Ross MacDonald. Dinero negro.

octubre 11, 2011

Bruguera, 1985. 288 páginas.
Tit. Or. Black Money. Trad. Martha King.
Ross MacDonald, Dinero negro
Ladrillazo

MacDonald es un autor que se encentra mucho de saldo, y ahí que aprovecho yo. Novela negra a precio barato.

Un novio despechado encargará a Lew Archer que investigue al tipejo que le ha levantado la novia, que no parece trigo limpio. La investigación del detective sacará a la luz más secretos de los esperados.

Todas las novelas del autor parecen tener el mismo mensaje: todas las aparentemente familias de buena posición esconden esqueletos en el armario. Basta husmear un poco para encontrar los trapos sucios. En este caso los culpables no son los que en un principio lo parecen.

No es que me haya entusiasmado, pero las leo con gusto. Más reseñas aquí:Dinero negro y aquí:Dinero negro de Ross MacDonald.

Calificación: Bueno.

Un día, un libro (41/365)

Extracto:
La temperatura del día iba descendiendo con el sol. Mientras me acercaba al Club de Tenis, podía sentir en la cara el aire fresco del océano. En lo alto del mástil del edificio flameaba la bandera.
La mujer de la oficina me informó que probablemente Peter se encontraba en las duchas. Le había visto regresar de la playa minutos antes. Podía esperarle junto a la piscina.
La hamaca azul del bañero estaba desocupada y me senté en ella. El viento de la tarde había hecho desertar a casi todos los amantes de los baños de sol. Lejos de la piscina, en un rincón guarecido por una mampara de cristal, cuatro señoras canosas jugaban a las cartas, con el gesto concentrado de los jugadores de bridge. Las Parcas, más una, pensé, deseando haber tenido a alguien cerca para decírselo. Un muchacho alto, con bañador, que no tenía el aspecto de un posible oyente, salió de los vestuarios. Desplegó ante mí sus miembros estatuarios, en el borde de la piscina. Su cara afable y simple, era desmentida por el matiz de salvajismo que reflejaban sus ojos. Noté que tenía el cabello húmedo y estirado como si acabara de peinarse.
—¿Está Peter Jamieson adentro?
—Sí. Se está vistiendo. Usted se ha sentado en mi
silla, pero no importa. Puedo sentarme aquí —palmeó los azulejos a su lado—. ¿Usted es su invitado? —Solamente le estoy esperando. —Estaba corriendo en la playa. Le he dicho que se lo tome con calma. Hay que entrenarse, primero. —Hay que empezar alguna vez.
—Supongo que sí. Yo no suelo correr mucho. Ablanda los músculos —con callado orgullo contempló sus pectorales bronceados—. Me gusta parecer un típico bañero californiano.
—Ya lo parece.
—Gracias —dijo—. He dedicado mucho tiempo y trabajo a lograrlo, como, ejemplo, lanzarme contra las olas encima de una tabla. He cogido este empleo por las oportunidades que tengo de hacerlo. También voy a la Universidad —añadió.
—¿A cuál?
—A la Universidad del Estado, que es la única que hay aquí en Monte vista.
—¿Quién es el encargado de la clase de francés?
—No sabría decirle. Yo estoy estudiando publicidad comercial y bienes inmuebles. Es muy interesante.
Me recordaba a esos rubios estúpidos que alborotaban en las campiñas de California, cuando yo era de su misma edad.
—¿Usted quiere estudiar francés, señor?
—No. Solamente busco respuestas para algunas preguntas.
—Tal vez míster Martel, que es francés, pueda ayudarle.
—¿Está aquí?
—Sí. Acabo de hablar con él… también habla inglés, como usted y como yo.

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