Menoscuarto, 2009. 178 páginas.
Incluye los siguientes relatos:
La novena
El bautizo
El partido de fútbol
El coche nuevo
El jamón
La frescachona
La muerte del novelista
Yo tuve el ombligo frÃo
Juanaco Andrés, el que llegó de México
Comida en Madrid
Paulina y Gumersindo
El colegio de don Bartolomé
La cuestión polÃtica en el colegio de don Bartolomé
La adhesión a la República en el colegio de don Bartolomé
ServandÃn
El hijo de madre
El entierro del Ciego
Dibujo al aire libre
Las sandÃas
El Bugatti
Que no son propiamente relatos, sino estampas de la infancia del autor más o menos ficcionalizadas. Fragmentos de una vida en la que la república estaba a la vuelta de la esquina pero la guerra civil y la dictadura todavÃa quedaban lejos.
Algunos sà que tienen entidad como relatos, en especial Paulina y Gumersindo, la última despedida de una mujer a su marido, que me ha encantado, El hijo de madre, conmovedor hasta los huesos y El entierro del Ciego, basado en el hecho real del entierro del dueño de un Burdel en el que se prohÃbe la música.
Moviéndose en parecidas coordenadas no tienen el empaque de los de Ignacio Aldecoa, pero están muy bien escritos y su lectura merece la pena. El epÃlogo de Valls, con breve resumen del argumento de cada uno de los cuentos, me ha resultado innecesario.
Recomendable.
La gente iba a los toros congestionada, con los ojos bailando, buscando grandes sangres. Con vino y merienda… Al fútbol iban asà como a tomar el sol, con idea de ir luego al cine… «por matar el tiempo». Eran grupos desleÃdos, calle del Monte arriba, sin mujeres, sin mantones, ni coches, ni caballos. (Cuando no se emplean caballos para ir a las casas, todo es aburrido, ésa es la verdad.)
El fútbol hace bostezar a los sanguÃneos porque no habÃa caballos. ¿Qué iban a hacer los caballos en el fútbol, si eran hombres los que trotaban? Tampoco habÃa heroica bandera nacional, como en los toros. Y es que, como decÃa el señor veterinario, que era reaccionario, «el fútbol es natural de los ingleses, que gustan de cansarse corriendo detrás de las cosas inútiles y sin argumento». Los españoles prefieren los toros porque en ellos hay algo «práctico», hay drama.
Ya en el campo, nos sentamos en preferencia, que era primera fila a la sombra, como si fueran palcos de teatro. Detrás de nosotros estaban las gradas (clase media, honrado comercio y empleomanÃa). Enfrente, en general, al sol, la gente de la calle o vulgo, enracimados, detenidos por los palos que les apretaban la barriga. Era gente que daba lástima, siempre voceando, agarrada a aquellas maderas. Y como condenados, mentaban a cada nada a las madres de los «visitantes».
Me gustó mucho cuando salieron al campo, corriendo en hilera, los dos grandes equipos manche-gos. El nuestro, merengue, y el Manzanares, de colorines. SalÃan con los puños en el pecho, a paso gimnásti-
co, los calcetines muy gordos y los uniformes muy limpios… ParecÃa que todos tenÃan las rodillas de madera, menos el portero, que llevaba en ellas unas fajillas… y en la cabeza una gorra de visera. Las botas también parecÃan de madera, sin desbastar.
En el palco de al lado estaban Laurita, la tÃa y ésas, que reÃan mucho y hablaban de que algunos futbolistas eran muy peludos.
También fue bonito cuando echaron la moneda al aire y se dieron la mano. Y la hermana de Pablo, la guapa de la perfumerÃa, le dio una patadita al balón y reÃa mucho. Le dieron flores y vino tan contenta. (La masa o plebe le dijo muchas cosas de sus cachos y no sé si de sus mamas o mamas, que no entendÃ.) Tocó el pito uno con traje negro —arbitro o refrer, no lo sé bien— y empezó la función, que consistÃa en correr todos para allá detrás de la pelota. Y de pronto todos para acá. Sólo se miraba hacia un costado del campo cuando habÃa saque de lÃnea, que es muy bonito, porque el que saca hace como si se estirase muchÃsimo y echa el balón a la cabeza de un camarada.
Sobre nuestras cabezas pasaban las voces de la gente, que parecÃa mandar mucho sobre los jugadores, aunque éstos yo creo que no hacÃan caso.
—¡Montero, corre la lÃnea!
— ¡Ricardo, que es tuya!
—¡Arréale!
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