Blackie Books, 2019. 326 páginas.
Tit. or. The ascent of gravity. Trad. Pablo Álvarez Ellacuria.
Historia de la fuerza de la gravedad o, siendo más preciso, de las diferentes formulaciones que ha tenido a lo largo del tiempo. El primero que desentrañó el misterio del por qué los cuerpos caen al centro de la tierra fue Newton, que con su teoría de la gravedad explicó de golpe un montón de fenómenos: la caída de los objetos, las mareas y los desplazamientos de los planetas. La primera teoría unificada de la física, y la primera que permitió hacer predicciones que permitieron descubrir nuevos planetas.
Pero Mercurio, el planeta más cercano al sol, no se ajustaba del todo bien a la ley de Newton y no se sabía por qué. Hasta que llegó Einstein y dio un salto conceptual tremendo. En realidad la gravedad no es una fuerza, sino la propia curvatura del universo. Un concepto que nos vuela la cabeza pero que también está completamente demostrado: los GPS incorporan las fórmulas de Einstein.
Pero el camino no se ha acabado. Hay una gran cantidad de materia oscura que no sabemos qué es pero que siente la gravedad, y el universo está acelerando su expansión empujado por una energía oscura que ni siquiera sabemos de qué está compuesta. Todo esto se explica en este libro que, para mi gusto, es excesivamente divulgativo, pero que para hacernos una idea de la gravedad a quien no tenga ni idea le resultará muy útil.
Bueno.
Batalló con el caos del lenguaje de la época, centrándose en los conceptos fundamentales, creando definiciones de una enorme precisión que escapaban por completo a la difusa vaguedad de su uso cotidiano: «El espacio absoluto, tomado en su naturaleza, sin relación a nada externo, permanece siempre similar e inmóvil. El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su propia naturaleza sin relación a nada externo, fluye uniformemente».8 Fue una pugna titánica, equiparable a inmovilizar a la niebla de pies y manos. Estaba domando el universo.
Así lo describía el premio Nobel pakistaní Abdus Salam:
Hace ahora tres siglos, allá por el año 1660, más o menos, se erigieron dos de los más importantes monumentos de la historia moderna, uno en Occidente y otro en Oriente: la catedral de San Pablo en Londres y el Taj Mahal en Agrá. Entre ambos simbolizan, quizá mejor de lo que las palabras pueden hacerlo, el nivel comparativo de tecnología arquitectónica, el nivel de artesanía y el nivel de opulencia y sofisticación que una y otra cultura habían alcanzado en aquel momento de la historia. Pero también por aquel entonces se creó (y en esta ocasión solo en Occidente) un tercer monumento, un monumento cuya importancia sería aún mayor para la humanidad: los Principia de Newton.9
El propio Halley utilizó las ideas expresadas en los Principios de Newton para demostrar que los cometas avistados en 1456,1531, 1607 y 1682 eran un mismo objeto que, al moverse en una órbita elíptica especialmente alargada, se alejaba muchísimo del Sol y regresaba al interior del Sistema Solar y las proximidades de la Tierra a intervalos de setenta y seis años. Halley acertó al predecir que el cometa volvería a avistarse desde la Tierra en 1758. Pese a que no vivió para ver ese momento triunfal (por no hablar del triunfo de la ciencia newtoniana), el cometa ha llevado su nombre desde entonces.
Lo verdaderamente llamativo de los Principios es que estamos hablando de un habitante del siglo xvii que descubre, una tras otra, las verdades más profundas del mundo con precisión infali-
ble. «La naturaleza era para él un libro abierto, cuyo texto podía leer sin esfuerzo», dijo Einstein de él. En palabras de Alexander Pope: «La oscuridad ocultaba la naturaleza y sus leyes. Dijo Dios: “¡Hágase Newton!” y todo fue luz».
Newton, por su parte, veía con modestia sus logros: «No sé cuál es la imagen que proyecto al mundo, pero yo me veo a mí mismo como un niño que juega en la orilla del mar y se entretiene encontrando guijarros más lisos o conchas más bonitas de lo habitual, mientras que ante mí se abre, aún por explorar, el gran océano de la verdad».
Por muy humilde que se mostrara Newton, los Principios son un prodigio. Tres escuetos tomos que han permitido al ser humano surcar el espacio y alcanzar otros mundos, enviar misiones de exploración a las estrellas y comprender el majestuoso movimiento de galaxias muy lejanas en la noche.
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