Poul Anderson. Relatos de inmortales.

febrero 10, 2012

Poul Anderson, Relatos de inmortales
Bibliotex, 1998. 96 páginas.

Recopilación de cuentos, fragmentos de la novela La nave de un millón de años, que ya me había leído, sobre las aventuras de gente que nace inmortal. Lo encontré gratis, así que nada que objetar, y además los relatos funcionan bastante bien sueltos. La lista:

El camarada
Ningún hombre escapa a su destino
Fantasmas
La última medicina

El mejor el segundo, que no pierde nada aislado, y el peor el cuarto, algo deslavazado.

Calificación: Bueno.

Un dia, un libro (163/365)

Extracto:
Su cayado era una lanza, pues ningún hombre viajaba desarmado en el norte; pero en el hatillo llevaba un arpa enfundada, y no dañaba a nadie. Cuando encontraba una casa al anochecer, dormí allí, pagando la hospitalidad con canciones y relatos y noticias del exterior. De lo contrario, se arropaba en la manta y al amanecer bebía en un manantial o un arroyo o comía el pan y el queso que le había dado el último anfitrión. Así había viajado la mayor parte de sus años, de un confín al otro del mundo.
Era un día fresco bajo un cielo borroso donde es-f caseaban las nubes y el sol giraba hacia el sur. Los bosques que rodeaban las colinas de Gautlandia guardaban silencio. Los abedules habían empezado a amarillearse, y el verde de los robles y encinas era menos brillante. Oscuros abetos se erguían entre ellos. Grosellas maduras relucían en la sombra. El olor de la tierra y la humedad impregnaba el aire.
Gest oteó desde el risco al que había trepado. Abajo, la tierra rodaba hasta un horizonte desleído. En
general era terreno boscoso, pero prados y campos arados asomaban aquí y allá. Vio un par de casas empequeñecidas por la distancia; penachos de humo adornaban los tejados. En las cernacías un arroyo rutilante corría hacia un lago que brillaba en la distancia.
Se había alejado tanto del campo de batalla que los destrozos y los muertos resultaban borrosos. Aves carroñeras sobrevolaban el lugar, una negrura giratoria que también se había vuelto diminuta. Apenas podía oír los gritos. A veces el aullido de un lobo se elevaba y quedaba suspendido sobre las colinas antes de morir entre ecos.
Los supervivientes se habían retirado rumbo a sus hogares. Llevaban consigo a los parientes y amigos heridos, pero apenas habían podido echar unos terrones sobre los caídos que conocían. Un grupo con el que Gest se había cruzado esa mañana afirmaba que el rey Sigurdh, en resguardo de su propio honor, se había llevado el cuerpo de su enemigo el rey Harald para ofrecerle dignos funerales en Upsala.
Gest se apoyó en su lanza, menó la cabeza y sonrió tristemente ¿Cuántas veces había visto esto, después de que los jóvenes embistieron para perder la vida? No lo sabía. Había perdido la cuenta en el desierto de los siglos. O bien nunca había tenido ánimo para llevar la cuenta, ya no sabía cuál de ambas cosas. Como siempre, sintió la necesidad de brindar una despedida, lo único que él o cualquier otro podía ahora brindar a esos jóvenes.

Un comentario

  • panta febrero 11, 2012en5:30 pm

    La nave de un millón de años, un libro de los que aprovecha los personajes y los desarrolla hasta sus últimas consecuencias, sin que dejen de tener su personalidad. Una exploración de lo que nos hace humanos. Qué no daríamos por ver un fenicio navegando mares alienígenas. Por cierto, del mismo autor me gustó mucho La espada rota’.
    Saludos

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