Pär Lagerkvist. El enano.

febrero 22, 2023

Pär Lagerkvist, El enano

La vida en una corte del renacimiento vista a través de los ojos del enano, de personalidad compleja y rencorosa. Sin ubicación geográfica precisa pero bebiendo de elementos reales y personajes que recuerdan a históricos, como Leonardo Da Vinci.

He seguido leyendo la obra de Lagerkvist porque me sorprendió Barrabás pero este libro parece escrito por una persona completamente diferente. Hay escenas bastante crudas que están francamente bien, con ese enano lleno de odio a la humanidad y a sí mismo, pero en general ni lenguaje ni trama tienen nada relevante.

Por suerte es cortito.

Se deja leer.

Qué es la religión? Mucho he reflexionado sobre esto, pero en vano.
Reflexioné sobre ello especialmente cuando fui obligado a oficiar como arzobispo, con todos los ornamentos sacerdotales, en una fiesta de carnaval, hace unos años, y a dar la santa comunión a los enanos de la corte de Mantua que su príncipe había traído para esa ocasión. Nos reunieron ante un pequeño altar que se levantó en una sala del castillo, y alrededor de nosotros tomaron asiento, burlándose, todos los invitados, caballeros y nobles, entre los cuales figuraban algunos jóvenes fatuos ridículamente ataviados. Yo alcé el crucifijo y todos los enanos se pusieron de rodillas. «He aquí a vuestro salvador», declaré con firme voz Y los ojos inflamados de pasión. «He aquí al salvador de todos los enanos, un enano él mismo, que sufrió bajo el gran príncipe Poncio Pilato, y fue suspendido sobre su pequeña cruz de juguete para gozo y alivio de todos los hombres de la tierra». Tomé el cáliz y se lo presenté: «He aquí su sangre de enano, con la que todos los grandes pecados quedan lavados, y todas las almas manchadas, blancas como la nieve». Y tomé la hostia y se la enseñé, y comulgué ante ellos bajo las dos especies, según la costumbre, explicándoles el sentido del misterio sagrado: «Yo como su cuerpo que era deforme como el vuestro. Es amargo como la hiel porque está lleno de odio. ¡Ojalá comierais de él todos vosotros! Yo bebo su sangre, y ella quema como un fuego que nada puede apagar. Es como si bebiera mi propia sangre. ¡Salvador de los enanos, pueda tu fuego consumir el mundo entero!».
Y arrojé el vino sobre los asistentes que contemplaban con estupor y pálido semblante nuestra siniestra ceremonia.


