David Sedaris. Mi vida en Rose.

diciembre 12, 2012

Davis Sedaris, Mi vida en Rose
Mondadori, 2003. 238 páginas.
Tit. Or. Me talk pretty one day. Trad. Toni Hill.

Lo vi en solodelibros: Mi vida en Rose, donde ha gustado a medias. La contraportada del libro es bastante escueta para lo que es habitual, destacando que vamos a reir a carcajada limpia, algo que tampoco parece bueno en principio.

Lo he puesto en categoría de cuentos, aunque también puede ser una novela. Son varias historias -en ocasiones semejantes a monólogos del club de la comedia- donde el autor cuenta, en una primera parte, su vida, anécdotas de su familia y sus problemas por ser homosexual en una sociedad reprimida. La segunda parte son historias de su vida en Francia como americano trasplantado en su lucha con una sociedad nueva para él y con el idioma.

Lo cierto es que para ser un libro pretendidamente gracioso no me reído mucho, me ha arrancado alguna risa, y ninguna carcajada. Pero tiene gracia. Y si sus cualidades humorísticas no me han convencido, su ternura y simpatía me han ganado de calle. Ya saben que soy tierno cual gatito de yutub. O sea, que me ha gustado y lo recomiendo sin problemas.

Calificación: Bueno.

Extractos:
Yo no sentía el menor interés por el fútbol ni por el baloncesto, pero había aprendido a fingir lo contrario. Cuando un chico no se interesaba por el pollo a la parrilla o las patatas de bolsa, la gente tendía a considerarlo como una mera cuestión de gusto personal. La frase era: «Bueno, para gustos los colores». Podías pasar del presidente, de la Coca-Cola e incluso de Dios, pero los chicos que pasaban de los deportes recibían un nombre. Siempre que salía el tema, lo más inteligente era preguntar qué equipo pretería el que te hacía la pregunta. Luego me limitaba a decir: «¿De verdad? ¡Yo también!».

A diferencia del resto de nosotros, el Gallo siempre ha disfrutado del apoyo y el ánimo de mi padre. Una vez que los sueños de una carrera universitaria estuvieron muertos y enterrados, mi padre envió a mi hermano a un colegio técnico esperando que desarrollara algún interés por los ordenadores. A las tres semanas del primer semestre Paul lo dejó, y mi padre se convenció de que la habilidad de su hijo para cortar el césped bordeaba la genialidad, de manera que le lanzó a mundo de la jardinería. «Le he visto en acción, ¡y lo que hace es fijar un patrón y atenerse a él!»
Finalmente mi hermano acabó en el mundo del revestimiento de suelos. Es un trabajo duro, pero él disfruta con la satisfacción que da ver una habitación bien terminada. Re flexivamente llamó a su empresa Suelos de Madera Tonto P, ya que Tonto P era el nombre que habría elegido de haber sido una estrella del rap. Cuando mi padre sugirió que la pa-labra «tonto» podía echar atrás a los clientes más exigentes, Paul consideró la posibilidad de cambiar el nombre a Suelos de Madera del Puto Tonto P. El trabajo le pone en contac-to con fontaneros y carpinteros de ciudades como Bunn y Clayton, hombres que dan consejos sobre chicas tales como «Si tiene edad para sangrar, tiene edad para follar».
—¿Edad de qué? —pregunta mi padre—. Paul, ese no es el tipo de gente con quien deberías asociarte. ¿Qué haces con unos canallas como esos? El objetivo debe ser mejorarte a t mismo. Júntate con intelectuales. ¡Lee un libro!
Tras todos estos años mi padre nunca ha comprendido que nosotros, sus hijos, tendemos a gravitar hacia la gente que se ha pasado toda la vida advirtiéndonos en contra. La mayoría hemos dejado la ciudad, pero mi hermano sigue en Raleigh. Estaba allí cuando murió mi madre y aún hoy, años después, sigue consolando a mi padre: «El pasado ha muerto, río Lo que necesitas ahora es un buen coñito». Mientras mis hermanas y yo ofrecemos nuestra simpatía a larga distancia, Paul es el que va a casa de mi padre el día de Acción de Gracias y se ofrece con su mejor voluntad a cocinar recetas grie-sas. Es un hecho conocido que en una ocasión hizo una bandeja de spanakopita con parmesano en lugar de mantequilla fundida. De todos modos, al menos lo intenta.
Cuando la casa de mi padre fue azotada por un huracán, mi hermano se plantó allí con un hornillo de gas, tres neveras portátiles llenas de cerveza y un enorme Cubo Joder: un recipiente de plástico lleno de frutos secos y chucherías. («Cuando te hundes en la mierda, di «Que se jodan», y cómete un puto caramelo.») Estuvieron sin electricidad durante casi una semana. El patio prácticamente no tenía árboles y la lluvia se colaba por la docena de goteras del techo. Fueron momentos difíciles, pero los dos aguantaron, mi hermano colocando su mano pequeña y curtida por los hombros de mi padre y diciéndole: «Joder, estoy aquí para decirte que todo va a salir bien. Saldremos de esta mierda, cabronazo, espera y lo verás».

