Eric Jiménez. Cuatro millones de golpes.

diciembre 20, 2023

Eric Jiménez, Cuatro millones de golpes
Plaza y Janés, 2017. 287 páginas.

Autobiografía de Eric Jiménez, batería de Los planetas y Lagartija Nick. Es decir, alguien que ha estado en un grupo de culto y que ha participado en otro disco de culto como fue Omega. Aquí cuenta su vida sin ahorrar momentos crudos como la relación con su padre, desastrosa, su adicción a las drogas y todas las juergas en las que ha participado. No en vano uno de los estribillos más coreados del pop español dice He estado con Erik hasta las seis y nos hemos metido cuatro millones de rayas de donde sale el título del libro.

Sin embargo es extremadamente amable con sus compañeros de profesión, no verán aquí malos rollos ni ajustes de cuentas. Algún cantante extranjero recibe, pero de los autóctonos ni palabra. Lo que no está nada mal. Habla mucho más de la música, de como toca la batería, de cómo se fraguaron algunos de los mejores discos de Los Planetas y se nos muestra, en general, amable y desnudo.

Si leyendo su entrevista en jotdown (Eric Jiménez) se quedan con ganas de más este es su libro.

Bueno.

Después de un ensayo para la grabación para el tercer disco de Lagartija Nick, que se prolongó hasta las tantas de la madrugada, fui a despejarme a un pub que se llamaba El Local. Llegué a las cinco de la mañana y me encontré con Enrique Morente. En el propio garito sonaba en ese preciso instante su LP Sacromonte. Sin dudarlo, me acerqué y le dije que siempre me había encantado ese disco, que no sabía mucho de flamenco pero que a él lo respetaba porque cada vez que oía su voz era como escuchar la voz de Granada. A su lado estaba el bailaor Mario Maya, que tiene ahora una estatua al pie de la Alhambra, en el paseo de los Tristes. Me vine arriba con unos tangos de Sacromonte y empecé a hacer percusiones en lo alto de la barra con unos vasos, hasta que los rompí y me hice sangre en las manos. Enrique me miró y me dijo:
—¡Estás pasao de vueltas!
Me quedé bloqueado durante un instante y le pregunté si eso era algo bueno o malo. Directamente dijo que era muy bueno. Justo en ese momento, guiado por un impulso, le comenté que quería hacer algo con él, que tenía un grupo cuyos componentes siempre lo habíamos admirado. Él, como siempre, con la valentía que lo caracterizaba, me dijo que por supuesto, que estaría encantado de cantar con un grupo de rock and roll. Después de haber visto esa noche que había sangrado al ritmo de sus tangos intuyó que nuestro grupo era el indicado para ello.
Más tarde Antonio Arias se lo encontró en la casa Yanguas, un palacete árabe de Granada que, entonces, bajo la inconsciencia de la no conservación del patrimonio histórico de la ciudad, se había convertido en una terraza de verano. Antonio le habló con mayor profundidad del disco que estábamos grabando y de sus andanzas con 091. En cierto momento, 091 quiso hacer una versión con Enrique Morente de una copla suya, pero al final hicieron su propia canción, «La vida qué mala es», inspirada en la copla de Enrique y sin su colaboración. Enrique se había quedado con la espinita, y también Antonio, que le habló de su deseo por retomar una colaboración con él. Enrique, en ese momento, estaba en la cima. Llenaba teatros de todo el mundo. Mi idea de hacer aquel ritmo de la procesión del Silencio del Jueves Santo cada vez estaba más cerca. Antonio quedó un día en casa de Morente y le propuso que subiera a vernos a ensayar a nuestro local. Ese mismo día Enrique vino y empezó a cantar una saeta sobre la marcha, similar a la de «Omega», y fue entonces cuando me decidí a probar aquel ritmo de procesión. A Enrique le gustaron tanto la batería y las guitarras hirientes improvisadas que se quedó acojonado. En ese momento dijo que estaba dispuesto a colaborar con nosotros en una canción de nuestro disco Su. Empezamos a trabajar en ello.
Al poco tiempo Enrique nos comentó que quizá podíamos grabar más canciones con él, pues había un choque interesante entre su voz y nuestro grupo. Nos enseñó una maqueta que había hecho con un cantautor llamado Raúl Alcover con versiones de Leonard Cohen. Estaban, por ejemplo, «Pequeño vals vienés», «Aleluya» y «Manhattan», entre otras. La maqueta nos pareció muy bonita, y llegamos a la conclusión de que teníamos que destrozarla. Las cosas, si no se destrozan, ya están hechas, y si ya están hechas, muchas veces son convencionales. Teniendo la oportunidad de trabajar con él había que hacer algo único, porque para genialidades ya estaba él con su flamenco y nosotros con nuestro rock. Le dijimos a Enrique que, como ya estábamos grabando Su, le daríamos vueltas para ver qué podíamos hacer en conjunto. Pero le dimos tantas vueltas que al final nos olvidamos de ello, porque intuíamos que venía algo más grande.

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