Shusaku Endo. El mar y veneno.

febrero 14, 2019

Shusaku Endo, El mar y veneno
Ático de los libros, 2011. 200 páginas.
Tit. Or. Umi to Dokuyaku. Trad. David Favard.

Durante la segunda guerra el Escuadrón 731 realizó experimentos con seres humanos, prisioneros de guerra. Basado levemente en este hecho el autor nos presenta la vida de un doctor que es reclutado por su superior para realizar vivisecciones con soldados estadounidenses. Asistimos a la visión del hecho desde el punto de vista de varios de los implicados, doctores y enfermeras.

Lo que más me ha gustado es el retrato de las motivaciones de cada uno de los personajes. No son monstruos que quieran torturar sin motivo a los prisioneros. Igual que Arendt esperaba encontrar monstruos entre los nazis y sólo encontró a funcionarios el autor encuentra a simples seres humanos arrastrados por motivaciones mezquinas.

El superior quiere borrar la mancha de una operación fallida para hacerse con la dirección de su sección. Uno de los médicos sólo quiere medrar, y no le importa los medios. El protagonista se ve arrastrado sin quererlo por su poco carácter pero es incapaz de seguir adelante.

Todo contado desde un momento en el que todo ha pasado. Las decisiones que tomamos nos acompañan toda la vida. Otra reseña: Mar y veneno

Recomendable.

—No te preocupes —dijo Ueda, mirándome con sus ojitos apretados. Ahora que lo pienso, seguramente debió de alegrarse de la muerte de mi bebé, porque así sería más fácil deshacerse de mí. Siguió hablando aunque yo no le oía—: He hablado con el médico y me ha dicho que no te preocuparas, que todo había ido bien. La operación no nos ha costado casi nada, porque la compañía se ha ocupado de pagarlo todo. No se ha perdido nada, tranquila.
Cuando dijo eso, decidí que la señora Zoga tenía razón, que había otra mujer. Pero lo más gracioso es que no me enfadé, ni me importó, ni sentí celos. Un enorme vacío se había abierto a mis pies, porque ya no podría tener hijos, porque me habían arrancado la posibilidad de ser madre. Ese vacío empezó a devorarme, y si me hubiera convertido en una estatua, me hubiera dado exactamente igual. Algunas mujeres quieren dejar de tener hijos y por eso se someten a operaciones parecidas. No era mi caso: a mí me privaron de lo que más quería, de la razón por la que me había casado con Ueda, porque nunca podría tener hijos y tendría que caminar por la vida como una mujer herida.
Cuando salí del hospital, al cabo de un mes, me di cuenta de que por fin era primavera también en Dai-ren. En las esquinas, los sauces empezaban a florecer y sus flores eran como bolas de algodón, que el viento se llevaba como si fueran pétalos. Algunas terminaban pegadas en el cuello sudoroso de Ueda. Vino a recogerme para acompañarme a casa. Los pétalos blancos flotaban encima de la maleta de mano que mi criada china había traído. Me mordí los labios al recordar que estaba llena de ropa de bebé inútil.
Dos anos después, me fui. Cuando nos separamos, lloré y chillé, pero me entretendría demasiado si hablara de cómo fueron nuestras últimas discusiones, y sería además muy aburrido, así que lo pasaré por alto.
Es curioso porque tampoco puedo recordar que sucediera nada especial esos dos últimos años que pasé con él. Cuando me obligo a recordarlos, solamente puedo evocar su cintura cada vez más gorda, mientras se tomaba a diario un líquido marrón por su presión arterial. Me dijo que el sexo era malo para su corazón, así que la mayor parte de las veces llegaba tarde a casa y se echaba a dormir y a roncar. De hecho, yo sabía perfectamente que seguía viéndose con la mujer del Iroha, y que ésta le sacaba dinero, tiempo y caricias. Cuando en la oscuridad yo notaba su enorme panza rodando hacia mí, le apartaba. No era solamente que ya no le quisiera, sino que físicamente no quería tenerlo cerca. Al no poder tener hijos, perdí todo interés por el sexo. Durante dos años me quedé con él porque estaba muy débil y también me preocupaba qué diría la gente. No quería convertirme en una de esas pobres mujeres —como hay tantas— a las que los maridos repudiaban y que se veían obligadas a volver con sus padres.


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