Dave Eggers. Guardianes de la intimidad.

diciembre 10, 2012

Dave Eggers, Guardianes de la intimidad
Mondadori, 2005. 218 páginas.
Tit. Or. How we are hungry. Trad. Cruz Rodríguez Juiz.

Lo conocía por ser el editor de Mc Sweenye’s (que tengo pendiente de leer desde ni me acuerdo), aunque este libro lo encontraría seguramente en Huracanes en papel. Pocas reseñas se encuentran por ahí, algún fragmento, como aquí: Guardianes de la intimidad. Se incluyen los siguientes cuentos:

Otra
Lo que significa que una muchedumbre de un país lejano atrape a un soldado que representa a tu país, le dispare, lo saque a rastras de su vehículo y luego lo mutile entre el polvo
El único significado del agua oleosa
Sobre querer tener al menos tres paredes levantadas antes de que ella llegue a casa
Trepar a la ventana fingiendo bailar
Espera furiosa, floreciendo
Silencio
Tu madre y yo
Naveed
Apuntes para un cuento de un hombre que no morirá solo
Acerca del hombre que comenzó a volar después de conocerla
Montaña arriba, en lento descenso
Hay algunas cosas que debería callarse
Cuando aprendieron a aullar
Después de que me lanzaran al río y antes de ahogarme

Donde hay de todo. Me han resultado cercanos en el tono a los de Lidya Davis, pero aunque en general me han parecido mejores, también me he encontrado muchos que me han dejado más frío que otra cosa. La prosa bien, pero caminar por el desierto sin destino aparente no siempre tiene su gracia. A veces se me ha quedado cara de tonto (más de lo habitual).

Uno de los relatos (Hay algunas cosas que debería callarse) son dos páginas en blanco, algo que me ha arrancado una sonrisa, y algunos breves (como el que pongo al final) tienen temple. Y leeré algún otro libro suyo, por si acaso. Pero éste no me ha acabado de convencer.

Calificación: De todo hay, prueben a ver.

Extracto:

ESPERA FURIOSA, FLORECIENDO
Es madre soltera y el único hombre que le interesa es su hijo, que tiene quince años y no ha llamado. Son las dos y treinta y tres minutos de la madrugada y no ha telefoneado desde las cinco y cuarenta de la tarde, cuando avisó de que cenaría fuera. Y ahora ella está viendo Elimidate, bebiendo vino tinto con un chorrito de ginebra e imaginándose que golpea a su único hijo con un palo de golf. Se imagina cruzándole la cara de una bofetada seca y piensa que el ruido que haría casi compensaría su preocupación, su imposibilidad de conciliar el sueño, los centenares de pensamientos funestos que le han pasado por la cabeza durante las últimas horas. ¿Dónde está su hijo? Ni siquiera sabe dónde pensaba ir ni con quién. Su hijo es un solitario, es un excéntrico. Ella cree que su hijo es de la clase de adolescente que se relaciona con anormales por internet. Y sin embargo, por alguna razón, sabe que su hijo está a salvo, que está bien pero algo le ha impedido telefonear o que ni siquiera se le ha ocurrido llamarla. Quizá el chico está poniendo a prueba sus límites y ella le recordará las consecuencias de semejante desconsideración. Y cuando la madre piensa en lo que le dirá y a qué volumen hablará, experimenta un placer extraño. El placer es similar al que se obtiene de rascar apasionadamente un cuerpo abrumado por la irritación. Abandonarse al acto de rascar, por todas partes y con rabia —lo que ella hizo hace tan solo un mes a causa de una urticaria—, es el placer más profundo que ha conocido. Y ahora, mientras espera a su hijo consciente de lo justa que será su indignación, de lo plenamente justificada que estará cualquier cosa que grite a la cara del irresponsable de su hijo, se descubre aguardando su llegada del modo como el hambriento aguardaría una comida. Asiente con la cabeza. Tamborilea con un bolígrafo en sus labios resecos. Intenta ordenar sus pensamientos, decidir por dónde empezar con el chico. ¿Hasta qué punto deberían ser generales sus críticas? ¿Deberían referirse de modo específico solo a esta noche o debería ser esta la excusa para abordar todos los defectos de su hijo? ¡Cuántas posibilidades! Tendrá permiso para llegar a donde quiera, para decir cualquier cosa. Se sirve más ginebra en el vaso de mer-lot y cuando alza la vista, a las dos y cuarenta y siete, los faros del coche del hijo se dibujan en la ventana delantera. Esto va a ser divino, piensa. Va a ser estupendo. Será fantástico, maravilloso; rascará y rascará y florecerá. Corre hacia la puerta. No puede esperar a que empiece.

2 comentarios

  • Descenso del Sella abril 30, 2013en12:25 am

    He podido leer este libro recientemente y me ha encantado. Seres errantes y abandonados que luchan sin fortuna por encontrar su lugar en el mundo… fantástica historia muy recomendable.

  • Descenso del Sella junio 20, 2013en12:56 pm

    Despues de mi último comentario (Abril), durante mis vacaciones, he vuelto a releer este libro y me ha enamorado de nuevo. Muy recomendable con una fantástica historia que engancha.

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