La FactorÃa de Ideas, 2006. 348 páginas.
Tit. Or. Engine city. Trad. Marta GarcÃa y José Echávarren.
El libro es la tercera parte de una trilogÃa, algo que te das cuenta al poco de empezar a leer, pero de lo que no se informa en ninguna parte del libro, salvo en la bibliografÃa del autor. Por suerte te imaginas lo que falta y, en mi caso, no lo he echado de menos.
Los asteroides tienen una extraña mente electromagnética y no interfieren con la vida biológica a menos que empiecen a molestar. Por eso van a alentar la pelea entre las especies de la tierra (saurios, krakens y humanos) con otra alienÃgena de arañas peludas.
Vaya por delante que no me ha gustado. En la ciencia ficción no pido alta literatura, pero algunos fragmentos me han causado vergüenza ajena. La trama es confusa y mal estructurada. Hay acontecimientos poco plausibles, y no se aprovechan nada los conceptos. Por poner un ejemplo, en un momento dado se da una lista de los crÃmenes punibles y los execrables. Una lista semejante en manos de Lem hubiera sido jugosa, aquà es un simple pretexto para una mala resolución final.
Aunque al final se anima, en conjunto flojillo.
Identificar la clase dominante de un estado no suponÃa un problema. Los cargos más altos y los administradores de los diversos cuerpos corporativos, los patricios y patriarcas de las compañÃas mercantiles, los gestores de las cooperativas, los jefes de los gremios y los latifundistas, los dirigentes de las órdenes religiosas y de las escuelas filosóficas, los cortesanos retirados, los profesores eméritos y algunos más, formaban lo que era conocido por todos como el Electorado, las personas que de forma igualmente evidente elegÃan el Senado y ocupaban los puestos de su administración, y aquella era toda la historia. Volkov no tenÃa prejuicios especiales contra las élites (él mismo habÃa formado parte de una) y se sorprendÃa a sà mismo por la irritación que le causaba la descarada falta de maneras democráticas de la República. Toda su experiencia le venÃa dada por gentes que insistÃan en que se mantuviese al menos la ilusión de una soberanÃa popular, y le parecÃa preocupante encontrarse con personas que parecÃan satisfechas conformándose con poder gobernar tan solo sobre su propia vida cotidiana, mientras dejaban que la polÃtica y la diplomacia se llevaran a cabo pero encima de sus cabezas, como, por supuesto, habÃa sido lo habitual siempre y en todo lugar.
Mientras caminaba a través de los laberintos de mercadillos y supermercados, talleres artesanales y molinos, veÃa por todas parles dependientes y vendedores de rostios pálido:; inhodu-
ciendo cifras, calculando y extrayendo totales de máquinas calculadoras, y se maravillaba de las incontables formas de comunicación que pululaban por doquier. Los pies descalzos de los chicos de mensajerÃa corriendo y resonando con su eco por las escaleras, los ciclistas gritando y esquivando por las calles, las tuberÃas de goma por las cuales circulaban mensajes escritos, o el timbre de los teléfonos. Volkov se dio cuenta de que aquella ciudad podÃa convertirse en el eje de un formidable estado militar e industrial sin necesidad de cambiar una sola institución. Todo lo que se necesitaba era información.
Ellos ya disponÃan de cierta información. Las noticias que habÃan llegado con la Estrella brillante y los fragmentos de conocimiento moderno que habÃa traÃdo consigo habÃan ido llegando en pequeñas cantidades mucho antes de que la nave de los de Tenebre hubiera despegado para obtener tanta como fuera posible. Y ellos tenÃan los medios para diseminarla y debatir sobre ella. La prensa escrita estaba muy extendida allà y se caracterizaba por su ruda vitalidad, de igual forma que existÃan numerosos canales de radio. El enorme incremento de conocimiento que acababa de producirse a consecuencia de todo ello, iba a incendiar intelectualmente la ciudad. Los rumores ya estaban comenzando a despertar la curiosidad de todos.
El estandarte de su revolución serÃa: «el conocimiento es poder».
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