Isaac Asimov (sel.). La Edad de oro de la Ciencia Ficción II.

enero 25, 2012

Varios, La Edad de oro de la Ciencia Ficción II
Orbis, 1986. 216 páginas.
Tit. Or. Before the golden age. Trad. Horacio González Trejo.

Segundo tomo de la colección que tengo y acabo de descubrir que hay dos más. En este enlace están todos los títulos, incluyendo sinopsis de todos los cuentos:

La edad de oro de la ciencia ficción

La lista es la siguiente:

Tumithak de los corredores (Tumithak of the corridors, 1932 Charles R. Tanner).
La era de la Luna (The moon era, 1932, Jack Williamson).
El hombre que despertó (The man who awoke, 1933, Lawrence Manning).
Tumithak en Shawn (Tumithak in Shawn, 1933, Charles R. Tanner).

Leyéndolos uno entiende porque pudieron gustar al joven Asimov, especialmente los de Tumithak. Aventuras, peleas, una lucha por la supervivencia de la humanidad… Leídos ahora algo de encanto conservan, pero vamos, que no son para tirar cohetes. Se me ha hecho más legible que el anterior, pero no pasa de curiosidad.

Sin embargo Asimov es más magro contándonos su vida, lo que es una pena.

Calificación: Más curioso que bueno.

Un día, un libro (147/365)

Extracto:
Tumithak permaneció un rato inmóvil, reflexionando. Se pregunto! por qué no lo habían asesinado, adivinando a medias que los salvajes no se dispondrían a sacrificar la víctima sino después de pre-:i parar el banquete. Porque aquellos salvajes no conocerían la síntesis química de los alimentos; debían vivir a expensas de Yakra y otras ciudades más pequeñas, muy alejadas en el sistema de los i corredores. Reducidos a tan terribles apuros, toda materia comestible devenía alimento. Eran caníbales desde hacía muchos siglos.
Poco después, Tumithak se puso en pie. Le había resultado fácil deshacer los nudos de la tela con que lo habían atado; aquellos salvajes no sabían mucho de nudos, y al looriano le costó menos de una hora desatarse. Se puso a palpar con precaución las paredes del I cubículo, tratando de averiguar la disposición de su cárcel. Medía poco más de diez metros cuadrados, y la única salida daba al corredor. Tumithak intentó salir, pero fue inmediatamente detenido por un gruñido feroz; un bulto de pelo áspero empujó sus piernas, obligándolo a regresar al habitáculo. Los salvajes habían dejado a los perros vigilando su prisión.
Tumithak regresó al calabozo y, al hacerlo, su pie chocó con uní objeto que echó a rodar por el suelo. Recordó el objeto metálico que habían arrojado a su lado y se preguntó qué sería. Lo buscó a tientas y comprobó con júbilo que era su lámpara. No pudo entender por qué la habían dejado allí los salvajes y supuso que para sus | mentes supersticiosas sería un objeto temible. Tal vez pensaron que lo mejor era encarcelar juntos a los dos factores de peligro. De todos modos, allí estaba, y Tumithak no pedía otra cosa.
Encendió su lámpara y miró a su alrededor. No se había equivocado en cuanto a las dimensiones y disposición del lugar. Ofrecía i pocas posibilidades de escapar o, mejor dicho, ninguna, pues era j necesario salir por entre aquellas fieras. A la luz, Tumithak vio que | los salvajes no le daban oportunidades de huir: había más de veinte perros en el corredor, deslumbrados por la súbita claridad.
Tumithak observó el pasadizo desde una distancia prudencial, advirtiendo que no había nadie. Se dijo que sin duda los salvajes descansaban, y comprendió que no tendría mejor oportunidad de huir que aquélla. Sentado en el suelo del cubículo, reflexionó febrilmente. En su mente germinaba una idea, una como convicción de que poseía medios para ahuyentar a los animales. Se puso en pie y los contempló, amontonados en el pasadizo como para cubrirse de los molestos rayos de su lámpara. Se volvió hacia el cuarto, pero, evidentemente, allí no había nada que pudiera servirle, ¡La inspiración acudió de repente! Rebuscó en la bolsa que llevaba al cinto. Tomando un objeto, lo arrojó en medio de la jauría después de sacarle un pasador y se echó de bruces al suelo.
Era la bomba, el segundo regalo de su padre. Cayó al lado opuesto del corredor y estalló con ensordecedor estampido. En el espacio cerrado del pasillo, los gases de expansión actuaron con fuerza terrible. Aunque se había tumbado en el suelo, Tumithak se vio levantado y proyectado con violencia contra la pared opuesta del habitáculo. En cuanto a las bestias, quedaron prácticamente destrozadas. Miembros descuartizados volaron en todas direcciones, y pocos minutos después, cuando un Tumithak herido y conmocionado salió al pasillo, no halló ni rastros de vida. La escena era caótica; había sangre y cuerpos destrozados en todas partes.
Alterado por aquel espectáculo de sangre y muerte, Tumithak se apresuró a poner la mayor distancia posible entre él y la espantosa carnicería. Corrió hendiendo el aire cargado de humo hasta que la atmósfera se aclaró y pudo olvidar los horrores de la escena. No vio a los salvajes, aunque por dos veces oyó un gemido que salía de uno de los nichos. Adivinó que alguien estaba agazapado allí, en la oscuridad, presa del pánico. Los salvajes de los corredores tenebrosos tardarían en olvidar al enemigo que había sembrado tal destrucción entre ellos.
Tumithak reanudaba su marcha hacia la Superficie. Por primera vez desde que se puso en camino, retrocedió, pero con un propósito definido. Llegó al escenario de su lucha con los perros y recogió su espada, que encontró sin dificultad, advirtiendo con satisfacción que no había sufrido daños. Entonces volvió sobre sus pasos, siempre hacia la Superficie, y anduvo largo rato sin hallar nada que fuese motivo de alarma. Cuando llegó a la conclusión de que ya había pasado la parte peligrosa de los corredores, entró en un habitáculo y se dispuso a tomarse el descanso que tanto necesitaba…

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