Emilio Bueso. Extraños eones.

febrero 21, 2017

EMilio BUeso, Extraños eones
Valdemar, 2014. 288 páginas.

Emilio Bueso se atreve con el universo de Lovecraft, en mi opinión con desigual resultado. En las calles del Cairo habitan multitud de niños con unas vidas miserables. Un grupo de ellos se verá involucrado en la organización de un extraño ritual que tiene como fin traer a los antiguos dioses a la tierra.

La parte que describe la vida en las calles del Cairo, o la dificultad de la arqueología en Sudán, en general bien. La mezcla con los dioses primigenios en mi opinión flojilla. Como el libro en general, que se deja leer pero nada más. Lo mejor la escena final, bastante trepidante.

Se incluye un epílogo escrito en alfabeto meroítico, para que lo descifre el lector. Me he tomado la molestia y adjunto el resultado para facilitar la labor a la gente. En un monólogo de Piedrahita este recordaba como antaño rebobinábamos las cintas con un bolígrafo. Esto se lo cuentas a un joven de ahora y te dice que ninguna canción merece ese esfuerzo. Creo que ningún texto merece el esfuerzo de pasarse una hora descifrándolo.

Esta mañana no coge un autobús de línea sino una especie de furgoneta gigantesca que hace años no sabe qué se hizo de su puerta lateral de carga ni de sus espejos retrovisores. El chaval se monta casi a la carrera en el trasto y allí comparte un exiguo recinto con otros siete desgraciados como él. Ninguno paga, todos son polizones. Nadie sabe mucho acerca del vehículo, de la ruta o del conductor; esas cosas no importan mucho. Todos los pasajeros descienden cuando les parece, ya sea aprovechando una parada ocasional, ya sea bajando en marcha en cuanto el armatoste decelera lo suficiente. En algunos atascos puede que el chofer pida algo de dinero.
A media mañana, Islam está llegando al trabajo, al vertedero más grande de Mokattam, uno que hay junto al barrio de los zabbaleen, también conocido como «la ciudad de la basura». Qué cosas tiene El Cairo, ha puesto a Islam a vivir entre la ciudad de los muertos y la de la basura.
El vertedero donde se gana los cuartos el chaval es un solar industrial que no tiene nada de industrial ni nada que haga pensar que una vez fue un solar, salvo un sol de justicia. Ya hace diez años que fue excavado, que dejó de ser un descampado para convertirse en un gigantesco foso, en un sumidero urbano, en una cloaca seca; en el sitio adonde van a parar las bolsas de los desperdicios de los vecinos de El’Arafa.
Porque no es algo que suela publicitarse, pero tampoco es ningún secreto el hecho de que los cairotas carezcan de un sistema formal de recogida de deshechos. El Cairo tiene millones de habitantes, más de mil minaretes y cero camiones de la basura. Porque en El Cairo tienen a los zabbaleen.
Los zabbaleen son los jefes de Islam. En el árabe de los cairotas, el término zabbaleen designa a los miembros del pueblo de la basura. Sesenta mil coptos viven de reciclar los deshechos de El Cairo todos los días. La gente les ningunea, pero novecientas toneladas de basura son procesadas por ellos todos los días. Es algo encomiable.
Los zabbaleen recorren las calles de la ciudad madre de todas las ciudades cada mañana, lo mismo que cualquier otro servicio de recogida de deshechos a domicilio, pero a plena luz del día. Van puerta por puerta pidiéndole al vecindario sus detritos y metiéndolos sobre los lomos de sus camionetas desvencijadas, de sus carretillas a pedales y de sus burros desfallecidos. Cargan de mierda hasta las trancas carromatos, triciclos, bestias de carga, carretillas y furgones mil. Acto seguido, se llevan los despojos a sus casas. Al interior de sus casas.
Allí separan el vidrio del plástico y el cartón del papel. Familias enteras de coptos de Mokattam venden a los centros de reciclaje todo lo recuperado de las bolsas de basura y con los deshechos orgánicos alimentan a sus cerdos.
Luego están los zabbaleen emprendedores, los que van a por el trozo más jugoso del pastel, los que «piensan a lo grande». Unos que en vez de llevarse la caca a su casa deciden apostar por el modelo industrial y montarse una gran superficie, un señor vertedero. Alquilan un terreno y el favor de la gendarmería o puede que hasta el de alguna autoridad del distrito, luego consiguen hacerse con el control de una flotilla de vehículos a medio desguazar, acto seguido excavan en el solar un gigantesco foso, grande como para ocupar la práctica totalidad de los muchos metros cuadrados de la parcela y, finalmente, contratan a niños invisibles, como Islam, para que hagan las veces de mano de obra.

Traducción epílogo Extraños eones. Ojo que es el final del libro.