Los pandas y la selva tropical nunca se mencionan cuando se habla de los millones de personas que hacen excursiones en Range Rover. Al contrario, es para conservar las pequeñas cosas que estamos dispuestos a luchar. En una cadena de cafeterías de San Francisco, vi una señal cerca del dispensador de helados que decía: las servilletas vienen de los árboles, ¡consérvalas! Por si te habías saltado la primera señal, había una segunda cuatro metros más abajo que decía: ¡si MALGASTAS LAS SERVILLETAS, DESTRUYES A LOS ÁRBOLES!
Las tazas también son de papel, aunque nadie menciona la cara madera de secoya cuando te sirven un café de cuatro dólares. La culpa solo aparece en todas aquellas cosas que te dan gratis. No tengo la menor duda de que si te cobraran diez céntimos por una servilleta, las harían el doble de finas para que tuvieras que gastar más para luchar contra el goteante geiser caliente que siempre cae del agujero convenientemente realizado en la tapa de la taza.
Viajando por Estados Unidos resulta fácil ver por qué a me- i! nudo se cree que los americanos son idiotas. En el zoo de San Diego, al lado de los hábitats de los primates, hay una estatua que representa a media docena de gorilas de tamaño natural hechos de bronce. Justo al lado hay una señal que dice: precaución: la estatua del gorila puede quemar. Por dondequiera que vayas algo te señala lo obvio, el cañón PUEDE HACER RUIDO. LA CINTA MÓVIL ESTÁ A PUNTO DE acabarse. Para las personas que no van de un lado a otro demandando al prójimo, tales señales sugieren una importante falta de inteligencia. Coloca una estatua de bronce bajo el sol de California y no dudes que se calentará. Los cañones tienden a hacer ruido: por eso se les conoce y, nos guste o no, la cinta móvil se acabará más pronto o más tarde. Resulta duro intentar explicar un país cuyo leitmotiv es: «No digas que no te advertí». ¿Qué decir de la familia que ha interpuesto una demanda contra el ferrocarril después de que su hijo borracho fuera arrollado por el tren cuando caminaba por las vías? Los trenes no suelen meterse con la gente. A no ser que descarrilen, uno suele saber dónde encontrarlos. El joven no estaba sordo ni ciego. Nadie le había atado a las vías, así que ¿qué narices tienen que demandar?

4 comentarios

  • Cities: Walking diciembre 13, 2012en3:17 pm

    Sí, sí, fíate tú de los gatitos

    😉

  • Palimp diciembre 17, 2012en7:31 pm

    Por eso digo los de yutub, los de verdad ya sé que son unos monstruos 🙂

  • Patricia diciembre 19, 2012en3:47 pm

    Sedaris tiene un sentido del humor peculiar, ni mejor ni peor. A mi me gusta bastante. Este libro en concreto, además, es hilarante en inglés, al menos en algunas partes, y pierde mucho, y digo mucho, con la traducción. Yo no sé si me hubiese arriesgado.
    En cualquier caso, felicidades por este blog que acabo de encontrar.

  • Palimp enero 7, 2013en5:22 pm

    Igonoro como sonará en el original. A mí me gustó el libro, si encima el original es mejor, razón de más para recomendarlo.

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