Brendan Behan. Mi nueva York.

abril 6, 2018

Brendan Behan, Mi nueva York
Marbot, 2007. 184 páginas.
Tit. Or. Brendan Behan’s New York, with drawings by Paul Hogath. Trad. Julio Labí.

Brendan Behan fue un dramaturgo irlandés que obtuvo éxito en Brooklyn con su obra The hostage. Y el aprovechó el tener que visitar con frecuencia la ciudad para hacer un libro con sus impresiones del ambiente neoyorquino. Empezando por su opinión sincera:

No me da miedo reconocer que Nueva York es la mejor ciudad que existe sobre la faz de la Tierra. Sólo hay que mirarla, ya sea desde el aire, desde el río, o desde la estatua del Padre Duffy. Es fácil ver que Nueva York es la mejor ciudad el mundo, por un lado y por el otro y por cualquier lado: de espalda, de cara y de perfil.

Nos hace un recorrido por los barrios, los bares, los personajes de una metrópoli inmortal ayer y hoy y seguramente siempre. Con un sentido del humor y una visión del mundo muy irlandesa que puede resumirse en la siguiente frase:

Lo más importante en este mundo es tener algo que comer y algo que beber y alguien que te quiera.

He disfrutado mucho con la lectura y me apena que no haya muchas más obras traducidas del autor, aunque gracias a mi amigo Dani he descubierto que existen algunas películas basadas en sus libros.

Muy recomendable.

Shakespeare lo dijo todo muy bien, y lo que se dejó por decir lo completó James Joyce.
Sería aún más hipócrita de lo que soy si dijera que todos los policías son ángeles, pero lo cierto es que en Bowery lo eran más de una vez.
Fui con este policía de origen noruego hasta una pensión donde me dijo que tenía un recado que hacer. Había un viejo tumbado en una cama y con una pierna de madera apoyada en el bastidor. El policía sacó un paquete de cigarrillos y le pasó unos pocos, y también le dio un reloj. «Aquí tienes, papá» le dijo. Antes de marchar, vi que se ponía la mano en el bolsillo y le daba algunas monedas al viejo.
Ya en la calle le pregunté por el reloj.
—Es que me da su reloj —dijo el policía— por si alguien se lo quita durante la noche, y yo se lo devuelvo cada mañana. A veces le ayudo con su pierna de madera si no hay nadie más para hacerlo.
Ciertamente no recomendaría a nadie el Bowery, pero hay tipos que viven allí que no son unos tirados y que llevan vidas bastante ordinarias, que salen a trabajar cada mañana y tienen su propio apartamento. Tal vez no sea como los apartamentos del Waldorf-Astoria de Nueva York o el Claridges de Londres o el Georges Cinque de París, pero son apartamentos familiares, y como tales están bien.
Aunque me temo que hay muchos otros, igual que en todas las grandes ciudades, que duermen en el suelo, o según lo llaman los cockneys, en el «Rory O’Moore». Esta gente son «parias» congénitos como yo mismo, en el sentido de que no están preparados para hacer un trabajo honesto que les ocupe todo el día. Me apresuro a añadir que la única persona que conocí en Irlanda que se negara a aceptar un trabajo honesto con un sueldo aprobado por los sindicatos fui yo mismo. Una vez trabajé, durante seis semanas seguidas, en el edificio de un nuevo hospital en el Phoenix Park de Dublín, no muy lejos de la Embajada de Estados Unidos. Es uno de los mejores edificios que conozco, y sin duda uno de los que gozan de mejor ubicación. Como el gobierno estadounidense fue el primero en reconocer el Libre Estado de Irlanda en el momento de su creación en 1922, pudieron escoger la mejor parte de la ciudad para poner su Embajada.
Muchos de los tipos que hay en Bowery son unos desgraciados, en el sentido de que no saben hacer nada, aunque algunos piensan que son artistas. La verdad es que son artistas de pega sin el menor talento en este mundo, aunque ni Dios desde el Cielo ni el Arcángel Gabriel podrían lograr que entrara esta idea en sus cabezas.

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