Cordwainer Smith. Norstrilia.

octubre 24, 2007

Ediciones B, 1993. 350 páginas.
Tit. Or. Norstrilia. Trad. Carlos Gardini.

Cordwainer Smith, Los Señores de la Instrumentalidad III
Australia espartana

El tercer volumen de las obras completas de Cordwainer Smith en esta edición de Nova contiene la novela Nostrilia, que, tal y como leo en Pi in the Sky fue en su origen dos novelas cortas que luego se fusionaron.

El resumen lo da el propio Cordwainer Smith:

La historia es simple. Érase un chico que compró el planeta Tierra. El chico fue a la Tierra, consiguió lo que se proponía y escapó con vida. Ocurrió en el primer siglo del Redescubrimiento del Hombre, cuando vivía la mujer gato G’mell, cuando limpiaron Shayol como si hubiera lustrado una manzana con la manga. Más o menos quince mil años después de las bombas que arrasaron la vieja Tierra. El resto son detalles.

En Nostrilia se fabrica la droga más preciada del universo: el stroon, que consigue la inmortalidad. Todos su habitantes son inmensamente ricos, pero para impedir que la soberbia se les suba a la cabeza tienen un modo de vida espartano, sin ningún lujo. Rod McBan no puede ser granjero por no ser telépata, así que con la ayuda del único ordenador inteligente del planeta conseguirá buscarse la vida de otro modo.

Aunque el estilo, los personajes y el ambiente son similares al resto de relatos de la Instrumentalidad, no me parece especialmente destacable. Es entretenida, y tiene algo de poesía, pero es la que menos me ha gustado de la serie. Si tienen que leer a este autor, no empiecen por Norstrilia.

Escuchando: Mis amigos dónde estarán. Topo.


Extracto:[-]
Matamos para vivir, morimos para crecer: ¡así es como el mundo ha de ser!
Le habían inculcado que su mundo era muy especial, un mundo envidiado, amado, odiado y temido en toda la galaxia. Sabía que formaba parte de un pueblo muy especial. Otras razas y especies humanas sembraban cereales, producían alimentos, ideaban máquinas o manufacturaban armas. Los norstrilianos no hacían nada de eso. En campos secos, con escasos pozos, con ovejas enormes y enfermas, refinaban la inmortalidad.

Y la vendían a un precio muy alto.

Rod McBan salió al patio. Tras él se alzaba su casa. Era una cabana de troncos construida con vigas de los dáimo-nos: vigas imposibles de cortar ni de alterar, más sólidas de lo imaginable. Habían comprado una partida a treinta saltos planetarios de distancia y las habían llevado a Vieja Australia del Norte en veleros fotónicos. La cabana era un fuerte que podía resistir incluso un ataque de artillería pesada, pero tenía la apariencia de una cabana, sencilla por dentro y con un patio de tierra apisonada.

Llegaba el día. Palidecía el último destello rojo del alba.

Rod sabía que no podía alejarse. Oía a las mujeres detrás de la casa, las mujeres de la familia que habían venido a prepararlo para el triunfo. O para lo otro.

Ellas ignoraban cuánto sabía él. A causa de la enfermedad de Rod, habían pensado sin reservas en su presencia durante años, suponiendo que la sordera telepática de Rod era constante. Pero no lo era; a menudo él percibía cosas que no debía oír. Incluso recordaba el triste poemita acerca de los jóvenes que fallaban por una u otra razón y tenían que ir a la Casa de la Muerte en vez de convertirse en ciudadanos norstrilianos y subditos plenamente reconocidos de su majestad la reina. (Hacía quince mil años que los norstrilianos no tenían una reina auténtica, pero amaban sus tradiciones y no se dejaban confundir por los meros hechos.) ¿Cómo decía el poema? «Ésta es la casa del mucho tiempo atrás…» A su manera sombría resultaba alegre.

Rod borró su huella del polvo y de pronto recordó el poema entero. Lo recitó en voz baja:
Esta es la casa del mucho tiempo atrás,
donde los viejos murmuran una aflicción sin fin,
donde el dolor del tiempo es una presencia tangible,
y las cosas del pasado vuelven siempre.
En el Jardín de la Muerte, nuestros jóvenes
han saboreado el valeroso gusto del miedo.
Con brazos musculosos y lengua locuaz,
ganaron y perdieron, se nos fueron.
Esta es la casa del mucho tiempo atrás.
Los que mueren jóvenes no entran aquí.
Los que viven saben que el infierno está cerca.
Los viejos que sufren así lo han deseado.
En el Jardín de la Muerte, nuestros viejos
contemplan admirados a los jóvenes y audaces.

Quedaba bien decir que contemplaban admirados a los jóvenes y audaces, pero Rod aún no había conocido a nadie que no prefiriera la vida a la muerte. Había oído hablar de gente que escogía la muerte, claro que sí. ¿Quién no había oído hablar de ello? Pero era una experiencia de tercera, cuarta, quinta mano.

Sabía que algunos habían dicho que él estaría mejor muerto, sólo porque nunca había aprendido a comunicarse telepáticamente y tenía que usar el viejo lenguaje hablado, como los habitantes de otros mundos o los bárbaros.

Pero Rod no creía que fuera a estar mejor muerto.

4 comentarios

  • Scaramouche octubre 26, 2007en11:20 pm

    Me gusta mucho la ciencia ficción, y este parece interesante. ¡A la lista de la compra!

  • Palimp octubre 26, 2007en11:57 pm

    Ahora están en edición de bolsillo; a cinco euros cada volumen.

  • JJ octubre 28, 2007en6:26 pm

    Yo empecé a leerlo hace tiempo, y no me acabó de convencer…

  • Palimp octubre 28, 2007en8:31 pm

    No me extraña, creo que es lo peor de Cordwainer Smith. Además que este autor o te entra, o no te entra.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.