Nyarlatotep vuelve al trono del caos, pero esta vez no lo hace recedido de heraldos que le anuncien, no trae turiferarios para abrirse paso y ni siquiera viene acompañado de su guardia de polillas o de una simple partida de caza. Viene solo, como un ladrón, como un niño sin amigos. Y por primera vez en muchos eones, no se adelanta a su paso una jauría de los horrendos cazadores que suele llevar atados a todas partes.
Tan solo se abre una grieta entre los planos y Nyarlatotep se cuela por ella rezumando igual que una gotera purulenta.
Se desgarra una esquina en el centro del vacío final y por sus resquebraduras brota espeso Nyarlatotep, hecho una sémola de tumoraciones y quistes. Luego se arrastra y repta por la sala del trono, balbuceando, gimiendo y haciendo rechinar los dientes de todas sus bocas.
Sabe que el sultan idiota no entenderá su estrepitoso fracaso en Sudán, que ni podría comprenderlo, y está seguro de que ya ni recuerda que una vez le encargó como por ensalmo, que le llevara a hozar la tierra.
Con todo, no es tener que despachar ante su amo lo que turba el ánimo de Nyarlatotep.
Son los otros dioses de la corte.
El trono del caos, como asamblea de los demás.
Ellos si van a tener un problema con las noticias que les trae Nyarlatotep.
Sub:niggurat está furioso. Cocea con sus mil pezuñas deformes y bala y blasfema a su paso, está amarilla de rabia. Tiene a sus retoños bramando a su alrededor, no les ha dado de mamar desde que tuvo que salir de la tierra en aquella aparatosa humillación.
Porque al fin y al cabo, ella asistió al faraon negro durante toda la operación, en su forma de cabra. Visitó y siguió a los niños que fueron escogidos para el ritual, y estuvo en la ciudad del desierto durante la noche en la que se ofició la invocación para nada.
Sabe como ha sido todo y no va a increpar a nyarlatotep por su fracaso. En parte, lo siente como suyo.
El problema no es ella ni ninguno de los otros como ella, mas menores.
El problema es el.
El todo:en:uno.
Yogsotot.
Cae sobre Nyarlatotep como un anochecer.
No es que en este nositio exista la luz, ni que haya un arriba o un abajo. Es que yog:sotot se precipita sobre Nyarlatotep despacio e inexorable, en un movimiento claramente hostil.
En todo un enfrentamiento como nunca se había visto en este sitio.
Las flautas malditas dejan de sonar. Todo se detiene. Dejan de bailar hasta las entidades mas espasmódicas. Incluso el propio azatot parece ralentizar sus vorágines.
Porque yog:sotot esta muy enfadado.
Yog:sotot es una masa gelatinosa de burbujas y pompas iridiscentes que se inflan y desinflan en una respiración monstruosa. Llagas y pústulas cargadas de rabia que ahora a amenazan con reventar.
Porque yog:sotot es omnisciente. Está conectado con todo tiempo y espacio. Comprende y sabe las cosas, todas: piensa y odia mas allá de cuanto sea imaginable o inimaginable.
Se posa sobre Nyarlatotep, se cierne sobre él. Le muestra sus burbujas, que se adensan y comprimen mas que una miriada de amenazas.
Y lo son.
En una de ellas arde y maldice el calor de cien soles. En otra se contraen tormentas de gases electrificados, inmensos como las de las atmósferas de Júpiter, cargadas de ácido y radiación como para arrasar varios sistemas solares.
De eso entiende, yog:sotot.
El es el martillo. El todo:en:uno. La puerta y la llave.
No es ningún secreto que el autentico caudillo diabólico aquí es él. Así ha sido desde la maldición que convirtió a azatot en un caos lobotomizado y ciego. Ahora aquí las ordenes que lo son las da Yog:sotot.
Porque sucede en cada trono: el poder es para el que realmente lo detenta.
Y aquí es yog:sotot quien sabe que el agujero negro que trona ahora donde antes estuvo el sistema solar es todo cuanto queda de muchos primigenios. Ve como se a repetido el miserable fracaso del flautista de hamelin, el segundo tropiezo de Nyarlatotep en apenas setecientos setenta y siete años terrestres. Ahora Yog:sotot piensa en la tumba de Ctulu, en padre dagon y madre ydra, en todos los dioses muertos, y en los templos y cultos primigenios que se han destruido para siempre por culpa de Nyarlatotep. En lo que se ha perdido por culpa del juguete que Nyarlatotep dejó en manos de una despreciable larva de mosquito.
Yog:sotot siempre ha detestado la forma juguetona y peligrosa que tiene el faraón de sembrar el caos y la locura por el cosmos.
Nyarlatotep observa a Yog:sotot, ve como está tenso y a punto de estallar, dispuesto a arrasarlo, y no siente miedo, porque Nyarlatotep carece de instinto de conservación. Es consciente por primera vez de que ahora podría destruirlo y se siente confundido y muy humillado. Con todo, ni piensa en como sera dejar de existir. No comprende nada de eso.
Pero si comprende la furia de los suyos, y que les ha fallado.
Por eso calla cuando Yog:sotot le ordena que vuelva a la tierra, a una época anterior al desastre que acaba de organizar para vengarse, para arrasarlo todo, sí: pero esta vez dejando aquella a merced de un caos y una destrucción que el trono pueda disfrutar.
Quiere un saqueo y una orgía de muertes sin precedentes, quiere pisotear a la humanidad, que los primigenios desolen sus ciudades con saña, que conviertan el planeta azul en un incendio de gritos y destrucción con la que disfrutar.
Y eso va a tener.
Vaya si lo va a tener.

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