Javier Avilés. Constatación brutal del presente.

febrero 2, 2011

Libros del silencio, 2011. 175 páginas.

Javier Avilés, Constatación brutal del presente
Literatura fractal

Cuando uno lleva muchos años leyendo una bitácora con admiracion y cariño se alegra de que su autor publique un libro. COmo viene siendo la tónica habitual (La emboscada, Burocracia), es de lo mejor que he leído ultimamente.

En este párrafo suelo colocar un resumen del libro, pero en este caso es imposible. No hay una historia que vertebre el discurso, aunque sí algunos ejes: el apocalipsis, un documental sobre un hecho ficticio pero a la postre puede que real, una tenebrosa sección 9 donde se realizan terribles experimentos, un disfraz de koala que es mejor no ponerse (y que desemboca en una de las más perturbadoras historias que he leído), paisajes desolados, cables, polvo, y la imposibilidad de narrar.

Cuando reseñé Nocilla dream criticaba su pretendida novedad y reclamaba más esfuerzo y valentía. Aquí lo tenemos. Este libro deja aquellos tímidos experimentos en ejercicios escolares.

De los nocilleros se dijo que eran literatura fragmentaria, al estilo blog. Javier Avilés va mucho más allá y podríamos denominarla literatura fractal, por su dimensión fraccionaria, porque cada una de las partes se asemeja al todo, y porque uno puede hacer un descenso infinito en sus vericuetos verbales.

Es una escritura muy cinematográfica. Cuando se dice eso normalmente se quiere decir que podría ser el guión de una pelicula; mucha acción y diálogos y poca profundidad. Aquí me refiero a películas como 71 fragmentos de una cronología al azar dónde, siguiendo al propio autor:

mostrar una sucesión de escenas aparentemente inconexas que acaban conformando un hilo narrativo no explicito

La innovación formal es interesante, pero para mí no lo es todo. Hay que añadirle talento. No basta con dinamitar el discurso. Hay que presentar los fragmentos de una manera interesante. Y escribir bien. Javier Avilés hace todo eso. Ahora a ver si los críticos que se lanzaron a subir otros libros menos arriesgados a los altares hacen bien los deberes.

Por suerte este libro viene bien apadrinado y no tendrá que ser descubierto dentro de unos años. Yo no tardaré mucho en releerlo, para volver a disfrutar de la prosa, y para deleitarme en los detalles. Lo acaban de reseñar hoy mismo en el estupendo Huracanes en papel. Pero no esperen a que se lo cuenten, y vayan a comprarlo.


Extracto:[-]

No, no hay poesía, tenemos el conocimiento de toda la poesía escrita, tenemos todos los textos, todas la imágenes creadas por el hombre, pero no hay poesía, una concatenación de palabras sin más sentido que el del ansia y el hambre, todas las palabras que expresan la desolación y el dolor, pero nosotros somos desolación y dolor y no podemos expresarlo impelidos por el hambre y el ansia. Todas las imágenes la misma imagen, todos los textos el mismo texto, todos los rostros el mismo rostro aullante de dolor, el rostro del niño que no soy yo, que soy yo, aún balbuceante mientras meten su cabeza en el interior de la caja y la sellan y se la llevan no sé adonde, ahora sé adonde, pero ahora polvo ceniza cables tuberías, las cintas se han detenido, no sé adonde ahora y no hay poesía y no recuerdo la belleza satinada verdeoscuro, verdemar, del catalejo, no recuerdo el horror que encierra la magnificación de sus lentes, el gesto del hombre delgado interrumpiendo al hombre gordo, a más de un millón de años luz, ordenándole callar, señalando, con una mirada cargada de odio y de insana maldad que augura un sádico regocijo, hacia la ventana, en otro lugar físico, en otro espacio más allá de lo visible pero atado al de la sala con el catalejo, y yo mirando y mi tío sujetándome por el hombro, arrancándome de aquella visión y gritando «¿qué has hecho, desgraciado?», dos espacios incongruentes unidos especularmente por una línea recta imposiblemente euclidiana, una línea que va desde el dedo índice extendido del hombre bajo hasta la pupila de mi ojo, atravesando materia, espacio y tiempo, y la mano de mi tío, «desgraciado, te das cuenta de lo que acabas de», arrancándome, pero ya es tarde, un gesto inútil, unas recriminaciones dirigidas más a él que a mí, arrastrado por la mano temblorosa de mi tío, demasiado tarde, pues no hay poesía en este mundo, recordamos a todos los poetas pero no hay poesía, recordamos todos los textos, todas la imágenes, todos los versos, pero no recuerdo mañana y mañana y mañana, nos la arrebataron con el bisturí, la constriñeron a una celda de titanio, junto con nuestros sueños, no, no hay poesía, y mi tío me arrastra diciendo «corre», pero la puerta se abre y el hombre gordo y el hombre flaco, el hombre alto y el hombre bajo, dicen «es nuestro, nos ha visto», y entonces a cambio de los sueños y la poesía nos regalan la rabia el hambre el ansia. Un legado de hambre de carne y sueños y poesía y sangre borboteante de yugulares, dentro de una caja para toda la eternidad.

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