Rubén Martín Giráldez. Menos joven.

marzo 1, 2013

Rubén Martín Giráldez, Menos joven
Jekyll & Jill, 2012. 128 páginas.

Decía en esta entrada Amparo, de Interletraje sobre La vida iba en serio que es peor que malo: mediocre. De este libro no se puede decir lo mismo, y aunque no me ha gustado desde luego mediocre no es. Me venía muy bien recomendado de aquí: Menos joven, de Rubén Martín Giráldez, y lo poco que había leído por la red lo confirmaba: «Menos joven», Rubén Martín Giráldez .

El peinado de Calígula es un programa de radio para niños en el que Bogdano va cabalgando por las calles para destruir a sus ídolos, en este caso Lucía Joyce. Su padre le engañó en su infancia dándole a leer libros con las tapas cambiadas, así Viento del este, viento del oeste lo habría escrito Holderlin.

Ni la pirotecnia verbal que despliega el autor me ha llamado la atención, ni los temas que la vertebran. Nunca me ha llamado eso de matar al padre porque con el mío me llevo estupendamente. No me preocupa que es o no cultura (alta, baja o intermedia) ni me preocupa ser de baja cuna cultural (y lo soy, y gañán de mí me enorgullezco), ni tengo ídolos que destruir. Tampoco he entendido las múltiples referencias que salpican el texto.

A lo mejor es que soy demasiado viejo. La edición, impecable, incluye calcomanías.

Calificación: No es para mí.

Extracto:
Fijaos, la melena de su caballo está recortada, el cuerpo del animal suda entre las piernas del jinete, y los estribos repican con alguna pieza (necesaria a los estribos, presumimos) durante el galope. Diríamos que se ha perdido, parece desnortado. El caballo o Bogdano. O, por lo menos, es la segunda vez que pasamos por esta callejuela del puente. Y del mismo modo que reatraviesa por ella, reatraviesa por una idea fija. El sol incipiente no seca el sudor del caballo. Aún no deben de ser las siete. Ni una pista de quién podría ser el próximo objetivo de nuestro concursante. Sólo el andar del animal, sus cascos sobre el barro y las piedras. Bogdano empieza a encontrarse con las primeras gentes que salen a la mañana y no tiene miramientos en salpicarlas a su paso. Los madrugadores no se quejan. Es temprano hasta para las quejas. Quizás no sean ni las seis. En este momento no parece que vaya a ocurrir nada de importancia, así que prefiero que nos adelantemos en grupo y esperemos allí donde se abre una plaza de mosaicos incompletos. La fuente funciona, podéis serviros de ella aprovechando que hemos ganado unos minutos; pero bebed con cuidado, niños, ahora estáis bajo mi responsabilidad; y, sobre todo, no desmontéis, debéis estar siempre preparados para seguir al concursante. El concursante es impredecible. ¡Aquí llega! Bogdano irrumpe en la plaza y parece no tener claro qué dirección tomar. Sin embargo, aunque parezca arbitrario, aunque tome esa
calle estrecha a bote pronto, al albur, deseando encontrarse con alguien a la altura de su admiración y su rabia, pese a todo, estamos seguros de que no será algo gratuito. Bogdano canturrea ahora la otra cosa que se canturrea uno cuando corre enfrascado en el espíritu de la caza. Algo informe, un tarareo, un carmeneo que Bogdano no sabe si se le ocurre realmente a él o si viene motivado por su montura; si es algo surgido del recuerdo de las siestas pedagógicas con el padre o de la actividad de jinete a la que lleva ya una cantidad considerable de horas dedicado. El canturreo al que nos referimos es una bravata no estrófica que podría resumirse así:

«Primero murió la electricidad y hoy morirá un héroe: así se paga su vigilancia, con caballos animados de amargura. Caballos biempensantes y malpensantes que piafan y zapatean bailes andaluces, las crines trenzadas de colorines, así escarnecidos para alegrar las fiestas de otros. ¿Es que no tiene el caballo derecho a la timidez, a la vergüenza, a la reserva cuando se ve expuesto en plazas locas disfrazado para que la multitud se divierta? ¿Es que sólo tiene derecho al Brío? Pues bien. No os extrañe que ese Brío termine un día por desatarse. Recordad a los caballos carnívoros de Diomedes. A los que sirvieron para descuartizar a Balacio. Mirad qué risa, la del caballo, etcétera.»

6 comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.