Varios. Nueva Dimension 63.

octubre 11, 2023

Varios, Nueva Dimension 63
Dronte, 1975. 144 páginas.

Aquí puede verse el contenido en detalle gracias a archive.org:

Nueva dimensión 63

Especial sobre la obra de Escher, un artista al que le ha costado encontrar su hueco en la cima, aunque sigue siendo un artista de ciencias, si es que ese oxímoron puede ser válido. En la sección de cuentos, firmas de primer nivel. El de Bester, sobre un androide multiusos y la mezcla de su personalidad con su dueño, es brillante. Clarke nos sorprende con un planeta con un muro del que no se sabe lo que hay al otro lado. El de Delany un poco pasado de rosca pero interesante. Colonia de Dick es desasosegante aunque incide en temas muy propios del autor, el camuflaje perfecto de formas simbióticas ¿Cuáles son reales y cuáles no? Bajando, de Disch, tiene una premisa muy simple, un hombre bajando unas escaleras, pero lo leí hace muchísimo tiempo y todavía me acordaba de la trama.

Sueño, de ese genio que es Lafferty, nos plantea una sociedad acosada por extraños sueños y la historia de Farmer es una especie de mundo del Río mucho más sencillo… y perturbador.

Muy bueno.

Así que allí estábamos nosotros a bordo del Paragon Queen camino de Megaster V, James Vandaleur y su androide. James Vandaleur contó su dinero y gimió. En el camarote de segunda clase estaba con él su androide. Una majestuosa criatura sintética de rasgos clásicos y grandes ojos azules. Sobre su frente, como un camafeo de carne, las letras AM, indicando que se trataba de uno de los raros androides de aptitudes múltiples, que valían cincuenta y siete mil dólares en el mercado. Allí estábamos nosotros, suspirando y contando y observando tranquilamente.
—Mil doscientos, mil cuatrocientos, mil seiscientos. Mil seiscientos dólares —gimió Vandaleur—. Eso es todo. Mil seiscientos dólares. Mi casa valía diez mil. La tierra cinco. Y estaban los muebles, los coches, mis cuadros y grabados, mi avión, mi… y de todo eso nada más que mil seiscientos dólares. ¡Dios mío!
Salté de la mesa y me volví al androide. Saqué una correa de una de las bolsas de cuero y lo golpeé. No se movió.
—Debo recordarte —dijo el androide— que valgo cincuenta y siete mil dólares. Debo advertirte que estás amenazando una propiedad valiosa.
—Condenada y estúpida máquina —gritó Vandaleur.
—No soy una máquina —contestó el androide—. El robot es una máquina. El androide es una creación química de tejidos sintéticos.
—¿Pero qué demonios te pasó? —chilló Vandaleur —. ¿Por qué lo hiciste?
¡Condenado! —golpeó furiosamente al androide.
—Debo recordarle que no puede castigárseme — dije—. El síndrome dolor-placer no forma parte de la síntesis androide.
—¿Por qué la mataste, entonces? —gritó Vandaleur —. Si no experimentabas ninguna emoción, ¿por qué lo hiciste?
—Debo recordarte —dijo el androide— que los camarotes de segunda clase de estas naves no poseen aislamiento acústico.
Vandaleur soltó la correa y gimió, contemplando a aquella criatura de la que era propietario.
—¿Por qué lo hiciste, por qué la mataste? —pregunté.
—No sé —respondí.
—Primero fueron pequeñas fechorías. Pequeñas destrucciones; debí darme cuenta de que algo marchaba mal en ti. Los androides no pueden destruir. No pueden hacer daño. No pueden…

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