Estoy muy agitado. Vengo directamente de su cámara y todavía estoy casi lleno de espanto por el poder que a veces ejerzo sobre los seres humanos: Voy a describir mi visita.
A mi llegada, y como de costumbre, no distinguí nada. Luego descubrí las ventanas que iluminaban una parte de los muros no obstante estar cubiertas por gruesos cortinados, y finalmente la vi postrada al pie del crucifijo, entregada a sus interminables plegarias. Estaba tan absorta que no me oyó abrir la puerta.
En la cámara, la atmósfera era tan pesada que apenas si yo podía respirar. Me producía náuseas. Todo me producía náuseas. El olor, la semioscuridad, el cuerpo postrado, la flaca e indecente desnudez de sus hombros, los músculos salientes del cuello, los cabellos alborotados como un viejo nido de urraca, todo, todo lo que un día había sido digno de amor. Se apoderó de mí una especie de furia. Aunque detesto a los hombres, no me gusta empero verlos envilecidos.
De pronto, me sentí a mí mismo gritando en las tinieblas, aun antes que ella hubiera notado mi presencia:
—¿Qué es lo que imploras? ¿No te he dicho que no tienes que implorar? ¿Qué no quería tus súplicas?
Ella se volvió sin espanto y calmadamente, con el dulce gemido de una perra azotada, y me miró con humildad. Semejante actitud no es para disminuir la cólera de un hombre, y continué despiadadamente:
—¿Crees tú que Él se preocupa de tus oraciones? ¿Qué te perdona porque estás ahí orando y confesando tus pecados sin cesar? ¡Cosa fácil es reconocer sus pecados! ¿Crees que se deja engañar por eso? ¿Crees tú que él no penetra todo tu ser?
»¡Es a don Ricardo a quien amas, no a Él! ¿Piensas, por ventura, que lo ignoro? ¿Crees que puedes engañarme con tus artificios diabólicos, tus mortificaciones, las flagelaciones de tu cuerpo lascivo? ¡Es a tu amante a quien deseas mientras pretendes estar buscando al que está colgado sobre el muro! ¡Es a él a quien amas!
La princesa me miró aterrada. Sus labios exangües temblaban. Se arrojó a mis pies sollozando:
—¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Sálvame! ¡Sálvame!
Me sentí violentamente emocionado al oír esta confesión.
—¡Prostituta licenciosa! —grité—. ¡Finges amar a tu salvador mientras secretamente compartes tu lecho con un libertino del infierno! ¡Engañas a tu Dios con el mismo que Él ha precipitado en las profundidades del infierno! ¡Mujer diabólica que con los ojos fijos sobre el Crucificado le aseguras tu amor ardiente, mientras te arrojas con toda el alma en el abrazo del otro! ¿No comprendes que te aborrece? ¿No lo comprendes?
—¡Sí!, ¡sí! —gimió ella, retorciéndose a mis pies como un gusano que se acaba de pisar. Sentía repugnancia al verla arrastrarse así ante mí, y en vez de producirme placer alguno, no hacía más que exasperarme. Extendió luego las manos hacia mí:
—¡Castígame! ¡Tú, ira de Dios! —gimió.
Y recogiendo el látigo que estaba en el suelo me lo alcanzó Y se encogió como un perro. Lo tomé con una mezcla de repugnancia y de rabia y lo hice silbar sobre su cuerpo execrable mientras me oía a mí mismo gritar:
—¡Éste es el Crucificado! ¡El que ahora te castiga es ése que pende del muro, el mismo que tantas veces has besado con tus labios hipócritas Y ardientes, el mismo que pretendes amar! ¿Sabes tú lo que es el amor? ¿Sabes lo que el amor exige de ti?
»¡Yo he sufrido por ti, pero a ti eso nunca te ha importado! ¡Ahora vas a saber lo que es el sufrimiento!
Estaba completamente fuera de mí. Apenas si sabía lo que hacía. ¿No lo sabía? ¡Sí! ¡Lo sabía! ¡Yo tomaba mi desquite, me cobraba mi deuda! ¡Hacía justicia! ¡Ejercía mi terrible poder sobre los hombres! Y, sin embargo, no sentía con ello gozo alguno.
No exhaló la menor queja durante el castigo. Al contrario, lo resistió tranquila Y calladamente. Y cuando todo terminó permaneció así, como si yo la hubiera liberado de su dolor Y de su tormento.
—¡Ojalá ardas eternamente en el fuego de la condenación! ¡Qué las llamas puedan lamer eternamente tu vientre innoble que ha regocijado el horrible pecado del amor!
Pronunciada este sentencia, la dejé tendida por tierra, como desmayada.
Regresé a mis habitaciones. Sintiendo cómo me golpeaba el corazón, subí las escaleras que conducen al departamento de los enanos y cerré la puerta.
Mientras escribo esto mi excitación ha desaparecido y sólo tengo un sentimiento de vacío y de cansancio infinitos. Ya no siento los latidos de mi corazón. Fijo la mirada en el espacio y mi rostro solitario permanece sombrío y sin alegría.
Quizá tuvo razón al llamarme ira de Dios.
Sentado a mi ventana en la noche de este mismo día, contemplo la ciudad que se extiende a mis pies. El crepúsculo la envuelve, las campanas han terminado sus toques de agonía, y las cúpulas y las habitaciones humanas comienzan a borrarse. En el seno del crepúsculo veo serpentear el humo de la hoguera funeraria y su acre olor llega hasta mí. El crepúsculo se extiende como un espeso velo sobre las cosas y pronto quedará todo completamente a oscuras.
¡La vida! ¿Para qué existe? ¿Para qué sirve, qué sentido tiene? ¿Por qué se prolonga con su falta de fe y su completa vacuidad?
Vuelco las antorchas y las extingo sobre la tierra negra, y se hace la noche.

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