Ronaldo Menéndez. De modo que esto es la muerte.

junio 14, 2010

Lengua de trapo, 2002. 125 páginas.

Ronaldo Menendez, De modo que esto es la muerte
Islas y hambre

Acostumbrado a que los libros de la editorial Lengua de trapo que he leído tengan siempre un aire humorístico entre socarrón y surrealista me ha sorprendido la seriedad de esta colección de cuentos de Ronaldo Menéndez. El libro incluye los siguientes:

Primera parte: Hambre
Carne
Últimas escenas conyugales
ABC diario
Cerdos y hombres o El extraño caso de A

Segunda parte: La isla de Pascalí
La verticalidad de las cosas
La isla de Pascalí
Eguereguá, la potencia
De modo que esto es la muerte

Hambre y muerte aparecen más o menos directamente en todos los relatos, algunos -como el primero- de una crudeza extraordinaria. La calidad media de los relatos es alta, lo suficiente para haber ya comprado otro libro del autor. Recomendable.


Extracto:[-]

Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, pude haber pensado. Y eso que Yeni pertenecía al oriente de la isla, donde la sinceridad ortogonal del sol y la irresponsable costumbre de no aplicarse cremas (pues no las hay) garantizan cierta condición apergaminada de la piel. Imagino que Yeni tenía algo de mulata, aunque no se notara a simple vista. Para percibirlo se necesitaba una mirada activa, es decir, cerrar los ojos, desnudarse y hacer contacto con su carne. Con la brutalidad de las maniobras de su carne. En honor a la verdad, no puedo afirmar que aquella noche troté el mejor de los caminos, ni siquiera que mi potra era de nácar (pues ya se sabe que tenía algo de mulata), ni siquiera que se trató de algo extraordinario. Peculiar. Esa es la palabra exacta. Llegamos a su cubículo, donde un interruptor quebró la penumbra con una luz que parecía gastada como una ropa vieja. Ella enseguida tiró su ropa, que no era más que aquel vestido a cuadros, pues mi vista cayó al instante en la mancha de su sexo sin ropa interior. Nunca hubiera imaginado este atrevimiento. Sacarse la ropa de un solo golpe contra la luz de mi vista, casi fríamente. Andar por las calles con un vestido que la mantenía descubierta. Fue necesario apagar la luz para que las otras internas no saltaran del sueño aburrido a la fruición gratuita de un sex show. Aunque de show hubo muy poco: Yeni ardía sobre la cama, pero sólo eso. Yo estaba acostumbrado al sexo sofisticado de las muchachas de una Escuela Superior, filósofas del amor libre, barrocas en el preludio, cubistas durante el recorrido, y en el climax puro expresionismo abstracto. Lo de Yeni tenía más que ver con el realismo limpio. Apenas nos acariciamos levemente en vertical, ella cayó sobre la cama como si se tratara más bien de un examen clínico, hecha un temblor de carne, y se hizo penetrar.

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