandre M Jacob, Por qué he robado
Pepitas de calabaza, 2007. 262 páginas.

Excelente selección de textos publicados por L’imsomaniaque gracias a esta editorial pequeña pero que va publicando textos fundamentales y poco conocidos.

Marius Jacob fue el jefe de una banda de ladrones anarquistas que fue detenido y condenado a 22 años en la terrible prisión de la GUayana francesa. Se incluye un relato de su detención debido a su propia pluma, el texto ‘Por qué he robado’ su defensa ante la justicia, diversas cartas y un epílogo sobre la posible presencia en España.

Hace poco salía un artículo en jotdown sobre los mitos de Robin Hood, ladrones que roban a los ricos para dárselo a los pobres. Este sería el caso de Jacob, que robaba a los ricos para sufragar el movimiento anarquista. Su defensa es un ataque a la propiedad privada que, salvando las distancias, todavía puede aplicase. ¿Qué es peor, robar la casa de un rico o robar a miles de pobres como hicieron los bancos con las preferentes? ¿Matar a un policía que intenta atraparte en defensa propia o dejar morir a miles de inmigrantes en las pateras? No cabe duda de que el discurso oficial es mantener el status quo que beneficia más a unos que otros.

Pero a pesar de mis simpatías con la causa revolucionaria no dejo de pensar que los casos de ladrones generosos son los menos, y que los más son aquellos que utilizan la ideología como paraguas para cometer sus crímenes. Es decir, lo mismo que la otra parte.

En cualquier caso la lectura es entretenida e ilustrativa. Muy recomendable.

»Que este puñado de granujas amen y bendigan la ley; que se llenen la boca con énfasis y beatitud, se explica, como es normal en esta sociedad podrida de ustedes, ya que la ley está hecha por ellos y para ellos. Es el comedero de unos y el escudo de otros».
—¡Error! —me interrumpió el señor Canache—. La igualdad sirve al principio de la ley. ¿Que un rico llega a cometer un delito o un crimen? Será castigado igual que un pobre…
—¡Qué risa me da! «Que un rico llega a cometer un delito». Pero, señor —le respondí—, los ricos no tienen que cometer delitos ni crímenes, ya que roban y matan con el respaldo de las leyes, legalmente. No roban, ellos comercian y especulan; no tienen que defender su libertad contra la agresión de los agentes del poder, puesto que son el poder, y sus lacayos los protegen en lugar de atacarlos. No matan a dos agentes de policía, exterminan patrióticamente a miles de proletarios. Así que la ley no afecta al rico, pues su fortuna la domina. Ser rico es ser honrado…
—Es cierto que los ricos no tienen mucho mérito en ser virtuosos… —dijo Ternois.
—¡Dice usted que la ley tiene la igualdad por principio! —proseguí, dirigiéndome al diputado—. Pues, señor, ahí están los hechos para desmentirlo. Por ejemplo: un timador de guante blanco y con todas las de la ley, un financiero para llamarlo por su nombre,

arruina a mil padres de familia desvalijando sus modestas economías. Pero es listo y, sobre todo, ¡no lo olvidemos!, honrado: en lugar de declararse en quiebra, liquida en las formas previstas por la ley y se embolsa un millón. Es un hombre honrado.
»Un pobre diablo que, empujado por la necesidad, comete un acto de rebeldía, hurtándole diez francos a un rico, con circunstancias agravantes, es condenado a trabajos forzados, al presidio. Es un bandido. Para uno los placeres, la riqueza y el poder. Para el otro el sufrimiento, la miseria y la infamia. Es más, el hombre honrado puede ser nombrado jurado y enviar al presidio al bandido. ¡Bonita justicia! ¡Oh igualdad de las igualdades!».
—Vamos a ver: pese a todo hacen falta leyes —me interrumpió Callet, que aún no había dicho nada hasta ese momento—. Sin leyes no hay sociedad posible.
—¡Sí! Una sociedad como la suya, compuesta de tunantes y de imbéciles: comparto su opinión. Como acabo de decirle, comprendo que unos necesiten la ley para oprimir a los demás. La ley es su salvaguarda. Pero para mí, que no soy ni amo ni lacayo, ni timador ni timado, sino un rebelde que sabe ver claro en medio de los tenebrosos engranajes de su sociedad, para mí, digo, la ley no es más que una plaga, un cólera;

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