RBA 2008. 255 páginas
Escenas de matrimonio
Los clásicos tienen un problema. Siempre hay alguien que te recomienda las últimas novedades literarias, pero pocos los que dicen frases del tipo ‘Tienes que leer a Aristófanes, tÃo, es buenÃsimo’. Las grandes obras de la literatura universal tienen una recomendación perpétua, lo que equivale a no tener ninguna.
Por suerte para los tacaños como yo los clásicos siempre están en los mercados de saldo. Como las editoriales no tienen que pagar derechos siempre hay alguna que se anima a editarlos. Con poco dinero te haces una estupenda biblioteca y con un poco de disciplina descubres autores maravillosos.
Lo digo siempre: hay que perder el miedo a los clásicos. El libro-ladrillo se inventó en el siglo XX: toda la literatura anterior puede sufrir en ocasiones de lenguaje florido, pero siempre es inteligible. Si es un clásico tiene todas las papeletas de ser muy ameno.
No recuerdo cuando redescubrà a Leopoldo Alas, pero fue un dÃa feliz. También ha sido una suerte que en la colección Grandes autores hayan publicado su narrativa completa. Si también hubieran publicado sus ensayos hubiera sido la monda, pero eso es ya pedir demasiado.
Su único hijo es la segunda y última novela del autor -el resto las consideraba novelas cortas-. Nos cuenta la historia del matrimonio entre Emma -heredera de una modesta fortuna- y Bonifacio, antiguo escribano de su padre. Motivado más por capricho que por verdadero amor la pareja va degradándose hasta que a la ciudad provinciana llegan unos cómicos. Emma y Bonifacio tendrán sendas aventuras con integrantes de la compañÃa.
Se ha escrito mucho sobre si esta novela es o no inferior a La Regenta. El mundo que nos dibuja ClarÃn es sin duda más limitado y los personajes menos complejos, pero no por ello la calidad es menor. Yo me inclino por La Regenta y cada uno tendrá sus preferencias, pero creo que es estéril la discusión. Las dos son muy buenas.
Pueden descargar el libro aquÃ: Su único hijo. En posteriores entradas incluiré otros enlaces de interés.
Extracto:[-]
Emma Valcárcel fue una hija única mimada. A los quince años se enamoró del escribiente de su padre, abogado. El escribiente, llamado Bonifacio Reyes, pertenecÃa a una honrada familia, distinguida un siglo atrás, pero, hacÃa dos o tres generaciones, pobre y desgraciada. Bonifacio era un hombre pacÃfico, suave, moroso, muy sentimental, muy tierno de corazón, maniático de la música y de las historias maravillosas, buen parroquiano del gabinete de lectura de alquiler que habÃa en el pueblo. Era guapo a lo romántico, de estatura regular, rostro ovalado pálido, de hermosa cabellera castaña, fina y con bucles, pie pequeño, buena pierna, esbelto, delgado, y vestÃa bien, sin afectación, su ropa humilde, no del todo mal cortada. No servÃa para ninguna clase de trabajo serio y constante; tenÃa preciosa letra, muy delicada en los perfiles, pero tardaba mucho en llenar una hoja de papel, y su ortografÃa era extremadamente caprichosa y fantástica; es decir, no era ortografÃa. EscribÃa con mayúscula las palabras a que él daba mucha importancia, como eran: amor, caridad, dulzura, perdón, época, otoño, erudito, suave, música, novia, apetito y otras varias. El mismo dÃa en que al padre de Emma, don Diego Valcárcel, de noble linaje y abogado famoso, se le ocurrió despedir al pobre Reyes, porque «en suma no sabÃa escribir y le ponÃa en ridÃculo ante el Juzgado y la Audiencia», se le ocurrió a la niña escapar de casa con su novio. En vano Bonifacio, que se habÃa dejado querer, no quiso dejarse robar; Emma le arrastró a la fuerza, a la fuerza del amor, y la Guardia civil, que empezaba a ser benemérita, sorprendió a los fugitivos en su primera etapa. Emma fue encerrada en un convento y el escribiente desapareció del pueblo, que era una melancólica y aburrida capital de tercer orden, sin que se supiera de él en mucho tiempo. Emma estuvo en su cárcel religiosa algunos años, y volvió al mundo, como si nada hubiera pasado, a la muerte de su padre; rica, arrogante, en poder de un curador, su tÃo, que era como un mayordomo. Segura ella de su pureza material, todo el empeño de su orgullo era mostrarse inmaculada y obligar a tener fe en su inocencia al mundo entero. QuerÃa casarse o morir; casarse para demostrar la pureza de su honor. Pero los pretendientes aceptables no parecÃan. La de Valcárcel seguÃa enamorada, con la imaginación, de su escribiente de los quince años; pero no procuró averiguar su paradero, ni aunque hubiese venido le hubiera entregado su mano, porque esto serÃa dar la razón a la maledicencia. QuerÃa antes otro marido. SÃ, Emma pensaba asÃ, sin darse cuenta de lo que hacÃa: «Antes otro marido». El después que vagamente esperaba y que entreveÃa, no era el adulterio, era… tal vez la muerte del primer esposo, una segunda boda a que se creÃa con derecho. El primer marido pareció a los dos años de vivir libre Emma. Fue un americano nada joven, tosco, enfermizo, taciturno, beato. Se casó con Emma por egoÃsmo, por tener unas blandas manos que le cuidasen en sus achaques. Emma fue una enfermera excelente; se figuraba a sà misma convertida en una monja de la Caridad. El marido duró un año. Al siguiente, la de Valcárcel dejó el luto, y su tÃo, el curador-mayordomo, y una multitud de primos, todos Valcárcel, enamorados los más en secreto de Emma, tuvieron por ocupación, en virtud de un ukase de la tirana de la familia, buscar por mar y tierra al fugitivo, al pobre Bonifacio Reyes. Pareció en Méjico, en Puebla. HabÃa ido a buscar fortuna; no la habÃa encontrado. VivÃa de administrar mal un periódico, que llamaba chapucero y guanajo a todo el mundo. VivÃa triste y pobre, pero callado, tranquilo, resignado con su suerte, mejor, sin pensar en ella. Por un corresponsal de un comerciante amigo de los Valcárcel, se pusieron estos en comunicación con Bonifacio. ¿Cómo traerle? ¿De qué modo decente se podÃa abordar la cuestión? Se le ofreció un destino en un pueblo de la provincia, a tres leguas de la capital, un destino humilde, pero mejor que la administración del periódico mejicano. Bonifacio aceptó, se volvió a su tierra; quiso saber a quién debÃa tal favor y se le condujo a presencia de un primo de Emma, rival algún dÃa de Reyes. A la semana siguiente Emma y Bonifacio se vieron, y a los tres meses se casaron. A los ocho dÃas la de Valcárcel comprendió que no era aquel el Bonifacio que ella habÃa soñado. Era, aunque muy pacÃfico, más molesto que el curador-mayordomo, y menos poético que el primo Sebastián, que la habÃa amado sin esperanza desde los veinte años hasta la mayor edad.
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